Turquía: Rebelión popular en el corazón del Medio Oriente

A medida que pasan los días, la movilización popular crece en forma proporcional a la crisis política.


Por un lado, ha ganado en extensión y masividad. Prácticamente en todas las ciudades, empezando por las 48 capitales de los distritos -especialmente en Ankara, capital del país-, hay concentraciones cada vez más masivas que se renuevan constantemente. En Estambul, donde se originó la rebelión, los manifestantes se han apropiado del emblemático parque Taskim, acampando allí y en asamblea permanente. La consigna que se ha generalizado es el reclamo de que se vaya Erdogan.


Luego de amagar con una actitud contemporizadora, Erdogan volvió a su libreto inicial y denunció con toda clase de insultos y epítetos a los manifestantes. Se ha lanzado a desalojar a los ocupantes de la plaza Taskim, y la represión y la violencia policial se han intensificado en el resto del país. Centenares de policías antimotines desalojaron a los manifestantes de la Plaza de Kizilay, en Ankara. Erdogan ha puesto en movimiento a sus propios adherentes, improvisando movilizaciones de su base adicta en apoyo al régimen. No hay que descartar que sean utilizados como fuerzas de choque contra la rebelión en desarrollo.


Por lo pronto, toda esta escalada del Primer ministro trajo como consecuencia una profundización de las grietas y fisuras en el propio oficialismo. Tanto el presidente Abdula Gul como el vice primer ministro vienen tomando más distancia a medida que pasan los días y han vuelto a reiterar “la necesidad de escuchar la queja de los manifestantes”, en un claro desafío al jefe de gobierno. El poderoso movimiento político-religioso de Detulka Gulen, el equivalente a un Opus Dei musulmán implantado en las universidades, amenaza también con darle la espalda al Primer ministro si no abandona su línea intransigente. Todos estos sectores no han hecho otra cosa que colocarse en la misma longitud de onda que el imperialismo. “Las declaraciones del Primer ministro turco fueron criticadas con dureza por Estados Unidos, uno de los aliados de Turquía en la Otan (Ambito, 7/6). La vocera del departamento de Estado norteamericana declaró su apoyo a los manifestantes y condenó lo que denominó “una retórica inútil (refiriéndose a Erdogan), que no contribuye a apaciguar la situación en Turquía” (ídem). En el mismo sentido, se han pronunciado Merkel y la Unión Europea.


Existe una presión de Occidente a favor de un acuerdo con las direcciones reformistas del movimiento y blindar a Turquía, la cual constituye hoy una de las principales cartas del imperialismo en la estabilización en el Medio Oriente, comenzando por Siria.


La oposición trabaja en la misma dirección, en la búsqueda de un fórmula de compromiso que desactive la sublevación popular.


Si Erdogan persiste en su estrategia, no hay que descartar que la crisis termine por llevárselo puesto.


Estamos ante una crisis de poder y lo que se plantea es que los trabajadores cuenten con una orientación independiente de las salidas capitalistas en danza. Una cuestión clave es la extensión del movimiento. Cuando más se generalice, más difícil será que las maniobras que se están maquinando entre sectores del oficialismo y la oposición patronal prosperen. Los trabajadores han empezado entrar en acción. Una reciente huelga de dos días fue convocada por la Confederación de Sindicatos del sector público (Kesk) y la Confederación Sindical de Obreros Revolucionarios (Disk), los que dicen representar 240 y 350 mil miembros respectivamente. Los esfuerzos más consecuentes dentro del movimiento están apuntando en esa dirección: desenvolver la deliberación popular por medio de asambleas, en especial en el movimiento obrero, e impulsar la consigna y la perspectiva de la huelga general.