Un vergonzoso traspié de Pablo Rieznik

En el parágrafo de su defensa de la dictadura del proletariado titulado “Historia y moral” (PO 830), Pablo Rieznik comete lo que a mi juicio es una metida de pata descomunal, cuando escribe lo siguiente: “…dice el intelectual ruso Boris Kagarlitsky, (que) entre sobrevivir ‘a la Lenin’ y perecer ‘a la Allende’, prefiere esta última porque, según él, tiene mayor calidad moral”.


Y agrega Rieznik: “Habrá que preguntar si piensan lo mismo los miles de asesinados por Pinochet y el conjunto de la clase obrera chilena, que fue empujada cincuenta años atrás en su historia”.


Por empezar, lo dicho por Rieznik me parece una falta de respeto enorme hacia un militante comunista que – según entiendo – se bancó en carne propia al régimen estalinista y sabe de qué habla. A los muertos nada puede preguntárseles, o al menos no puede esperarse que respondan. Pero sí puede interrogarse a los sobrevivientes (y entiendo que Kagarlitsky es, de alguna manera, un sobreviviente).


En segundo lugar, al decir aquello, Rieznik apela a un recurso digno del más rasante demagogo pequeño-burgués, porque las víctimas de una situación catastrófica y atroz invariablemente denostarán la situación de la que son o fueron víctimas, pero nada autoriza a Rieznik a prejuzgar el contenido político de dichos denuestos: si los trabajadores masacrados por Pinochet pudieran opinar, quizás cuestionarían – por izquierda – duramente a Allende. Y quizás no. Hay muchos ejemplos de víctimas “arrepentidas”. Y no es extraño, ya que la eliminación física de la vanguardia es solamente uno de los fines de los regímenes de fuerza contrarrevolucionarios. Otra de sus funciones es, por ejemplo, desalentar la radicalización política de la conciencia de los explotados que no hayan sufrido la represión de modo directo, y así llevarlos a arrepentirse de haber desafiado el poder de la clase capitalista. Y prueba de ello, lamentablemente, la dan muchos activistas que fueron secuestrados, torturados y presos durante largos años, y que cuando reanudaron la actividad política optaron – en su mayoría – por situarse más a la derecha de lo que habían estado en el ‘72. ¿O acaso Pablo Rieznik no se acuerda de cuando – por el ‘82 – el ex desaparecido y preso de la dictadura Dante Gullo extendía tan intencionada como desmesuradamente sus “intervenciones” en la sede universitaria de Marcelo T., al sólo efecto de restar tiempo a las del “trosko” Rieznik, también ex desaparecido?


Pero no termina acá la cosa: si hay que preguntarse por las opiniones de las víctimas sociales de un régimen, ¿por qué no preguntarse, por ejemplo, qué pensarían los aproximadamente diez millones de campesinos asesinados por Stalin? Está claro que la mayoría del campesinado masacrado (campesinado que en su conjunto constituía la abrumadora mayoría del pueblo ruso) mantenía en esos tiempos una mentalidad pequeño-burguesa y hostil a la dictadura del proletariado (lo que forma parte de otro debate político). Probablemente los rusos, como Kagarlitsky, sientan el peso de semejante pregunta. Y digo esto sin asumir ningún compromiso de principios con Kagarlitsky, cuyas limitaciones políticas han quedado a la vista para quienes pudimos leer lo que publicó en En Defensa del Marxismo. Pero una cosa son las limitaciones políticas de una víctima directa del régimen estaliniano, y otra muy distinta la cómoda pretensión, por parte de un cuadro intelectual de otra generación y de otro país, de juzgar con ligereza terremotos histórico-sociales que lejos está de haber jamás experimentado. Y digo esto con todo el respeto que me merece Pablo Rieznik, de quien sé perfectamente que estuvo secuestrado por alrededor de dos semanas, antes de que la movilización internacional lo arrancara de las mazmorras de la dictadura de Videla para ponerlo a salvo en Francia, donde pudo incluso recibir – si no me falla la memoria – un título universitario de La Sorbonne.


Encuentro oportuno rescatar ahora una expresión de Jorge Altamira que a meses del Argentinazo (y a días del levantamiento venezolano que quebró el golpe antichavista) hizo pública – si mal no recuerdo – en la Facultad de Ciencias Económicas. Dijo Altamira en esa ocasión algo no tan diferente de los conceptos de Kagarlitsky (aunque, desde luego, J.A. no tiene las mismas limitaciones políticas que el ruso): que a su juicio era preferible renunciar al poder revolucionario conquistado, si mantenerlo suponía contradecir de un modo irreversible el programa revolucionario y, por lo tanto, envilecerlo y desprestigiar profundamente, de cara a la clase obrera internacional, la causa de la revolución socialista y la dictadura del proletariado. Dijo también Altamira que solamente habría encontrado admisible emplear el poder del Estado (obrero degenerado) contra la voluntad mayoritaria de las masas, si ello hubiera sido, además de obligado, seguramente transitorio.


Comparto esta apreciación de Jorge Altamira – si es que la entendí correctamente – , y creo que es el aspecto que verdaderamente hay que sacar a luz para que se entienda qué es lo que realmente “asusta” a muchos revolucionarios de corazón cuando se habla de la dictadura del proletariado. No solamente debe discutirse la montaña de macaneos – políticos, teóricos e históricos – que hay detrás de la claudicante impugnación a la dictadura del proletariado por parte de la izquierda pequeño-burguesa. Tanto o más importante es analizar y delimitar el grano de verdad que, de un modo desfigurado, expresa dicha impugnación, y que es el que permite que posiciones contrarrevolucionarias puedan ser masivamente aprobadas por activistas que, al menos desde un punto de vista subjetivo, dedican su vida a la lucha contra el capitalismo y por la revolución socialista. Porque esos activistas constituyen, después de todo, el material humano que la vanguardia clasista debe ganar para sí, no sólo mediante diatribas y recusaciones lapidarias o sumarias, sino mediante el deseo verdadero de comprender los motivos – seguramente justificados – de sus inquietudes.


Por lo demás, encuentro correctas y hasta brillantes las demás partes del artículo de Rieznik, especialmente el parágrafo que titula “Trotsky y la democracia”.


Saludos revolucionarios.