Una crisis anunciada

Después de una seguidilla de récords alcistas de casi dos años, el jueves 13 se derrumbó la Bolsa de Nueva York: en una sola jornada cayó el 2,3%, el equivalente a una pérdida de capitalización de varias decenas de miles de millones de dólares. Se trata de la mayor caída en los últimos ocho meses.


Todos los diarios señalan que la causa de esta caída sería la ‘fortaleza’ de la economía norteamericana: “cuanto más fuerte se muestra la economía de los Estados Unidos, más vulnerable se hace la Bolsa de Nueva York” (Clarín, 14/3). Para estos analistas, la caída habría comenzado cuando se difundieron los índices de ventas minoristas de febrero, que registraron un aumento del 0,8% … en lugar del 0,5% esperado. ¡Una divergencia de tres milésimas en un índice habría causado la pérdida de decenas de miles de millones!


Hasta 24 horas antes de que cayera Wall Street, estos mismos diarios explicaban que las continuas subas en la bolsa obedecían … a la‘fortaleza’ de la economía norteamericana. Según esa opinión mayoritaria, la espectacular valorización bursátil del 85% en los últimos dos años habría sido la consecuencia del crecimiento de la producción, ininterrumpido y sin inflación, en el curso de los últimos cinco años.


La ‘fortaleza’ de la economía norteamericana tendría la milagrosa virtud de explicar la suba y la caída de la Bolsa. En otras palabras, los‘explicadores’ no explican nada.


La ‘fortaleza’ de la economía norteamericana


La economía norteamericana creció ininterrumpidamente en los últimos cinco años a una tasa promedio del 1,9% anual. Si se la compara con las registradas en períodos anteriores –4,3% anual entre 1960 y 1973; 3,1% entre 1973 y 1979; 2,9% entre 1979 y 1990–, se observa que la actual es la ‘recuperación’ más frágil, lenta y precaria de que se tenga memoria.


Esta debilidad se verifica, también, en la sistemática caída de la tasa de inversión en nuevos bienes de capital: entre 1990 y 1993 alcanzó apenas el 1% del producto bruto, muy por debajo del 2,5% registrado hacia finales de la década del 80 y del 4% registrado entre 1965 y 1969 (datos de la OCDE, informe anual de noviembre de 1996).


La sistemática caída de los índices de crecimiento y de inversión en nuevos bienes de capital revela una tendencia de largo plazo al estancamiento. Salta a la vista, entonces, que un anémico crecimiento del 4% en los últimos dos años no puede haber provocado una valorización del 85% de las acciones.


Para algunos, esta valorización habría obedecido al enorme crecimiento de los beneficios de las grandes corporaciones, que han alcanzado niveles récord: 635.000 millones en 1996. Más importante aún, la tasa de beneficio –según cálculos de la OCDE– ha crecido del 7,6% en las décadas del 70/80, al 10,8% en la actualidad.


Como no se ha producido un crecimiento de la producción o de las inversiones que justifique el aumento de los beneficios (al contrario, éstas progresan a una tasa decreciente), salta a la vista que las ganancias provienen, enteramente, de la mayor superexplotación de la clase obrera norteamericana, a la que se le ha impuesto una sistemática baja en los salarios y una “flexibilización laboral sin precedentes” (Time, 24/2).


Ahora bien, ¿cómo ha capitalizado la burguesía norteamericana esta enorme masa de beneficios si, como muestran las estadísticas, no ha expandido significativamente la producción y la inversión en nuevos bienes de capital? Aunque una pequeña parte de estos beneficios se ha dirigido a monopolizar la economía latinoamericana, la mayoría se ha derivado hacia los circuitos especulativos.


La inflación de los activos bursátiles, en consecuencia, no estaría reflejando la ‘fortaleza’ de la economía norteamericana, sino la ausencia de posibilidades productivas –tanto en Estados Unidos como en el exterior… es decir, la debilidad de la economía mundial tomada en su conjunto.


Desequilibrio internacional


El ciclo ascendente de la Bolsa de Nueva York no era la expresión de la ‘fortaleza’ de la economía norteamericana –que, como se ha señalado, es inexistente–, sino de un profundo desequilibrio de la economía internacional. Esto porque los récords de Wall Street eran la contrapartida del hundimiento financiero japonés.


Los bancos y financieras japoneses enfrentan una cadena de quiebras y liquidaciones como consecuencia de las montañas de deudas incobrables que dejó la especulación bursátil e inmobiliaria de fines de la década del 80. Para salvarlos, el gobierno emitió decenas de billones de dólares y ha llevado la tasa de interés al insignificante 0,5% anual, inferior a la inflación. En conseuencia, dice un economista, “aquí en Japón hay una situación extraordinaria … el dinero es gratis” (The New York Times, 22/2).


“Como resultado –continúa– la gente está sacando el dinero de Japón en búsqueda de mayores beneficios, alimentando los mercados de valores y bonos de Nueva York … Los inversores vienen a Japón a tomar fondos, convertirlos en dólares y llevárselos” (ídem). Las inversiones en dólares provenientes de Japón se han triplicado en el último año, hasta alcanzar 43.000 millones de dólares. “Sin embargo, algunos economistas y analistas dicen que esta cifra empequeñece el monto (real) de los préstamos tomados en yenes, la mayor parte del cual no puede ser seguido cuando esos fondos son tomados en Europa”. Este último rubro alcanza de ¡40 a 60 mil millones de dólares por mes! (ídem). La natural conclusión es que “estamos en presencia de una nueva burbuja”(ídem).


Esta fenomenal demanda de dólares explica que, a pesar de la política fuertemente emisionista del gobierno norteamericano, el dólar se haya revaluado un 50% contra el yen y un 20% contra el marco en los últimos dieciocho meses. Y es la causa fundamental y decisiva del crecimiento ininterrumpido de las cotizaciones accionarias en Wall Street.


El ‘efecto riqueza’


Los bancos y las grandes casas financieras, claro, obtuvieron monumentales ganancias de la inflación bursátil … pero actuando como meros intermediarios y comisionistas. En efecto, “muy poco (del volumen de la nuevas emisiones de bonos y acciones) ha quedado en los bancos como inventario; la mayor parte ha sido colocada entre los inversores” (International Herald Tribune, 24/2).


La clase media alta e, incluso, una parte de la clase media norteamericana, se han atiborrado de acciones y bonos, muchos de ellos considerados ‘bonos basura’ … como los de la deuda externa latinoamericana. “Según las estadísticas de 1992, directa o indirectamente, 51,3 millones de estadounidenses poseen acciones. Un número que representaba entonces el 37,4% de la población adulta (33,2% en 1983) y ciertamente aumentó en proporciones importantes en los últimos cuatro años” (Le Monde, 30/10).


En consecuencia, “los consumidores han disfrutado en los últimos dos años de ganancias extraordinarias en sus ingresos reales a través del mercado de valores”. Efectivamente, “la revalorización de las acciones generó desde finales de 1994 una diferencia de cuatro billones de dólares, y eso debe haber tenido una gran influencia sobre los gastos de los consumidores” (La Nación, 4/3).


Si se considera que las familias con ingresos superiores a los 50.000 dólares anuales, que son las que se han volcado al mercado de acciones y bonos, son responsables por el 55% del consumo interno, y que, además, los beneficios bursátiles han servido para bancar “una explosión de financiamiento de casi 800.000 millones que se dirigió desde principios de los 90 a las familias de ingresos modestos o alcanzadas por la caída de sus ingresos corrientes” (ídem), lo que tenemos es que el consumo norteamericano se ha sostenido por el llamado ‘efecto riqueza’ provocado por la valorización bursátil, es decir, por la ‘burbuja’ especulativa montada alrededor del ‘dinero gratis’japonés. En otras palabras, que contra la opinión generalizada de los ‘especialistas’, la realidad demuestra que la enorme inflación especulativa es el motor del anémico crecimiento del producto norteamericano … y no al revés.


La contrapartida de este ‘crecimiento’ especulativamente inducido es que “las deudas de los consumidores están cerca de sus topes históricos, como lo reflejan el crecimiento de las tarjetas de créditos morosas y de las quiebras personales (1,1 millón en 1996) …es dramático el aumento de la carga de la deuda de las familias con ingresos de 50.000 dólares anuales o más” (ídem), que incluso, se han endeudado para comprar acciones.


Perspectivas


Ya antes de la caída, muchos analistas sostenían que la Bolsa norteamericana había entrado en un período de “extrema volatilidad” e”incertidumbre”, y algunos llegaban a sostener que “hay más fragilidad del sistema que lo que generalmente se reconoce” (Time, 24/2). Incluso, a fines de febrero, “las máximas autoridades financieras de los Estados Unidos comenzaron a analizar medidas de emergencia, ante un eventual ‘crack’ bursátil … Según The Washington Post, el grupo de trabajo que examina la situación es definido como un virtual Consejo de Guerra listo para actuar ante el primer signo de debacle de la Bolsa neoyorquina … El objetivo a cumplir es que una caída de los mercados bursátiles no afecte al resto del sistema monetario, financiero y bancario” (El Cronista, 25/2).


Los factores que empujan en esta dirección son múltiples: el insostenible endeudamiento de las familias, que podría provocar una caída del consumo y la consecuente caída de los beneficios. Otro es que “el creciente déficit comercial norteamericano, gracias al dólar fuerte, podría finalmente ser la chispa de una estampida de los inversores externos del mercado de bonos norteamericanos, lo que llevaría las tasas de interés hacia arriba y desplomaría la economía” (ídem). Una recuperación japonesa –con la consiguiente alza de las insignificantes tasas de interés en Japón– o, por el contrario, una agudización de la crisis japonesa, que obligaría a una repatriación de los capitales nipones invertidos en Wall Street, también provocarían un derrumbe bursátil en los Estados Unidos.


Las ‘advertencias’ de Greenspan acerca de la “sobrevaloración irracional” de las acciones, revelan su preocupación por ‘desinflar’ la‘burbuja’ antes de que se produzca un estallido catastrófico … pero ésa podría ser, precisamente, la causa que precipite la caída. A principios de la década del 90, el intento del gobierno japonés por ‘desinflar’ su propia ‘burbuja’ especulativa provocó una depresión y una ola de quiebras bancarias y financieras de las que todavía hoy, casi cinco años después, no ha logrado recuperarse.