Pavel Soudoplatov, “Misiones Especiales”

Pavel Soudoplatov es un ex general soviético de dilatada actuación en la KGB stalinista, encargado durante años de su sección de “misiones especiales”. Su libro de memorias (Misiones Especiales, un grueso volumen de reciente aparición en Buenos Aires) ha sido calificado por el historiador norteamericano Robert Conquest, en el prólogo de la obra, como “la más importante contribución proporcionada por un solo hombre desde el informe de Kruschev (al Congreso del PCUS después de la muerte de Stalin)”. No hay, sin embargo, que dejarse impresionar: el autor no es un estudioso sino un asesino profesional al servicio de la burocracia: sus revelaciones son, en muchos casos inauditas pero, como hace notar en su comentario Jean-Michel Krivine (Rouge, 28/7), el “cinismo tranquilo (con que cuenta sus “hazañas”) hace pensar que el autor intenta justificarse lo más honestamente posible”.


El gancho de sus memorias para el “gran público”, necesario para su “éxito editorial” (aunque añore la URSS de Stalin y el reino del terror, el general no deja de ser, al fin de cuentas, un stalinista “reciclado” al capitalismo), son sus revelaciones sobre el espionaje atómico soviético. Soudoplatov revela los nombres de los científicos, todos ellos de renombre mundial, que entregaron a la URSS los secretos nucleares norteamericanos: el italiano Fermi, el húngaro-norteamericano Szilard y hasta el danés Niels Bohr, premio Nobel de física en 1922. Las revelaciones, que han desatado una tormentosa discusión en los Estados Unidos, fueron confirmadas por la historiadora norteamericana Amy Knight en su libro Beria, una documentada biografía del jefe de la policía staliniana (Le Monde, 14/10).


Aunque sus capítulos “nucleares” son el centro del debate público en los Estados Unidos, “unánimemente los críticos han reconocido que, cuando Soudoplatov describe las “misiones especiales” que tuvo a su cargo entre 1935 y 1940, es verdaderamente apasionante” (Rouge, 28/7). Estas “misiones especiales” están enteramente referidas al asesinato de Trotsky y los militantes de la IVª Internacional en todos los rincones del planeta.


Soudoplatov progresó en los servicios de espionaje soviéticos de la mano de su mentor, el ya mencionado Beria. Fue este hombre quien propuso a Stalin que Soudoplatov se hiciera cargo de todas las operaciones antitrotskistas del la NKVD (nombre con que la KGB se desempeñaba en la época). Soudoplatov relata que Stalin, en el curso de una reunión que mantuvo con él y Beria, ordenó el asesinato diciendo que “Además de Trotsky, no hay ninguna figura política importante en el movimiento trotskista. Si se elimina a Trotsky, todo el peligro desaparecerá”.


Soudoplatov montó dos redes paralelas para el asesinato: una “mexicana”, bajo la dirección del pintor David Alfaro Siqueiros, miembro del CC del PC mexicano; la otra bajo la dirección de la aristócrata española Caridad Mercader, cuyo hijo Ramón fue el asesino de Trotsky. Cuando Mercader fue liberado de la prisión mexicana en 1960, fue condecorado con la medalla de héroe de la URSS. El general cuenta que Mercader utilizó su “prestigio” para intentar su liberación ya que fue condenado a 15 años de cárcel luego del fusilamiento de Beria en 1953.


Sobre la muerte de Rudolf Klement, joven militante alemán de la Oposición de Izquierda. Soudoplatov informa que Klement, que había partido de Bruselas con los materiales preparatorios de la Conferencia de fundación de la IVª Internacional, fue secuestrado en París, degollado y arrojado al Sena por dos agentes de la NKVD, uno turco y otro ruso, que contaron con la colaboración de un agente infiltrado, A. Taubman, asistente de Klement. A su regreso a Moscú, los tres asesinos fueron condecorados y ascendidos en la jerarquía de la NKVD.


Sobre el asesinato de Ignacio Reiss, un militante veterano del “Cuarto Bureau” del Ejército Rojo, que después de dieciséis años de trabajo clandestino en Europa se unió a la IVª Internacional. Soudoplatov revela que Reiss, después de enviar una carta de ruptura con Stalin y de adhesión a la IVª Internacional al CC del PCUS, fue secuestrado y acribillado en Lausana por dos agentes búlgaros de la NKVD, los cuales fueron —¡otra vez!— condecorados por la burocracia.


Se trata de la primera oportunidad en que una voz autorizada de la policía política stalinista reconoce la responsabilidad de la burocracia en el asesinato sistemático de militantes trotskistas.


Sobre la muerte de León Sedov, hijo de Trotsky fallecido en 1938 en condiciones misteriosas después de una operación de apéndice. Trotsky y la IVª Internacional estuvieron persuadidos de que la NKVD, que lo seguía de cerca, era la responsable de su muerte. Soudoplatov informa que “no he descubierto ninguna prueba ni en su legajo ni en el de la Internacional trotskista de que haya sido asesinado. Si ese hubiera sido el caso, alguien hubiera sido condecorado o habría reivindicado el honor, pero ese no fue el caso”. Soudoplatov precisa, además, que cuando discutía con Beria los planes para asesinar a Trotsky, jamás se mencionó la manera en que murió Sedov.


El cinismo con que el personaje relata el asesinato de militantes revolucionarios es ciertamente impresionante, lo cual no debe extrañar porque Soudoplatov no fue nunca un revolucionario. Krivine (Rouge, 28/7) relata que comenzó su carrera en la seguridad en 1921, a los 14 años; jamás militó en el movimiento obrero y sólo salió de la URSS para cumplir tareas encargadas por la NKVD. Se trata de un burócrata típico, incondicional de Stalin, no en vano logró atravesar indemne las sangrientas purgas de los “procesos de Moscú” y aún, ascender en la jerarquía por encima de la pila de cadáveres, tributario de la “salud política”  de su “protector”, Beria.


Las memorias de Soudoplatov son un documento excepcional para leer, para, a pesar de la repugnancia que provoca su autor, comprender la magnitud de la contrarrevolución stalinista y, por sobre todo, para valorar la lucha que León Trotsky libró, con la sola arma de las ideas y el programa del marxismo, contra esta burocracia degenerada y asesina.