Perdón, somos dictatoriales sin querer

El debate con la LCR

“No puede ser ciudadano quien no puede satisfacer sus necesidades” Aristóteles


 


Supongamos que la Liga Comunista Revolucionaria francesa tiene razón. Después de todo, la palabra “dictadura” suena con resonancias desagradables y en la Argentina lo sabemos bien.


Es más: dejemos a un lado el hecho de que abandonar el concepto de dictadura del proletariado implica el abandono del marxismo. No importa: supongamos también que el marxismo ha perdido su vigencia o que nunca la tuvo, que El Capital sólo es un manual de economía política inglesa y no la gramática básica del modo de producción capitalista.


Supongamos:


Y hagamos a la LCR otro favor: por un momento, no tengamos en cuenta la realidad. Después de todo, de la realidad se conoce demasiado. En Buenos Aires, La Nación nos hace conocer informes de organismos como la ONU —defendida a capa y espada, recordemos, por Ernest Mandel, fallecido líder del Secretariado Unificado al cual pertenece la LCR—, según los cuales el mundo produce alimentos en cantidad suficiente para alimentar tres veces a toda su población y, sin embargo, las dos terceras partes de la humanidad sufre hambre. Desechemos esa realidad capitalista y debatamos en el plano de la pura abstracción teórica.


Bien, ampliemos la democracia


La LCR nos dice que su nuevo propósito estratégico es la “ampliación indefinida” de la democracia. No tengamos en cuenta tampoco el carácter de clase de la democracia y aceptemos el vocablo así, en general, en cuanto “gobierno del pueblo”. Esto es: que la humanidad entera adquiera —seguimos ahora a Aristóteles, no a Marx— condición ciudadana, porque nada puede sostenerse en el aire y quien habla de la ampliación indefinida de la democracia, habla de la posibilidad de que, sin cambiar de régimen social, el mundo entero pueda tener, por lo menos, sus necesidades básicas satisfechas. Extrañamente, la LCR no nos dice por qué caminos se llega a ese ideal. Pero, seguros de que lo hará en una próxima entrega, dejemos por ahora en suspenso aquel problema del cual ya se ocupaba Aristóteles.


En cambio, algunas preguntas específicas se hacen obligatorias y la LCR, si conserva alguna responsabilidad teórica, las debe responder.


Sigamos suponiendo. Supongamos que las patronales no huyen de las fábricas (en la Argentina y en todas partes: recordemos el caso de Parmalat, en Italia, ocurrido en estas semanas), las vacían, las cierran y dejan en el mundo millones de trabajadores en la calle. Y desde hace mucho, como que la cuestión ya fue tratada en una resolución de la Internacional Sindical Roja en 1921.


Si eso no sucediera, aún nos quedaría el problema de la organización del trabajo en los centros fabriles. A la LCR parece escapársele que esa organización está impuestadictatorialmente por la propiedad capitalista centralizada de los grandes monopolios, de modo que el obrero se ve condenado a ejecutar con las manos lo que otro ha pensado. He ahí la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, que convierte al hombre en un ser alienado, partido. Esa contradicción absoluta queda petrificada en su forma capitalista. Un resultado de ese fenómeno es el siguiente: si cualquier avance técnico hace superflua determinada función parcial del proceso de producción, con ello hace superfluo al obrero mismo. Ampliar indefinidamente la democracia obligaría a superar, siquiera gradualmente, semejante contradicción. ¿Cómo se hace, señores del Secretariado Unificado?


Por otra parte, esos avances técnicos son producto del desarrollo científico, conseguido merced a la explotación del trabajo. Así, el obrero ve su propia producción colocada enfrente de él, en forma de capital, transformada ahora en su enemiga mortal. El capitalismo ha hecho que la ciencia se constituya en una fuerza productiva autónoma, hostil a la clase obrera. La ampliación de la democracia no puede significar más que suprimir esa alienación, pero la LCR no explica cómo y ni siquiera se refiere al problema.


Pero, ahora sí, sazonemos el asunto con un poco, sólo un poco, de realidad.


Somos un tanto brutos


Lenin solía recordar que la democracia griega, aun durante el breve período histórico en que funcionó a plenitud, encontraba su sustento material en el trabajo de los esclavos. Por tanto, se trataba de la democracia que los esclavistas se concedían entre sí. Los esclavos, razonablemente, debían pensar que vivían en un régimen de lo más dictatorial. Ahora, la LCR nos propone que ampliemos la democracia para que la palabra sea concedida también a los esclavos.


En la Argentina hemos vivido esa experiencia. El primer peronismo significó la incorporación de la clase obrera a la república parlamentaria, cosa que sucedió cuando la lucha obrera se volvió más peligrosa que la democracia; antes, no. Y hubo una modificación en los modos de distribución de la riqueza —asunto que desde hace mucho desvela al SU— tan importante que permitió a los trabajadores quedarse en algún momento con el 53 por ciento del producto. El proletariado, para obtener sus demandas, no necesitaba combatir: sólo votar y ganar. Siempre, claro está, que no sacara los pies del plato, como ocurrió, por ejemplo, con la huelga ferroviaria de 1951. En esos casos, palo y a la bolsa.


Pero, señores de la LCR, ustedes, en su momento, han distorsionado pero reconocido, al fin, que el capitalismo tiene sus etapas de auge y que ese mismo auge conduce a la crisis, por más larga que sea la “onda” de prosperidad. Así, cuando la crisis sobrevino, el peronismo cayó sin pena ni gloria y, desde entonces, no ha habido para nuestra clase obrera un solo día que fuese mejor que la víspera. La ciudadanía de la clase se deterioró cada vez más hasta que, incluso, una porción enorme de ella quedó fuera de las unidades de producción y fuera de esas unidades debió organizarse: eso es el movimiento piquetero, cuya experiencia se ha incorporado al proletariado mundial.


Aun en los términos de la LCR, ésa es una lucha democrática en cuanto apunta a satisfacer necesidades básicas de la población. Ahora bien, esa lucha por la ciudadanía nos obliga a llevar a cabo actos de fuerza, dictatoriales. Por ejemplo, a cortar rutas, a impedir la circulación de mercancías, puesto que no podemos impedir su producción mediante el abandono colectivo del trabajo, mediante la huelga. También nos vemos obligados a ocupar las fábricas que los patrones abandonan y a ponerlas a producir bajo gestión obrera, por la fuerza, compulsivamente. Es decir, a reorganizar la producción sobre nuevas bases sociales, lo cual muchas veces implica ejercer coerción y violencia sobre los derechos de propiedad patronales. Todo eso, cierto es, también resulta dictatorial aunque no estemos en el poder.


Así es, señores de la LCR, cómo ampliamos la democracia en estas latitudes y, por lo que sabemos, lo propio sucede en muchas otras. Les pedimos disculpas si no podemos ser tan delicados como ustedes nos proponen.


Socialistas de verdad


Ocurre que esa reorganización de la producción nos obliga —más allá incluso de nuestra voluntad— a promover la reorganización política del país todo. Esto es: nos empuja a una nueva ampliación de la democracia, a la lucha por la recuperación de la condición ciudadana de las grandes mayorías, lo cual, en esta época histórica, nos conduce a propugnar el gobierno de la clase obrera y del pueblo explotado.


Ahora bien: ese gobierno de las grandes mayorías populares ¿qué hará con la gran propiedad capitalista, qué hará con la clase que ha demostrado largamente su incapacidad para seguir administrando el cuerpo social? Ustedes deben saber: si un esclavista no puede alimentar a sus esclavos deja de ser esclavista y si lo mismo sucede con todos o con la gran mayoría de los esclavistas estamos ante un régimen social entero que ha quebrado, que debe retirarse de la escena.


A nosotros también nos gustaría que todo pudiera hacerse indoloramente, por simple evolución, como se ilusionaba Eduardo Bernstein a fines del siglo XIX. Pero tememos que no resultará posible, que será necesario expropiar a los expropiadores, a los explotadores, a la usura nacional e internacional, a desconocer su derecho a la propiedad porque ese derecho significa privar al pueblo de cualquier derecho a la ciudadanía. Ese derecho suprime la democracia que ustedes quieren ampliar; es más, suprime todo derecho. Pero, dialéctica pura, ampliar la democracia obliga a instaurar la dictadura.


Por eso nuestro objetivo estratégico es la dictadura del proletariado, la dictadura más democrática de la historia en cuanto significa dictadura de las grandes mayorías sobre una pequeña pandilla de explotadores y de criminales. Y con esa pandilla —discúlpennos de nuevo, señores de la LCR— haremos como decía Lenin: ni siquiera le daremos pan, los privaremos hasta del fuego y del agua, porque no somos como ustedes. Somos socialistas de verdad.


Hasta la vista, señores.