Suicidios en el ejército norteamericano

El ejército norteamericano es tan mortífero para sus soldados como para sus enemigos. En lo que va de 2009 ya se suicidaron 177 -incluidos oficiales de alto rango. Desde la invasión a Irak, en 2003, suman 600 los que se quitaron la vida. Y la cifra crece cada año: los 128 suicidas de 2008 ya habían superado el record de la guerra de Vietnam.

Fort Hood es la base con más alto índice de suicidas: 75 sólo entre enero y julio. En esta ciudad blindada -que alberga 50.000 soldados y es uno de los puntos principales de partida hacia Medio Oriente-, un psiquiatra militar, el comandante Nidal Malik Hasan, disparó contra sus compañeros dejando 30 heridos y 13 muertos. Más de los que había logrado matar la resistencia iraquí durante octubre. La familia dice que Hasan (39), de fe islámica, no quería ir a Afganistán, pero que sus jefes rechazaron su pedido. El fuego amigo también produce bajas en Irak: en mayo, un soldado mató a otros cinco en un centro de atención psiquiátrica en la base Camp Liberty, en Bagdad.

El ejército informó que tres de cada 10 veteranos de Irak y Afganistán -300.000 en total- tienen “problemas mentales graves”. El vicejefe del Estado Mayor, Peter Chiarelli, reconoce que un tercio de la tropa va a sufrir en el futuro esos síntomas (pesadillas, insomnio, depresión, entumecimiento emocional y sensación de estar al borde del abismo) y que las tasas de alcoholismo y drogadicción “son mucho mayores que en años anteriores”. Entre los que combatieron en Irak o Afganistán, “el promedio de quienes sufren el síndrome pos traumático pasó del 38 al 52% desde agosto de 2008”, dijo Chiarelli.

A veces, el ataque no es contra sí mismo. En enero, el New York Times reveló que 121 veteranos habían cometido “crímenes violentos”: violaciones y asesinatos, preferentemente contra la novia o la esposa, y también contra menores. Es lo que les enseñaron en Abu Grhaib. Preventivamente, el ejército construyó en Bagdad una clínica especializada en trastornos afectivos de pareja. También se comprometieron a hacer una amplia revisión de todos los soldados involucrados en crímenes violentos desde su regreso. “Es un paso después de negar que el combate sea un factor en la conducta violenta entre los soldados que regresan del frente” (New York Times, 6/11).

Los analistas explican la destrucción psíquica de los soldados porque “el ejército norteamericano está luchando en dos guerras y al límite de su capacidad. Los soldados van cada vez más seguido y se quedan más tiempo en el teatro de operaciones” (Clarín 15-11). El ejército alargó a 15 meses la permanencia en el frente, redujo a dos semanas el tiempo de descanso y “además cada soldado es enviado a la guerra hasta cuatro o cinco veces” (ídem). Este año, “43.000 miembros del servicio fueron clasificados como ‘no desplegables’ por razones médicas antes de ser despachados a Irak”, según el Centro de Vigilancia de Salud de las Fuerzas Armadas (IPS, 6/11).

El Pentágono ordenó un estudio que llevará cinco años, con un presupuesto de 50 millones de dólares, para evaluar la salud mental de las tropas e investigar por qué se matan. Una respuesta podrían darla los 5 sobrevivientes de un suicidio colectivo en el que murieron otros 16 soldados en una base militar de Irak, en agosto de 2008. Todos pertenecían a la Unidad 57 de la División de Transporte Aéreo, partícipes en una masacre de mujeres y niños en el norte de Bagdad (Prensa Web YVKE, 8/9/08). El general Collin Mc Guire, jefe de la Fuerza de Tareas de Prevención de Suicidios del Ejército (sic) opina que el asunto “es más complejo porque un tercio de los suicidas del 2009 nunca estuvieron desplegados en zonas de combate”, y porque la mayoría eran jóvenes de entre 18 y 27 años (EFE, 10/8).

Estados Unidos revienta a sus soldados en el frente y termina la labor cuando regresan. Según la corporación Rand, sólo la mitad de los que padecen stress postbélico han recibido tratamiento. Las familias de algunos suicidas denuncian que el ejército les “devolvió” al familiar totalmente trastornado, y que se negaron a volver a internarlo aunque la familia no pudiera pagar la atención médica.