Una guerra de mercenarios

Los ejércitos mercenarios son la segunda fuerza militar en Irak, después de los norteamericanos, y una fuente de jugosos beneficios: según The Economist (10/4), la “industria de la seguridad” es, hoy por hoy, el mayor “exportador” británico desde la guerra iraquí.


El empleo masivo de ejércitos mercenarios –la “tercerización de la guerra”– es parte de la “reorganización militar” emprendida por el imperialismo después de Vietnam, al punto que se afirma que el Pentágono no podría sostener ninguna guerra, en ninguna parte del mundo, sin el concurso de las “contratistas privadas”. Además de favorecer con jugosos contratos a los “amigos”, estas “contratistas” permiten al gobierno norteamericano reducir la parte de su presupuesto militar destinada al pago de los soldados (la ficción de una “guerra barata”), utilizar tropas no sujetas al control político de las instituciones parlamentarias para “misiones sucias” y, además, escapar a la agitación política que las guerras despiertan en los pueblos. En Estados Unidos, por ejemplo, los familiares de los soldados lanzaron una campaña con la consigna “Tráiganlos de vuelta ya”. Pero para “traer de vuelta” a los mercenarios habría que voltear al gobierno norteamericano de turno.


Además de las operaciones administrativas del ejército, se han “tercerizado” directamente las operaciones de combate. La masiva utilización de ejércitos mercenarios, reconoce un especialista, “borra las distinciones entre el personal civil y el militar” (Financial Times, 18/4).


Se trata de una manifestación de la descomposición del propio Estado norteamericano, que corre el peligro de perder el monopolio de la fuerza, así como la unidad de mando de las operaciones militares. Pero por otro lado, debe hacer frente a la necesidad de una creciente intervención militar en el cuadro de una crisis económica y presupuestaria y del temor a la agitación política popular.