Turquía: la victoria de Erdogan


Las elecciones turcas le han dado al partido del islamista Recep Tayyip Erdogan cerca del 50% de los votos y una mayoría absoluta en el parlamento, lo cual le permitiría avanzar en una reforma constitucional que amplíe sus atribuciones. El crecimiento del caudal electoral de Erdogan, de más de cuatro millones de votos, lo repone del golpe sufrido en las elecciones del 7 de junio, cuando no alcanzó mayoría propia y decidió convocar nuevas elecciones. En aquella oportunidad, el dato resonante fue la gran elección de la fuerza pro-kurda Partido Democrático del Pueblo (HDP), que logró el 13% y una bancada parlamentaria. Aunque logró superar nuevamente el piso prescriptivo del 10% y consagrar una bancada de 59 parlamentarios con cinco millones de votos (10,7%), esta fuerza perdió dos decenas de bancas con respecto a la elección de junio.


 


La política de Erdogan, y la base de su recuperación política, consistió en desarrollar un estado de guerra para mantenerse en el poder, presentándose como el hombre de la “estabilidad” frente al “terror”. Poco antes de las elecciones, uno de los peores atentados terroristas de la historia del país dejó más de cien muertos en Ankara, en una marcha que expresaba un principio de unidad entre la clase obrera turca y el movimiento nacional kurdo, frente que el gobierno pretende cortar de cuajo. Atribuido al Estado Islámico (EI), no se descarta la participación directa -o, como mínimo, la complicidad y negligencia- del aparato estatal turco.


 


Previamente, otro atentado atribuido al EI, contra una manifestación pro-kurda en Suruç, dinamitó los diálogos de paz entre el gobierno y el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), que participa del HDP. El gobierno impuso el estado de sitio en distritos kurdos durante el proceso electoral y buscó arrastrarlos a la guerra. El atentado de Suruç, a su turno, fue usado por Erdogan como pretexto para movilizar tropas a la frontera con Siria y permitir el uso de sus bases aéreas a Estados Unidos. Detrás de un aparente giro contra el EI, el objetivo del régimen turco es el aplastamiento de las milicias kurdas del norte sirio y una mayor influencia en dicho país -el gobierno de Turquía es un acérrimo enemigo de Al-Assad y la intervención militar rusa ha complicado sus ambiciones.


 


Como resultado de su orientación belicosa, Erdogan habría conseguido arrebatar una masa de votantes al religioso Partido de Acción Nacionalista (MHP, ultraderecha), que cayó cuatro puntos, y circunscribir a las fuerzas pro-kurdas (que han recibido el apoyo de movimientos sociales y la izquierda, entre ellos el DIP -Partido Revolucionario de los Trabajadores, integrante de la CRCI) a sus regiones históricas.


 


La Bolsa turca ha saludado el triunfo de Erdogan con un alza importante. Turquía enfrenta un proceso de desaceleración económica que empujará al gobierno a ajustar las clavijas contra los trabajadores.


 


Nuevo escenario 


 


Pocas horas después de finalizadas las elecciones, el régimen turco bombardeó posiciones de la guerrilla kurda en el sudeste del país y acentuó la detención de periodistas. Erdogan aprovechó también su fortalecimiento político para avanzar en detenciones masivas contra integrantes del llamado clan Gülen, orientado por un líder religioso islamista que colaboró con la llegada de Erdogan al poder en 2002, pero luego se enfrentó a él.


 


La victoria de Erdogan favorece esta escalada reaccionaria, que apunta a aislar y someter al movimiento nacional kurdo y la resistencia de los trabajadores y la juventud turca, influida por las revoluciones que estremecían a las naciones vecinas. Paradójicamente, la región que abrió un rumbo con la Primavera Arabe y las revueltas de Parque Gezi en Estambul corre el peligro de convertirse en un epicentro de la contrarrevolución, con la guerra de Siria y el enfrentamiento fraticida ente las etnias, la catástrofe de los refugiados, la escalada bestial contra los palestinos y la dictadura de Al-Sisi en Egipto -que tiene decenas de miles de presos políticos y proscribió a la oposición en las recientes elecciones parlamentarias truchas.


 


Este giro político que se opera en la región mediterránea advierte sobre los grandes problemas que esta etapa política, dominada por la bancarrota capitalista, plantea a la izquierda revolucionaria.