Rusia: Sin mandato para nadie

El referéndum ruso ha dejado un resultado para todos los gustos y disgustos. En la cuestión del respaldo al mandato presidencial, por ejemplo, Yeltsin obtuvo un “honorable” 58% por ciento de los votos emitidos, que significa apenas un “deshonorable” 38 por ciento del padrón electoral, ya que la abstención alcanzó el récord del 40 por ciento, aproximadamente. A la cuestión del apoyo a la política económica le ocurrió lo mismo, pues fue aprobada por el 52 por ciento de los que concurrieron a votar, lo que representa, sin embargo, solamente el 34 por ciento del padrón total. Si estos datos no fueran reveladores, por sí mismos, de la confusión y contradicción de los resultados, alcanzaría para demostrarlo el 50 por ciento de los votos emitidos (32 por ciento del padrón) que obtuvo el punto de adelantar las elecciones presidenciales. Es decir que el electorado votó en forma simultánea por el respaldo al presidente y a su política y por nuevas elecciones para presidente y para otra política. ¿Era en previsión de estos resultados que la Corte Constitucional dictó antes de la votación una resolución que exigía la mitad más uno de los votos emitidos sólo para los puntos de respaldo al presidente y a su política, y la mitad más uno, pero de la totalidad del padrón, para convocar a nuevas elecciones? Cómo este último criterio se aplicó también para el voto por el adelanto de las elecciones parlamentarias, que sólo obtuvo el 44% (aunque el 68 por ciento de los votos emitidos), la resultante es que todo deberá quedar igual, con el mismo presidente, el mismo parlamento, la misma política económica y la misma impasse política. El referéndum no resolvió estrictamente nada, y menos aún cuando se tiene en cuenta que Yeltsin no consiguió la mitad de los votos emitidos en más del 45 por ciento de las repúblicas y regiones autó-nomas de Rusia. En cierto modo, el electorado reprodujo, el domingo último, la misma impasse que se produjo algunas semanas atrás en el Congreso de Diputados de Rusia, cuando fracasaron al mismo tiempo las mociones presentadas, una para destituir a Yeltsin, la otra a su rival, el presidente del parlamento.


Ocultamiento


Dada la completa falta de independencia política de las masas de Rusia respecto a la burocracia, estos resultados reflejan la profunda división que sufre esta burocracia, de un lado, en especial entre dife-rentes intereses regionales y ocultan, del otro lado, el sutil juego de las fracciones más poderosas de esa burocracia por acaparar por completo el poder político. Sosteniendo a Yeltsin, y más que a éste a la institución presidencial, como un factor de centralización del Estado, esa burocracia acicatea permanentemente al parlamento contra Yeltsin para imponerle a éste la defensa de sus intereses materiales más preciados, el principal de los cuales es el control de las privatizaciones y la apropiación de la propiedad estatal.


Las pruebas no faltan: mientras la prensa mundial relataba, una y otra vez, las rencillas inacabables entre el presidente y el “soviet” ruso, con acuerdos que duraban lo que canta un gallo seguido de desacuerdos que demoraban lo mismo en desvanecerse, la burocracia que controla la gran industria rusa fue impo-niendo al gabinete de Yeltsin una política de crédito abundante, primero; la caída del primer ministro “liberal”, Gaidar, después; el nombramiento de uno de sus hombres, Víctor Chernomyrdin, en su lugar; y, recientemente, a otro de ellos, Lobov, como ministro de Economía. Yeltsin fue privado también de la posibilidad de emitir decretos, una facultad que quedó en manos del gabinete renovado. A pesar de todos los ataques de la prensa internacional, el control del Banco Central continuó imperturbable en manos de un hombre, Gereschenko, vinculado a los “capitanes de la industria”.


Es esta burocracia “empresarial” la que controla hoy el gabinete, tiene el voto decisivo en el Congreso y ha estructurado un frente político, la Unión Cívica, que es lo más parecido a un partido hoy en Rusia. Son las contradicciones en la Unión Cívica las que han impedido un desenlace más claro a la crisis, y las que también podrían llevarla a corto plazo a una escisión.


Privatización


Boris Yeltsin representa para la burocracia en general y los gerentes en particular, un escudo protector. Como hombre que hizo su carrera de los últimos años contra el “establishment” del partido comunista soviético, Yeltsin es visto por muchos sectores de las masas como un cruzado contra la bur-cracia. Esta función aparece por momentos realzada por los ataques que recibe de los “viejos” funcionarios. La burocracia empresarial, en cambio, aprovecha esta función de Yeltsin para parapetarse en el poder y darle su propio contenido a la pregonada “privatización”.


Un punto que está cobrando cada vez mayor importancia en las contradicciones de la Unión Cívica es la cuestión de la privatización de la tierra y la reglamentación de la propiedad del suelo en general. Yeltsin, que se acaba de declarar “protector de la propiedad privada”, ha pretendido transformarse en el abanderado del “mujik” (campesino) con la propuesta de que el tema fuera sometido al ple-biscito del domingo pasado, lo que fue sugestivamente rechazado. Pero la privatización de la tierra encuentra una gran oposición en el propio “mujik”, hostil a que los burócratas tengan el control de la división y reparto de las granjas colectivas. Por otro lado, sin propiedad privada del suelo es imposible desarrollar la propiedad capitalista en un país cuyo Estado asumió la defensa de la propiedad colectiva durante siete décadas. El crédito comercial y los grandes empréstitos son difíciles, cuando no imposibles, cuando no pueden obtener como garantía una pro-piedad inmueble. Sólo una férrea dictadura, controlada por el capital internacional, podría actuar como propietario único del suelo ruso para arrendarlo a la industria capitalista.


En el marco de la crisis política, el entrelazamiento entre la burocracia y el capitalismo internacional prosigue sin pausa. El Estado en Rusia ha dejado de ser “obrero” sin que las relaciones de producción capitalista se hayan todavía implantado en el país. El Estado protege hoy, no la propiedad colectiva, sino el desenvolvimiento de la propiedad privada y el enriquecimiento individual capita-lista. El reciente acuerdo con el FMI, resultante de las reuniones del G7, estableció las pautas de creación monetaria a las que deberá atenerse el Banco Central. Rusia está cobrando ya características semicoloniales.


Otro aspecto de las contra-dicciones de la burocracia “industrial” tiene que ver con los límites de la llamada “ayuda occidental” y con la tendencia proteccionista de las principales naciones capitalistas. La Comunidad Europea está considerando clasificar al aluminio ruso dentro de la “competencia desleal”. Al mismo tiempo, el fracaso de la política de la ONU en Yugoslavia puede conducir a una intervención directa de los ejércitos imperialistas, con graves consecuencias para la posición de la fracción occidentalista de la burocracia. Esto explica que la Unión Cívica y los grandes industriales de la burocracia no hayan deshauciado definitivamente la posibilidad de acuerdos con el ala “nacionalista” del Congreso, incluídos  fascistas, stalinistas y zaristas. Un des-plazamiento hacia el nacionalismo se manifestaría en la candidatura a la presidencia de Rutskoi, el actual vice de Yeltsin.


Hipótesis


Una parte importante de la clase obrera rusa apoyó a Yeltsin, cegada por la demagogia antiburocrática de este viejo burócrata, y por la creencia de que los planteos independentistas y autonomistas de éste serían un sinónimo de autogestión obrera en las grandes empresas, yacimientos y minas. Estas expectativas se han revelado como una ilusión; la situación de los mineros que encabezaron las huelgas contra Gorbachov, por ejemplo, ha empeorado extraordinariamente. En la reciente campaña por el referéndum amenazaron a Yeltsin con volver a ocupar las minas e ir a la huelga indefinida.


La “primavera parlamentaria” que está viviendo Rusia refleja simplemente la indecisión de los poderes del Estado y el empate entre las diferentes fracciones políticas. Es muy improbable que el marco parlamentario pueda subsistir como marco para el delineamiento y la delimitación más clara entre las diversas fuerzas políticas. Las variantes más probables serían un creci-miento de los conflictos inter-regionales y con la periferia nacional de Rusia, que progresivamente vaya habilitando al ejército a jugar un papel de árbitro y a ver nacer de su seno a un Bonaparte. Esta tendencia se reforzaría con un desplazamiento del occidentalismo por el nacio-nalismo o eslavismo. Un gobierno militar probablemente se vea obligado a recomponer parcial-mente la propiedad estatal para reactivar las fuerzas productivas, antes de recomenzar el camino de la privatización. La otra hipótesis es que el centro de gravedad lo pasen a ocupar las luchas obreras; que la situación se desplace hacia la izquierda; que surjan comités de huelga y consejos obreros. En esta última variante, dos factores son importantes, junto a la miseria creciente y a la impasse de la política de mercado: un reagrupamiento socialista revolucionario de la vanguardia y la evolución de la lucha de clases en el ámbito internacional, y dentro del este en Polonia y Checoslovaquia.