Reelección de Obama, primeras conclusiones

Finalmente, Barack Obama consiguió su reelección. Venció por sólo dos puntos a su rival republicano, Mitt Romney, pero se impuso en estados clave, lo que le garantiza una cómoda mayoría en el Colegio Electoral. Terminó así una campaña cuyas marchas y contramarchas reflejaron la crisis general el régimen político y social norteamericano.

Obama ganó con menos votos y bastante menos entusiasmo que en la elección anterior. Aunque seis de cada diez votantes identificaron a la economía como el problema principal de la campaña, sólo la cuarta parte de ellos afirmaron estar mejor que hace cuatro años. La clase trabajadora norteamericana sufre un sostenido desempleo masivo, los salarios reales han caído significativamente y cuatro millones han sido desalojados de sus viviendas (ver "Adiós al American Dream", Prensa Obrera Nº 1.142). A lo largo de su mandato, el presidente rescató a Wall Street, sostuvo la guerra en Afganistán e Irak, mantuvo abierta la cárcel de Guantánamo y no impulsó una reforma en favor de los inmigrantes (los cuales sufrieron un número récord de deportaciones).


En estas condiciones, no sorprendió que, en la legislativas de 2010, el Partido Demócrata fuera derrotado por un Partido Republicano renovado por el surgimiento de un ala derechista, el Tea Party. Ante la ausencia de una alternativa por parte de las organizaciones obreras y sociales -subordinadas a los demócratas-, los derechistas lograron canalizar la bronca de sectores de la pequeñoburguesía y la clase trabajadora blanca, motorizados por una fracción de grandes capitalistas.


El crecimiento del ala derechista radical, sin embargo, quitó viabilidad al Partido Republicano, al espantar a los votantes centristas y preocupar a la burguesía. Mitt Romney, un moderado, logró su nominación derechizando su discurso; para poder movilizar a las bases postuló como vice a Paul Ryan (un congresista del espacio del Tea Party) y planteó un programa de reducciones de impuestos a los ricos, junto a un brutal ajuste, la privatización del plan de salud de los jubilados, la supresión de los derechos sindicales, el retroceso del derecho al aborto y el hostigamiento a los inmigrantes sin papeles. La aplicación del programa extremista planteaba el riesgo de una respuesta popular que, aunque todavía no se generaliza, empezó a insinuarse en los movimientos de Ocuppy Wall Street y las grandes luchas sindicales de Wisconsin y Chicago.


No fue, entonces, la esperanza de un cambio lo que permitió el triunfo de Obama -así había sido en 2008-, sino el espanto que provoca un eventual gobierno republicano. Esto explica que Obama haya podido movilizar nuevamente a los trabajadores sindicalizados, los latinos, los negros, a los jóvenes y las mujeres. También que haya conseguido el apoyo de sectores importantes de la burguesía para financiar su campaña. Cuando se preveía una brutal caída en la participación electoral, votó -al igual que en 2008- la mitad del padrón electoral. Se trata de una coalición con intereses sociales contradictorios. De cara a esta evolución del electorado, Romney intentó un giro en su discurso, pero no le alcanzó.


La inclinación hacia la extrema derecha le costó a los republicanos muchísimos votos. Los candidatos del Tea Party retrocedieron y posibilitaron que los demócratas ampliasen su mayoría en el Senado (los republicanos mantienen el control de la Cámara de Representantes). La radicalización que el Tea Party imprimió al Partido Republicano permitió su resurgimiento luego de la derrota de 2008, pero -a la vez- terminó agudizando sus tendencias centrífugas y alejándolo de las masas. Se esperan nuevas disputas y divisiones en el ‘Grand Old Party' luego de esta nueva derrota.


No hubo cambio de frente


En estos meses, se destacó mucho el hecho de que los grandes aportistas capitalistas habrían abandonado a Obama en rechazo a su -tibia- reforma financiera. Pero el apoyo económico que tuvo la campaña de Romney no puede ser leído como un cambio de frente del conjunto de la burguesía. Obama terminó recaudando casi lo mismo que Romney, en una campaña electoral que superó todos los límites (fueron gastados 6 mil millones de dólares). Paradójicamente, el crecimiento que tuvo en las últimas semanas la intención de voto del republicano provocó una caída de la Bolsa. Es que la propuesta republicana de cancelar los estímulos monetarios de la Reserva Federal y realizar un ajuste, frente la caída inminente en un abismo fiscal y el salto en la deuda pública (16 billones de dólares), acentuaría en lo inmediato la recesión interna y agravaría la bancarrota económica internacional. El Partido Republicano no tiene, tampoco, una política exterior clara, pues está dividido entre neoconservadores, aislacionistas y ultrarrealistas (Le Monde, 23/10). Frente a la perspectiva de una acentuación de la crisis económica y social, y del agravamiento de la situación internacional (Siria, Irán), la burguesía decidió no cambiar de caballo en el medio del río. Todavía tiene que profundizarse mucho más la quiebra del régimen para que la salida radical del Tea Party sea ineludible.


Mientras tanto, los republicanos conservarán su mayoría en la Cámara de Representantes y los demócratas el control del Senado. El presidente se enfrenta a la perspectiva de otro mandato boicoteado por una oposición que bloquea todas sus iniciativas parlamentarias. La elección de Obama no resolverá el impasse del régimen político yanqui.