Qué intereses defendió el gobierno de Kirchner en Cancún

Los representantes del gobierno de Kirchner sostienen que uno de sus principales objetivos en la ‘cumbre’ de Cancún era defender la producción agrícola argentina y las posibilidades de exportación. En este rubro, el papel más destacado lo juegan los granos y, en particular, la soja y sus derivados (aceites). Argentina es el primer vendedor mundial de proteínas vegetales y, también, de aceites.


¿Cómo pasó Argentina, en el lapso de una década, de producir 12 millones de toneladas de soja a producir 37 y de exportar soja y derivados por valor de 3.000 millones anuales a exportar 8.000 millones?


El crecimiento de la producción sojera en Argentina, y también en Brasil (en las mismas proporciones y en el mismo período) no fue, de ninguna manera, una decisión autónoma de esos países sino que fue la consecuencia de los acuerdos comerciales establecidos a mediados de la década pasada entre Estados Unidos y la Unión Europea y de la acción de los grandes pulpos internacionales, en función de esos acuerdos. Veamos lo que dice Héctor Huergo, del suplemento rural de Clarín (20/9).


“Entre otros puntos, lo acordado en Blair House entre los EE.UU. y la UE incluyó un freno a la expansión de las oleaginosas en la Unión Europea y estableció las bases del denominado ‘cero por cero’. Es decir, del escalonamiento arancelario, que favorece la importación de materias primas y traba con derechos de importación crecientes a los productos elaborados. Esto ayudó al crecimiento de la soja y el girasol en el Mercosur”.


A partir de estos acuerdos, continúa Huergo, “lo más importante fue el flujo de inversiones que se canalizó hacia las regiones competitivas en oleaginosas. Frente a la nueva tendencia impuesta por los acuerdos, la Argentina se convirtió en el principal anfitrión de los capitales privados de la poderosa industria oleaginosa internacional. Empresas multinacionales de origen europeo como Dreyfus y André hicieron inversiones gigantescas en los puertos del Paraná. La primera construyó la planta de crushing más grande del mundo…”.


La penetración del capital extranjero hizo crecer la producción de soja, al punto que hoy ocupa el 50% de la superficie sembrada y se extiende, incluso, a provincias como Chaco y Santiago del Estero. Para hacer lugar a la soja se procedió, incluso, al masivo desmonte de tambos y a la venta de vacas lecheras como carne.


“Los réditos de la expansión del cultivo – dice Página/12 (14/9) – , tienen un radio acotado. Se reparten fundamentalmente entre los grandes tenedores de tierra, un puñado de comercializadoras, el complejo aceitero y la multinacional Monsanto, única empresa que vende las semillas transgénicas y el herbicida Roundup que utilizan los campesinos”. En cuanto a los trabajadores, “la incidencia que tiene la soja en el empleo es muy limitada. En la Pampa Húmeda, las cosechadoras desplazaron a miles de trabajadores rurales, mientras que en la industria aceitera por cada millón de pesos de producción se generan 2,2 puestos de trabajo, cifra muy inferior a los 30 puestos que genera la industria de la madera, los 25 del calzado y los 18 del sector textil” (ídem). Incluso desde el punto de vista fiscal, el rédito para Argentina es virtualmente nulo: no hace mucho, el propio gobierno acusó por medio de solicitadas a las grandes comercializadoras de granos de virtualmente no pagar impuestos.


De la mano de la soja y los aceites (y también, del petróleo crudo y la minería), las exportaciones argentinas se han concentrado en materas “primarias” (de escaso o nulo valor agregado, lo que significa que las exportaciones no crean sino que destruyen empleo); y el mercado exportador está bajo el exclusivo dominio de grandes comercializadoras imperialistas: 3% de las firmas dominan el 80% de las ventas al exterior.


Estos son los intereses concretos que los representantes del gobierno de Kirchner fueron a defender a Cancún; los de Bunge, André, Cargill, Monsanto y las aceiteras imperialistas.