Qué pasa en Palestina


El avance incontenible de los planes de “colonización” del gobierno israelí en Cisjordania ha desatado una crisis internacional. Su aspecto más visible es el choque del gobierno yanqui con el régimen de Netanyahu, al que acusa de sabotear los “acuerdos de paz”. Pero también es el aspecto más engañosos porque los planes de “colonización” fueron tolerados y financiados por los mismos yanquis desde siempre: “sólo en la última década, Estados Unidos invirtió 28.900 millones de dólares para promover los asentamientos” (La Nación, 17/3). La colonización es, inclusive, parte de la política de los “acuerdos de paz” bajo la fórmula original de “dos pueblos, dos Estados”.


Hoy, un millón y medio de palestinos está sitiado en Gaza, el mayor campo de concentración del mundo. Otros 2,5 millones, que viven en Cisjordania, están aislados por un muro que partió aldeas, familias y cultivos, instalado en un 85% en territorio palestino. La mitad de Cisjordania está ocupada por medio millón de colonos israelíes (incluido el canciller Avigdor Liberman). De las 250 “colonias”, algunas son modernas ciudades y otros incipientes campamentos beneficiados con exenciones impositivas, casas subsidiadas y todo tipo de privilegios, bajo la protección del ejército sionista que controla las carreteras e impide circular a los palestinos.


Un Estado…


El avance sionista, con la complicidad del imperialismo norteamericano, es de tal magnitud que ha convertido el planteo de “dos estados” en un mero “camuflaje”, como acaba de sugerir un columnista del New York Times. El gobierno sionista ha tomado inclusive para sí la parte oriental de Jerusalén, que en los papeles de los acuerdos “de paz” debía ser la capital de los “dos Estados”. El programa del Likud, el partido de Netanyahu, plantea que Jerusalén es la capital “única e indivisible” de Israel, que no renunciará a las colonias de Judea, Samaria y Gaza –a las que considera una “clara expresión del derecho inexpugnable del pueblo judío”– y que las fronteras del país deben extenderse desde el río Jordán hacia el este. “Los Palestinos –dice textualmente la plataforma– no podrán (disponer) de una Estado soberano e independiente”. El camuflaje de los “dos Estados”, que todavía figura en las negociaciones diplomáticas, encubre la propuesta de reducir los territorios ocupados a un conglomerado de pseudo municipios sin conexión entre sí.


La Autoridad Palestina, corrompida hasta los huesos y cooptada por el imperialismo, había aceptado de hecho tal posibilidad con la condición de convertir estos territorios insulares en una suerte de “Puertos Maderos” (inversiones inmobiliarias). Hace un tiempo, el primer ministro palestino, Salam Fayad, había anunciado un plan en este sentido y declarado que si tenía éxito, sería un punto de apoyo para una declaración de “independencia” unilateral en los límites actuales. El planteo habría contado por eso con el visto bueno de Washington (Le Monde, 25/8/09). Inclusive en Gaza, dominada por Hamas, hubo en el último período un desarrollo de inversiones capitalistas para financiar un variante de este tipo, que dio lugar en el último año a un crecimiento especulativo y a proyectos para reunificar detrás de una propuesta común a las fracciones palestinas.


¿Y ahora qué?


Con el avance de la colonización, inclusive el planteo de los “dos Estados” se ha convertido en algo vacío de contenido. La extrema derecha en el gobierno israelí afirma sin tapujos que el desarrollo de la colonización debe culminar por viabilizar la expansión de Israel como único Estado de la región, con una nueva oleada de expulsiones y la negación directa de cualquier forma de ciudadanía para los palestinos que habitan el país, una suerte de “apartheid”. El plan, sin embargo, ha desatado una crisis al interior mismo del gobierno israelí, en el poderoso lobby sionista en los Estados Unidos y en el propio gobierno norteamericano.


Esto ha dividido aguas en el gobierno de Netanyahu. También el general Davis Petrous, jefe del comando para Medio Oriente y Asia Central (Centcom), ha planteado que Gaza y Cisjordania pasen bajo su comando (ahora, junto con Israel, dependen del comando en Europa) para monitorear la política del sionismo, que “perjudica los intereses estratégicos de Estados Unidos en Medio Oriente contra sus alianzas en la región, debilita los regímenes moderados árabes, alimenta el sentimiento antinorteamericano y potencia el apoyo a Al Qaida, Hamas y Hezbolah”.


La prensa especula ahora con la alternativa de una caída del gobierno de Netanyahu, que debería desembarazarse de los partidos extremistas que llevan la voz cantante. El problema es que si Netanyahu encara una nueva alianza con el partido centrista (Kadima) y los laboristas para soltarle la mano a los “ultraortodoxos” corre el riesgo de que se quiebre su propio partido de la derecha, el Likud (Le Monde, 23/3).


Otra etapa


La crisis política en el gobierno sionista tiene lugar en el marco de un largo reflujo en el pueblo palestino. Las crisis han dejado al desnudo las contradicciones explosivas de la fracción de la pequeña burguesía nacionalista del sionismo (enfrentada al ala “internacionalista” de los grandes monopolios tecnológicos de Israel). Todo esto es parte constitutiva de la crisis mundial que marca esta etapa.