Una devaluación no tan encubierta

En los tres primeros meses del año, el déficit comercial brasileño ascendió a 3.000 millones de dólares, lo que lleva a un pronóstico de 12.000 millones para todo 1997. Es más del doble del déficit comercial de 1996 (5.500 millones) y casi el cuádruple del registrado en 1995 (3.300 millones) (La Nación, 25/3). Sólo en la semana que va del 18 al 25 de marzo, exactamente antes de que el gobierno decidiera restringir las importaciones, la salida de divisas por motivos exclusivamente comerciales alcanzó 750 millones de dólares (Gazeta Mercantil, 28/3).


El gobierno brasileño recurrió al arma “más inmediata y menos mortífera” (Clarín, 29/3) que tenía a mano: restringir las importaciones mediante la prohibición de la financiación de las compras al exterior. “Hicieron esto para no tomar la medida más drástica: una devaluación” (ídem). Que un equipo económico ‘anti-devaluacionista’ como el brasileño se viera obligado a considerar la necesidad de una devaluación para salir de la crisis de la balanza comercial revela la envergadura de la crisis del ‘plan real’.


La cuadruplicación del déficit comercial brasileño en el lapso de dos años es la consecuencia de la enorme sobrevaluación de la moneda provocada por el ‘plan real’ y la entrada de una enorme masa de capitales especulativos alentados por la ‘seguridad’ que les da el tipo de cambio fijo. La sobrevaluación de la moneda afecta negativamente las exportaciones, alienta las importaciones y exige tomar mayor deuda externa para financiarla.


Como consecuencia del crecimiento del déficit comercial y de los intereses de la deuda externa, este año Brasil deberá pagar alrededor de 40.000 millones de dólares a sus acreedores externos (Gazeta Mercantil, 28/3). Con reservas por 60.000 millones de dólares, el diario financiero caracteriza que “la relación entre las reservas y el déficit de cuenta corriente (que computa el conjunto de los ingresos de divisas menos los egresos) está en 1,5 –un nivel que puede ser considerado crítico” (ídem). El diario paulista recuerda que la crisis financiera argentina de fines de la década del 80 explotó cuando esta relación cayó a 1,4 y que el ‘tequilazo’ mexicano estalló como consecuencia del imparable crecimiento del déficit comercial (a fines de 1994, las reservas mexicanas apenas equivalían al monto del déficit en cuenta corriente) (ídem). Las comparaciones que elige el diario financiero brasileño ilustran la explosividad de la crisis.


La sobrevaluación de la moneda, sumado al reemplazo de la producción por la importación, provocó una parálisis industrial y un fenomenal aumento de la desocupación. En Brasil está sucediendo lo que Prensa Obrera pronosticó hace ya dos largos años: “Brasil, como ocurrió con Argentina entre 1991 y 1993, marcha hacia elevados déficits comerciales, para mayor perjuicio de la industria y para mayor vulnerabilidad ante los movimientos de capital especulativo” (nº 453, 27 de junio de 1995).


La ola de quiebras provocada por la sobrevaloración de la moneda explica la enorme presión de un ala de la burguesía brasileña en favor de una devaluación. Pero una devaluación provocaría la cesación de pagos y la imposibilidad de resarcir las inversiones que se encuentran en títulos y acciones. Como en México en 1994, un derrumbe de Brasil tendría consecuencias internacionales ya que ha sido uno de los países elegidos por los especuladores internacionales para compensar los beneficios decrecientes que se obtienen en sus países de origen.


En esta dirección, la prohibición de la financiación externa de las importaciones, a la vez que constituye una desvalorización de la moneda brasileña –la Gazeta Mercantil (28/3) calcula esta desvalorización en el 4%– es también un intento de evitar una devaluación formal del real (puesto que la desvalorización sólo rige para las importaciones pero no para las colocaciones financieras). Pero esta devaluación ‘encubierta’no aleja el riesgo de una devaluación abierta. Esto porque, sin eliminar la sobrevaluación del real, encarecerá la producción interna, haciendo todavía más difícil la colocación de las exportaciones brasileñas. Asi lo explica el columnista Celso Pinto en la Folha de Sao Paulo: “esta medida intenta disimular que hay una sobrevalorización del real frente al dólar. En consecuencia, los mercados descreen de su eficiencia. Y ahora todos están esperando lo que el gobierno de Cardoso quería evitar: que a esta medida le siga una devaluación”(reproducido en Clarín, 29/3).


A la crisis comercial y financiera externa, el ‘plan real’ le suma el hundimiento de la banca. En la misma fecha que se conoció la medida contra las importaciones, el Banco Central brasileño anunció la intervención del quebrado Bamerindus –el tercer banco privado del país. Esta intervención se suma a las de otros grandes bancos –como el Económico y el Nacional, también privados, y los bancos de los estados de Río de Janeiro y San Pablo. El ‘plan de salvataje’ anunciado para el Bamerindus insumirá 5.300 millones de dólares y, “para varios analistas …puede desembocar en el comienzo del ‘efecto caipirinha’, la versión brasileña del ‘efecto tequila’ (Clarín, 27/3).


La gran banca brasileña y el capital financiero internacional quieren postergar la devaluación apurando las privatizaciones y utilizando los recursos que provengan de la venta de las empresas estatales para cancelar deuda externa. Pero en este terreno, se libra una gran disputa entre el capital financiero y la burguesía nacional brasileña, que ha logrado quedarse con algunas privatizaciones importantes (recurriendo al expediente de entregar las empresas privatizadas a fondos de pensión … estatales) y que, en otros casos, ha impuesto condiciones sobre el destino de los fondos al gobierno de Fernando Cardoso. Recientemente, Arminio Fraga, un ex director del Banco Central de Brasil y actual personero del grupo Soros, puso el grito en el cielo sobre el acuerdo por el cual “el gobierno brasileño tiene previsto reciclar la mitad de los ingresos generados por la privatización de la Compañía del Vale do Río Doce a través del Banco Nacional del Desarrollo(estatal) en forma de préstamos para respaldar las inversiones en infraestructura de parte del sector privado” (La Nación, 27/3).


Sobre la política económica brasileña pesa una enorme contradicción. Por un lado, se pretende desvalorizar la moneda para restringir las importaciones y promover las exportaciones. Al mismo tiempo, se pretende llevar adelante una política de privatizaciones (que implica el ingreso de capitales externos para financiarlas) y de tipo de cambio fijo (que permite el ingreso masivo de capitales especulativos), todo lo cual provoca la revalorización de la moneda, estimula las importaciones y desalienta las exportaciones. Entre los dos polos de esta contradicción, se va delineando la fractura de los explotadores brasileños: la crisis económica se transforma en crisis política.


Recesión, desempleo, déficit de la balanza comercial y de pagos, quiebra de la banca, deuda pública en aumento. Todo esto confirma lo que señalamos oportunamente en Prensa Obrera: que “los planes real y Cavallo se caen en cascada” (n° 453, 27/6/95) porque “las crisis argentina y brasileña se retroalimentan mutuamente y tienen un denominador común” (n° 463, 5/9/95). El ‘plan Cavallo’ ya se ha derrumbado; la medida desesperada del Banco Central brasileño, para frenar las importaciones, indica la explosividad que está asumiendo la crisis del ‘plan real’.


Por qué “patalea” la burguesía argentina


La resolución del gobierno de Fernando Cardoso de restringir las importaciones golpea de lleno a la burguesía argentina. Esto no sólo porque Brasil es el destino del 30% de las exportaciones argentinas sino, porque a caballo de la sobrevaloración de la moneda brasileña, las exportaciones argentinas crecieron de 3.500 a 6.500 millones anuales entre 1994 y 1996.


El ‘boom exportador’ a Brasil, sin embargo, muestra grandes limitaciones: el 57% de las exportaciones argentinas está constituido por productos primarios (cereales, algodón, petróleo crudo) y derivados de escasa elaboración industrial (como leche y alimentos). Respecto del 43% restante, correspondiente a bienes industriales, casi la mitad corresponde a “material de transporte”, es decir, al ‘intercambio compensado’ entre las terminales ubicadas a uno y otro lado de la frontera; lo que lleva a que Argentina importe autos de Brasil.


La previsible caída de las exportaciones a Brasil como consecuencia de las medidas que acaba de adoptar el gobierno de Cardoso agrava el cuadro de catástrofe económica que enfrenta el menemismo:


• Producción estancada: según el economista Walter Graziano, si se eliminan las variaciones estacionales, los índices de producción de febrero, aunque superiores a los de 1996, son inferiores a los de enero de este año. Los de enero, por su parte, son inferiores a los de diciembre del año pasado.


• Crecimiento del 10% de la deuda pública en 1996, que alcanza a 97.000 millones de dólares.


• Déficit fiscal, oficialmente reconocido, de 800 millones de dólares en enero/febrero. Esta cifra, sin embargo, es “artificialmente baja” porque se computan como recaudación los préstamos de los bancos oficiales al fisco (La Nación, 2/2). Según diversas informaciones, la recaudación fiscal de marzo se encontraría muy por debajo de lo presupuestado.


• Caída de las exportaciones a destinos distintos del Brasil (Europa, Nafta, Asia).


• Elevada morosidad de los créditos del sistema bancario.


• Desocupación en alza.


Con todo, el mayor de los problemas que enfrenta la burguesía argentina no es la restricción de sus exportaciones al Brasil sino el hecho que esta restricción es, apenas, un ‘mal menor’ frente a la eventualidad de una devaluación … que parece inevitable si las medidas que acaba de dictar el gobierno brasileño no logran reducir el déficit comercial. Esto porque, como hemos señalado en Prensa Obrera, “con circulante, depósitos bancarios y colocaciones de corto plazo que se acercan a 80.000 millones, una fuga de depósitos (provocada por una devaluación brasileña) no podría ser contrarrestada por las reservas del Banco Central ni por los fondos de reaseguro” (n° 521, 28 de noviembre de 1996).