Un Fox en el gallinero

Los resultados de las elecciones de principios de julio en México han provocado ‘euforia’ en Wall Street, el centro financiero norteamericano. No es para menos: el ganador, Vicente Fox, candidato del Partido Acción Nacional, plantea transformar a la asociación económica con Estados Unidos y Canadá en un equivalente a la Unión Europea, lo que significa que la política monetaria mexicana pasaría a ser decidida por la banca central norteamericana. Esta virtual dolarización de México estará acompañada por la privatización en gran escala de la energía y del petróleo, y por la completa flexibilización del régimen laboral. La expectativa de Fox (que significa zorro en inglés) es que una masiva incorporación de capital norteamericano a México, que debería ser la consecuencia de la armonización del régimen legal y monetario de este país con su tutor norteño, retenga la fuerza de trabajo y limite, como resultado, la inmigración ilegal de mexicanos a Estados Unidos. A esta perspectiva se refiere Fox cuando dice que su propósito es lograr un acuerdo de libre movilidad de las personas entre los países del Acuerdo de Comercio de América del Norte.


De cualquier modo, el mayor motivo de regocijo para los grandes pulpos yanquis es que se haya logrado dar una salida de derecha de este alcance a la crisis del PRI, en el marco de las elecciones regulares. Semejante desenlace, después de todo, no era previsible ni sencillo en un país que bate los récords de niveles de pobreza; donde una reciente huelga extraordinaria en la Universidad mostró tendencias profundas de exasperación y de lucha; en el cual sigue latente la crisis de Chiapas; y donde su partido de centroizquierda, el PRD, que gobierna la capital y que ha vuelto a ganarla recientemente, era hasta hace poco el candidato más seguro a quedarse con una sucesión del PRI. Planteado en otros términos: en lugar del camino ‘clásico’ de reconvertir hacia sus intereses a los partidos nacionalistas o centroizquierdistas que capitalizan el descontento popular, como los yanquis han hecho primero con el peronismo y Menem y luego con la Alianza (en especial el Frepaso), en Argentina, o con el PS de Lagos en Chile; en México consiguieron, en lugar de esto, que la derecha se convirtiera en la alternativa política democrática directa. Es lo que han tratado de hacer en Perú recientemente, con el fracasado Toledo, y lo que tratarán de hacer próximamente en Brasil en oposición a una nueva candidatura centroizquierdista de Lula.


Este especial éxito político del imperialismo explica que sus voceros caractericen que el desplazamiento del PRI ha sido una consecuencia de la ‘globalización’. Lo que quieren decir con esto es que el proceso democrático puede ser debidamente manipulado, por una combinación de recursos financieros y de recursos políticos. En México, en efecto, los círculos del gran capital yanqui lograron, primero, comprar o alquilar un partido históricamente clerical, es decir anti-liberal, y ponerle al frente a un ejecutivo de su propia tropa, Fox, un ex gerente de Coca-Cola. Pero Fox, un llanero solitario, solamente pudo rivalizar con la enorme maquinaria estatal del PRI gracias a la enorme caja de campaña que le proveyeron esos mismos mentores yanquis y sus asociados mexicanos que operan en el norte del país. Del otro lado, sin embargo, el imperialismo incorporó a su programa toda la demagogia vacía del centroizquierdismo y, en un determinado momento, también a sus principales representantes. Es así que hoy revista como asesor de primer plano de Fox el politicólogo Jorge Castañeda, quien ha sido durante todo este tiempo el nexo oficial del centroizquierdismo latinoamericano del Chacho Alvarez, Lula y Tabaré Vázquez, con el Departamento de Estado de los Estados Unidos.


Esta operación político-electoral del gran capital financiero yanqui en México debería ser suficiente para disipar cualquier especie de que la democracia formal es en sí misma un instrumento de la soberanía popular. El entusiasmo de los yanquis obedece, en definitiva, a que les han dado resultado los métodos que se vienen aplicando históricamente en los Estados Unidos y a que esto les confirma la ilusión de que se podría ‘norteamericanizar’ no solamente la economía sino también la política mundiales.


El hábil empalme entre la centroizquierda y la derecha se manifestó en la capital, donde el electorado votó al PRD para la gobernación y al PAN de Fox para la presidencia. Pero es en Chiapas donde se percibe el alcance de toda la trama. En este Estado convulsivo, se ha formado una alianza entre ocho partidos, que incluye al derechista PAN y al centroizquierdista PRD, para participar de las próximas elecciones para gobernador. El candidato, Pablo Salazar, le suma al rejunte su condición de ex dirigente del PRI y su obediencia protestante. Según el corresponsal del Financial Times (19/7), “la inclusión de fuerzas de izquierda en su coalición le ha ganado (a Salazar) el respeto de los partidarios del Frente Zapatista… Ni la sociedad civil ni los zapatistas confían en gente con la trayectoria de Fox. Por eso es importante para Fox contar con Pablo Salazar si desea un eventual diálogo con el FZLN”. La coalición PAN-PRD no tendrá ningún inconveniente en tomar como propios los discursos ‘humanistas’ del zapatismo, mientras el resultado final sea el respaldo al régimen político vigente en su versión post-priísta.


Está fuera de cualquier duda que el imperialismo yanqui se esforzará por hacer valer los resultados de las elecciones mexicanas en su política latinoamericana, en especial para desarmar a la guerrilla colombiana y revertir de paso, en forma indolora, la experiencia chavista en Venezuela, y consecuentemente reducir los espacios de independencia de Cuba. El nuevo gobierno de México se sumará con fuerza a la coalición de la Unión Europea que ha venido a suplementar a Clinton en propósito de ‘pacificar’ el campo colombiano y superar la descomposición de sus gobiernos. Pero, sea como fuere, la amplitud de las crisis mexicana y latinoamericana supera la capacidad de los regímenes democratizantes, no importa la habilidad o astucias que hayan demostrado sus financistas y políticos. La misma tentativa de dolarizar a México y privatizarlo todavía más, augura crisis aún mayores que las que representó la deuda externa, el levantamiento de Chiapas, los crímenes del narcotráfico y la corrupción, o las huelgas últimas de obreros y estudiantes. Frente a este panorama inmenso, lo único que se le ha ocurrido a la dirección derrotada del PRD es ofrecerse como árbitro parlamentario entre el PRI y Fox, o sea explotar los entresijos del maltrecho parlamentarismo (Cuauhtemoc Cárdenas, en Página/12, 9/7). En oposición a semejante incapacidad política y al agotamiento del zapatismo, en México se plantea con enorme vigor la necesidad de un partido revolucionario. La victoria del gringo Fox