¿Quién ganó en Rusia?

¿Qué intereses sociales representa el Partido Comunista de la Federación Rusa, reciente triunfador de las elecciones parlamentarias? O, más precisamente, ¿cuáles son los intereses sociales de las camarillas burocráticas que se impusieron en las elecciones a través del PC?


En la vieja URSS, la burocracia acumuló inmensas prebendas y beneficios mediante el saqueo de la economía centralizada. Hoy, esa industria estatal ha dejado de existir: la ‘primera ola’ de privatizaciones ordenada por Yeltsin (en 1994) entregó a manos privadas el 75% de las empresas estatales rusas, incluyendo pulpos de enormes dimensiones como la petrolera Lukoil y la gasífera Gazprom (las mayores de la ex URSS en sus respectivos ramos). La ‘segunda ola’ privatizadora —actualmente en curso— virtualmente completará la entrega de las riquezas naturales y de los activos estatales a manos privadas. El financista occidental George Soros describe así este proceso: “una carrera entre la nueva elite para apropiarse de los activos de la antigua Unión Soviética (en la cual) compañías enteras fueron despedazadas y expropiadas o compradas en el proceso de privatización” (The New York Times, 23/12). En opinión de Soros, el proceso de apropiación privada de los bienes estatales prácticamente ya se ha completado dando lugar a un “‘capitalismo del robo’ que es lo que hoy domina las tierras rusas” (ídem)


Los beneficiarios de esta apropiación “sucia y rápida” (The New York Times, 6/12) son, claro, los antiguos burócratas ‘comunistas’. Según un estudio de los economistas rusos Maxim Boyco, Andrei Shleifer y Robert Vishny estima que “el 73% de todas las firmas fueron privatizadas de una manera tal que permitieron a los gerentes y trabajadores (de esas empresas) comprar el 51% de las acciones de sus compañías” … pero otro estudio —de John Earle, Saul Estrin y Larisa Leschenko— aclara que “los gerentes generalmente controlan las empresas, incluso aquellas en que los trabajadores tienen una participación mayoritaria” (ambos reproducidos por The Economist, 18/11). “Mucho más que en cualquier otro país antiguamente comunista, la privatización en Rusia ha favorecido a los intereses establecidos” … es decir, a la burocracia (ídem).


En la ‘segunda ola’ privatizadora —en la que los potenciales compradores prestan dinero al gobierno y en caso de que éste no pueda reembolsar los préstamos en efectivo, pagará con acciones de las empresas a privatizar— sólo pueden participar empresas y bancos rusos. Las grandes ‘joyas de la corona’ —las compañías petroleras, gasíferas y de materias primas— quedaron por entero en manos de sus antiguos gerentes ‘comunistas’. Refiriéndose a la venta más reciente, la de la gasífera Surgutneftegaz (la tercera en importancia del país), Alfred Kokh, jefe del estratégico Comité de la Propiedad Estatal declaró que “Los extranjeros no pueden comprar Surgutneftegaz. Todo sucedió como lo habíamos planeado” (ídem).


“Enriquecidos por sus nuevas fábricas y compañías, el establishment económico de Rusia –reconoce Soros– no tiene interés en volver a la economía centralizada al viejo estilo soviético.” Este es el punto de vista del PC ruso: Guenadi Zyuganov, su secretario general, anunció que “el PC no revisará las privatizaciones”, se declaró “partidario de una economía mixta” y hasta aventuró que “una de las causas de la destrucción de la URSS fue el monopolio estatal”.


El proceso de expropiación fue, al mismo tiempo, el de la fragmentación de la burocracia en ‘grupos de interés’ antagónicos, según el carácter de las empresas apropiadas. El financista Soros reconoce dos grupos principales: el de los productores de energía y materias primas, por un lado; el de los consumidores de energía por el otro.


En el primer grupo revistan las grandes corporaciones petroleras y gasíferas (como la Lukoil y la Gazprom) y sus apoyos en el gobierno, en particular el primer ministro Chernomyrdin, antiguo gerente y ahora uno de los principales accionistas de Gazprom. “Sus recursos pueden ser realmente vendidos en el exterior a precios de mercado, haciéndolo un poco más abierto a la reforma” (Soros, en The New York Times, 23/12). Este grupo “tiene interés en concesiones impositivas y subsidios para la industria de la energía, en la política exterior, en particular con los países vecinos y en la privatización de los activos del estado en términos favorables para quienes los controlan” (The Economist, 16/12). Un asesor occidental de las empresas petroleras rusas, Peter Houlder, se ha quejado públicamente del “artificialmente bajo precio del petróleo” en Rusia (Financial Times, 18/11).


En el segundo grupo revistan las empresas industriales y “lo que queda” del complejo militar-industrial. El diplomático norteamericano  Thomas Graham, autor de un informe sobre los ‘clanes’ gubernamentales “que causó furor cuando fue publicado en un diario ruso” (The Economist, 16/12) pone a la cabeza de este grupo a tres hombres claves del entorno yeltsiniano: Alexander Korjakov (jefe de la guardia personal de Yeltsin), Mijail Barsukov (jefe del Servicio de Seguridad Federal) y Oleg Soskovets (un viceprimer ministro). Graham detalla la existencia de otros ‘clanes’ menores –el de los intereses bancarios y comerciales, el de los intereses agrícolas y el de los ‘occidentalistas’, representado por el viceprimer ministro Chubais. El conjunto del régimen político ruso está “modelado” por los intereses comunes y los choques entre las distintas camarillas burocráticas.


Entre estos ‘clanes’ se ha desatado una lucha por, según lo define Soros, “lo único bueno que queda, el poder del Estado”. En esa lucha se estaría imponiendo el bloque ‘industrial’ … que encuentra en “la retórica xenófoba de los comunistas y nacionalistas acerca de la necesidad de proteger a Rusia de los extranjeros explotadores … una justificación ideológica para mantener los mercados cerrados y proteger a los consumidores de energía y materias primas” (Soros, en The New York Times, 23/12).


Está claro que no hay nada de ‘socialista’ en este choque. Se trata de un enfrentamiento puramente capitalista en que el sector económicamente más débil pretende utilizar el poder del aparato estatal para establecer una ‘reserva de mercado’ en defensa de los capitanes de la industria que se verían barridos por la competencia si el petróleo, el gas o las materias primas se vendieran a sus precios internacionales.


A los ojos de uno de los grandes capitalistas mundiales –con inversiones en Rusia– la victoria de los ‘comunistas’ no significa el ‘regreso a 1917’ ni a la economía centralizada. Para Soros, “los comunistas son sólo otra banda … ellos también quieren apoderarse de los activos …” (ídem).


El PC es el partido de los burócratas restauracionistas ‘industriales’, un ‘clan’ cuyas ramificaciones llegan hasta la propia camarilla yeltsiniana, y no el partido del ‘renacimiento del socialismo’, según la fábula que difunde en Argentina el PC de Echegaray.