Se agudizará la lucha de clases

La burocracia de la IG Metall dio por terminada la huelga metalúrgica en el este alemán después de alcanzar un acuerdo en el Estado de Sajonia con las cámaras patronales de la metalurgia y la electrónica, el cual fue presentado como “modelo” para los restantes Estados  del este y para la rama siderúrgica.


El acuerdo pospuso por dos años y medio la igualación de los salarios entre el este y el oeste establecida en el acuerdo de 1991 (de abril de 1994 a diciembre de 1996), y por ocho meses el aumento que debía haberse efectivizado a principios de abril. La IG Metall aceptó, además, una reducción del aumento de este año (del 26 al 20%). Los obreros del este —que trabajan jornadas más largas, con vacaciones más cortas que en el oeste y que con salarios mensuales de 1.000 dólares, poco más de la mitad de los del oeste, deben pagar precios “occidentales” —han sido confirmados como reserva de mano de obra barata de la burguesía alemana.


A pesar de estas concesiones sindicales, el acuerdo fue originariamente presentado por la prensa como una “clara victoria sindical” con el argumento de que la burocracia habría logrado evitar el precedente de la ruptura unilateral de los acuerdos por parte de la patronal, y porque habría logrado que la patronal firmara un convenio colectivo, derrotando su pretensión de imponer convenios por empresa. Todo esto, sin embargo, es una pura ficción porque el acuerdo establece una “cláusula de opción de salida” que autoriza a las “empresas en dificultades” a posponer todavía más los aumentos y aun reducir su monto … es decir, a quebrar “legalmente” el convenio colectivo. Lo que la burocracia presenta como la “salvación del convenio” servirá, en realidad, como excusa para establecer la diferenciación salarial por empresas.


La burocracia nacional de la IG Metall tuvo grandes dificultades para imponer el acuerdo a las direcciones sindicales locales del este, “algo muy poco frecuente en el oeste alemán” (Clarín, 20/5). El convenio fue inicialmente rechazado por las direcciones locales de los metalúrgicos y de los trabajadores de la electrónica de Mecklemburgo, Pomerania Occidental y Berlín-Brandemburgo (tres de los cinco Estados en huelga) y por la dirección local de la rama siderúrgica. Los negociadores de los 20.000 siderúrgicos en Berlín-Bramderburgo calificaron el acuerdo de Sajonia como “un compromiso piojoso” (International Herald Tribune, 17/5). Lógicamente, “los sindicalistas (del este) estaban especialmente preocupados con el impacto potencial de la cláusula en el acuerdo de Sajonia que permite a los empleadores pagar salarios inferiores a los del promedio de la industria si la sobrevivencia de la compañía está en peligro”, pero “fundamentalmente… sospechaban sobre la forma en que la conducción de la IG Metall —manejada por el oeste— presionó primero por su ofensiva y convocó luego a una tregua cuando parecía tener a los empleadores en plena retirada”, (ídem). En esos tres Estados, la huelga duró cuatro días más, oportunidad en que “después de un debate interno por momentos muy agitado, la dirección sindical germana oriental acordó, a regañadientes, someter el acuerdo al voto de sus miembros para que sea ratificado” (Clarín, 20/5). Para lograr la aprobación del “convenio piojoso”, la burocracia de la IG Metall contó a su favor con la antidemocrática legislación alemana, que requiere que un acuerdo sea aprobado por apenas el 25% de los afiliados al sindicato (mientras exige el voto del 75% para ir a la huelga).


La función de un acuerdo ficticio


A pocas horas del comienzo de la huelga, “Prensa Obrera”  caracterizaba así la política de la burocracia de la IG Metall: “ … la burocracia sindical no plantea  un movimiento de conjunto; su esfuerzo huelguístico apunta, precisamente, a impedirlo. Tiene la expectativa de lograr que las patronales acepten un cronograma más dilatado para arribar a la igualación salarial, a pesar de que sabe que todos los pronósticos económicos conspiran contra la posibilidad de que los patrones puedan cumplir con ese eventual compromiso. Hasta cierto punto, a la burocracia ni siquiera le importa un acuerdo con características ficticias, porque lo que necesita es tiempo para adaptarse a las condiciones de crisis, recesión y depresión económicas” (Jorge Altamira, Prensa Obrera Nº 390, 5/5).


Efectivamente, la burocracia ha firmado este acuerdo ficticio y hasta lo ha reclamado. Con ello pretende ganar tiempo para lograr un acuerdo de conjunto con la burguesía y, además, evitar la cadena de huelgas que estallaría si las patronales lanzaran unilateralmente los planes de despidos y de reducción de salarios que le impone la aguda recesión alemana.


El acuerdo abre la discusión de lo que el “Financial Times” (18/5) llama “una nueva agenda en Alemania”: la reducción de los salarios reales en el oeste durante los próximos dos años, “ahora que la cláusula de ‘opción de salida’ establecida en el este puede empujar a los sindicatos y empleadores hacia una mayor flexibilidad salarial también en el oeste”; una mayor reducción en los gastos sociales y, finalmente, la imposición de jornadas más largas y vacaciones más cortas —lo que producirá una mayor desocupación y, en consecuencia, una mayor presión sobre los salarios. En resumen, la “nueva agenda” plantea generalizar al oeste las condiciones de superexplotación del este. Semejante “paquete” requerirá, naturalmente, un nuevo “pacto de solidaridad”, es decir un acuerdo general entre la burguesía, la burocracia sindical, el gobierno y la oposición socialdemócrata, aún más antiobrero que el firmado en marzo de este año.


La recesión alemana, “más profunda y duradera que lo que todos esperábamos”, según Theo Weigel, ministro de finanzas; la destrucción productiva del Ruhr, el corazón industrial del oeste; y la enorme crisis  fiscal, obligan a la burguesía alemana y a su Estado a montar un ataque a fondo contra las conquistas obreras en toda Alemania. En el curso de la huelga, varios medios de prensa reprodujeron la opinión de muchos obreros del este de que “la productividad de nuestra empresa es superior a la media de Occidente… disponemos de los mejores diseños y de la tecnología más avanzada… el problema es que quieren que desaparezcamos… las grandes empresas de Occidente quieren hacer desaparecer toda competencia” (Página 12, 14/5).


Semejante perspectiva plantea inevitablemente grandes choques de clase en Alemania. En estas condiciones, el desenlace de la huelga de la IG Metall ha puesto de manifiesto la inviabilidad de la política de la burocracia: pretender salvar las conquistas del pasado sin marchar a un enfrentamiento fundamental con la burguesía.