Una gran huelga en Estados Unidos

La huelga de los 300.000 trabajadores de la United Parcels entró en su segunda semana.


United Parcels (UPS) es la mayor empresa de distribución de correspondencia y encomiendas de los Estados Unidos: monopoliza el 80% del mercado; entrega diariamente doce millones de paquetes y ‘mul Peve’ el 5% deBI norteamericano. La huelga, que involucra a una cantidad de trabajadores mayor que ninguna otra en la última década, paralizó más del 80% de sus operaciones y convirtió la distribución de encomiendas en un “caos”. Se pone en evidencia, una vez más, la enorme fortaleza social de la clase obrera norteamericana.


El impacto económico de la huelga llevó a la patronal a reclamar la intervención del gobierno. Clinton demoró en intervenir porque la huelga es respaldada por el 95% de los trabajadores de la UPS y cuenta con el respaldo del sindicato de pilotos de aviones de carga y de buena parte de la población, que ve a la UPS como “una destructora de buenos empleos” (Financial Times, 7/8). En febrero, Clinton ordenó el levantamiento de la huelga de los pilotos de la American Airlines, que amenazaba provocar el colapso del tráfico aéreo.


En menos de ocho meses, se plantea una segunda intervención federal contra una huelga nacional que paraliza un sector clave de la economía norteamericana: cada vez con mayor frecuencia, las huelgas se están convirtiendo en un asunto político de la mayor magnitud.


Una huelga decisiva


La huelga comenzó luego del fracaso de las negociaciones para la renovación del convenio colectivo. La principal cuestión en disputa es el masivo uso que hace la patronal de los trabajadores de tiempo parcial: el 60% de los empleados de la UPS son ‘part-timers’. Su salario promedio es de 8 dólares por hora (contra un promedio de 20 dólares por hora de los de tiempo completo); los beneficios jubilatorios y de salud de unos y otros guardan la misma proporción.


Los ‘part-timers’ son obligados a trabajar varios turnos sucesivos, hasta doce horas al día: se trata, por lo tanto, de trabajadores de tiempo completo plenamente flexibilizados. La masiva utilización de estos trabajadores le permitió a la UPS apoderarse de la parte del león del mercado norteamericano de cargas y, al mismo tiempo, obtener fenomenales superbeneficios: su último balance arroja una ganancia superior al 19%, casi el doble que el promedio de las grandes compañías norteamericanas.


La huelga de la UPS “no es una huelga más por dinero” (ídem). No sólo porque enfrenta a uno de los mayores pulpos imperialistas con uno de los más poderosos sindicatos norteamericanos, los Teamsters (camioneros), que cuenta con 1,2 millón de afiliados. Es un ‘test’ para todo el movimiento obrero, porque el uso de trabajadores de tiempo parcial se ha convertido en “una de las estrategias preferidas de las corporaciones para reducir los costos laborales” (The Wall Street Journal, 6/8). Hoy, cerca de 20 millones de trabajadores —el 18% de la fuerza laboral norteamericana— están contratados como ‘part-timers’; en algunas ramas, esta proporción es muchísmo más alta: el 43% en los servicios y el 31% en el comercio minorista. Sólo el 19% de estos trabajadores tienen seguro de salud y menos de la mitad tienen vacaciones pagas.


La huelga de la UPS se inscribe en una tendencia más general de la clase obrera mundial. Desde la victoria de los camioneros franceses (a fines de 1996), es posible observar una definida tendencia del proletariado a enfrentar firmemente la ‘flexibilización’ y la ‘tercerización’; las huelgas generales en Corea contra las leyes anti-laborales o la lucha de los obreros argentinos contra la aplicación del convenio Fiat-Smata, forman parte de esta misma tendencia. En los propios Estados Unidos, la huelga de la UPS es la mayor batalla de una amplia ‘guerra de guerrillas’ que está librando la clase obrera en todo el país.


En un país como los Estados Unidos, donde la ‘protección laboral’ nunca ha sido establecida por ley, sino a través de los convenios colectivos, su periódica renovación plantea grandes batallas de clase. Sólo en los últimos meses, hubo huelgas de los pilotos de la American Airlines, de los obreros de la Goodyear, de los trabajadores de la planta de motores de la Chrysler en Detroit —que paralizó a numerosas plantas de la empresa en toda América del Norte—, y las que estallaron en varias plantas de la GM (Pontiac, Oklahoma, Warren).


Los resultados de estas luchas son, todavía, ambiguos: aunque los obreros logran poner ciertos límites, no logran quebrar, de conjunto, la política ‘tercerizadora’ y‘flexibilizadora’ de las patronales. En esto, cabe una especial responsabilidad a la burocracia sindical, que divide conscientemente al movimiento obrero. Como señala un activista de la planta de GM en Oklahoma, en huelga: “Esto (la flexibilización y la tercerización) es un problema nacional; la dirección nacional del sindicato ha dejado a los (sindicatos) locales que luchen de a uno por vez. Así no va” (Labor Notes, julio de 1997).


Las jubilaciones


La segunda gran cuestión envuelta en la huelga de la UPS son las jubilaciones. Los Teamsters administran un fondo jubilatorio al que aportan todas las empresas que contratan personal del sindicato; estas empresas están obligadas a hacerse cargo de las contribuciones previsionales de las que desaparecen o van a la quiebra.


La patronal de la UPS quiere quebrar este sistema previsional, que se basa en un principio de clase: que las patronales, colectivamente, paguen las jubilaciones del conjunto de sus trabajadores. La UPS, en cambio, plantea una ‘caja jubilatoria’ propia de la empresa. Como desde la ‘desregulación’ de Reagan, se ha producido una brutal concentración, con la desaparición, fusión y adquisición de miles de pequeñas firmas por unos pocos grandes pulpos (entre ellos la UPS), la propuesta patronal significa liquidar las prestaciones para los miles de jubilados que trabajaban en esas empresas desaparecidas.


El tema jubilatorio se está convirtiendo en otro enorme campo de batalla, en la misma medida en que las patronales y el gobierno quieren utilizar, cada vez más, los fondos de pensión para ‘engordar’ la especulación en Wall Street. En este sentido, tiene una enorme importancia la huelga de diez meses que acaba de finalizar en la Wheeling-Pittsburgh Steel y que fue “la más larga y disputada huelga en la historia reciente de los Estados Unidos” (Financial Times, 5/8).


La patronal intentó reemplazar el sistema actualmente vigente, de ‘beneficios definidos’ —con garantías de niveles fijos de pensión ligados al tiempo de servicio de los trabajadores—, por uno de ‘contribución definida’, en el cual el trabajador lo único que conoce es su aporte; como en las jubilaciones privadas argentinas, “el monto de la pensión dependerá del rendimiento del mercado” (ídem). Los trabajadores se opusieron frontalmente y sostuvieron una huelga muy dura, que culminó con el reconocimiento patronal al actual esquema jubilatorio. “Este acuerdo, concluye el Financial Times, puede comprometer los planes de las corporaciones de cambiar hacia planes de pensión manejados directamente desde Wall Street”. (ídem).


Pleno empleo … basura


Estados Unidos tiene la tasa de desempleo más baja de todos los países imperialistas, algo que habitualmente se adjudica a la ‘salud’ de su economía.


La huelga de la UPS nos dice mucho acerca del carácter ficticio de esa ‘salud’, porque revela que, amén del fraude estadístico y de la represión estatal contra los desocupados (el porcentaje de pobres en prisión en los Estados Unidos triplica al de Europa), la verdadera razón de la baja desocupación es que la burguesía norteamericana ha ‘reemplazado’ la desocupación masiva por el ‘trabajo basura’ masivo. De esta manera, los grandes capitalistas acumulan superbeneficios récords, mientras el salario promedio baja sistemáticamente por la masiva aplicación de los ‘part-timers’, la ‘tercerización’ y la ‘flexibilización’. Contra esto ha comenzado a levantarse la clase obrera norteamericana.


La creciente rebelión de la clase obrera socialmente más poderosa del planeta, contra la pesadilla en que se ha convertido la ‘nueva economía norteamericana’, está en sus primeros pasos y tiene planteada, frente a sí, grandes batallas de clase y todavía mayores desafíos políticos.