Una lucha de buitres agrava la crisis mundial

El acuerdo con el FMI no ha mejorado sino empeorado la crisis financiera en Corea. La razón de fondo no es que los coreanos hayan disimulado el nivel real de su deuda externa, que después de todo es un 90 por ciento ‘privada’. La causa principal es que Corea se niega a liquidar sus principales bancos y algunas de sus principales industrias, como se lo exige Estados Unidos, el proveedor de fondos del FMI. Acusando a Corea de no cumplir con lo pactado, el FMI retacea la entrega de los fondos de rescate y el gobierno norteamericano se niega a adelantar su parte del paquete.


Es claro que Estados Unidos quiere eliminar un competidor internacional, en especial en tres rubros: bancos, automotores y microprocesadores para computadoras. El director del FMI, Michel Camdessus, fue muy claro: “El programa del FMI”, le dijo a Le Monde (6/12), “cuestiona todo esto, es decir, desmantela un sistema económico basado en los conglomerados, la colusión entre el Estado, bancos y empresas y el cierre de los mercados, a fin de permitir a la economía coreana que se acerca a la madurez, adaptarse a la mundialización”.


El Estado coreano, sin embargo, no tiene prácticamente déficit fiscal, lo que lo colocaría en condiciones ‘ideales’ para recurrir a un préstamo internacional para rescatar a los capitalistas en quiebra, con la garantía de sus propios impuestos. La salida económica existe; pero la banca internacional, controlada por Estados Unidos, no avala la operación. Las”calificadoras de riesgo” le han bajado el pulgar a Corea, lo que virtualmente impide a un inversor internacional prestarle dinero. Exactamente esta misma política llevó adelante Estados Unidos con las restantes naciones del Sudeste asiático: Indonesia, Tailandia y Malasia. Tailandia tuvo que liquidar la mitad de su sistema bancario y cerrar varias industrias, lo cual naturalmente ha agravado la crisis. El Financial Timesadvierte que esta política podría provocar una deflación mundial.


El ‘episodio’ asiático de la crisis mundial pone al desnudo algo que ya reveló el ‘rescate’ de México, en 1995: el imperialismo yanqui está operando enérgicamente, aunque sin disparar un tiro ni movilizar las flotas, una vasta confiscación de sus rivales y un copamiento sin precedentes del mercado mundial. La banca norteamericana se ha internacionalizado en forma espectacular, en especial en el campo del financiamiento de inversiones y de operación en las Bolsas: ha barrido a la banca de inversión británica y es la verdadera dueña de la City de Londres. La reciente unión de dos grandes pulpos bancarios suizos es un movimiento defensivo, y hasta desesperado, para contener este avasallamiento.


Japón


El problema de los yanquis para imponer estos planes es naturalmente Japón. Por varias razones. La primera es que una quiebra descontrolada en Japón afectaría directamente al capital norteamericano y trasladaría la ola de bancarrotas a Estados Unidos. Pero Japón es un fuerte acreedor de Corea, de modo que una quiebra desordenada de los coreanos podría tener el efecto señalado.


La otra razón es que el capital japonés es un competidor más fuerte que el de todos los asiáticos juntos. Estados Unidos está exigiendo a Japón que deje quebrar a los bancos insolventes y que limite el ‘rescate’ a los despositantes y acreedores extranjeros. Una parte del gran capital japonés concuerda con esta orientación en líneas generales. Se trata del sector automotriz, de los mayores bancos y algunas empresas de alta tecnología que no sufren la crisis en toda su dimensión y que tienen medios para apoderarse de los grupos que quiebren. Están de acuerdo, además, con la liberación del mercado financiero, porque ello les permitiría colocar sus fondos excedentes en la especulación nacional e internacional.


Pero para Estados Unidos solamente habría una salida a la crisis si Japón acepta liquidar las propiedades inmobiliarias desvalorizadas que se encuentran en poder de los bancos. Esto provocaría un colosal derrumbe de precios no sólo en Japón, sino igualmente en Hong Kong, Corea o las ciudades del sur de China, donde la especulación llevó el precio de los bienes raíces por las nubes. El gran capital financiero norteamericano apunta a quedarse con la parte del león de la propiedad urbana de Asia.


El antagonismo entre Estados Unidos y Asia ha pasado a ser el eje de toda la crisis económica. Es incuestionable que Estados Unidos, que no tiene que enfrentar a una Corea del norte o China comunistas, tiene por eso una mayor libertad de maniobra que en el pasado. Pero un derrumbe de Corea del sur no dejará de influir a una corriente nacional, del norte y del sur, que busque una salida a la división del país independiente del imperialismo. El gobierno norteamericano, por su lado, quiere debilitar a Corea del sur para llegar a un acuerdo de ‘liberalización’ del norte del país segun sus propios términos y en oposición a una unidad nacional.


No sólo Europa se asusta


El capitalismo europeo, que procuró mantener distancia de estos enfrentamientos, ha comenzado a asustarse por las consecuencias. El fin de semana pasado encomendó al alemán Theodor Waigel, ministro de economía, que promueva una reunión internacional en Washington para obtener algún arbitraje a estos antagonismos. Europa es fuerte acreedora de Asia y depende comercialmente del mercado norteamericano. Si aquélla se cae y éste, como consecuencia, se retrae, las consecuencias para Europa serían catastróficas. Ya en la actualidad, el derrumbe de las monedas checa y polaca, la hiperinflación en Hungría y la total insolvencia financiera rusa, están poniendo en peligro la estabilidad del capital europeo, en especial el alemán.


Es decir que el telón de fondo del antagonismo entre Estados Unidos y Asia es una crisis internacional de conjunto, que se manifiesta en la sobreproducción en la mayor parte de las ramas económicas. Hace diez días, la bolsa de Nueva York se desplomó ante el anuncio aparentemente inocuo de que la segunda empresa de programas de computación, Orange, tendría menos beneficios que los previstos. Ocurre que la especulación en Wall Street supone una tasa extraordinaria de crecimiento de los beneficios capitalistas, que cuando no se verifica pone al desnudo la descomunal sobrevaluación de sus empresas. Como Orange fue perjudicada por la caída de sus beneficios en Asia, se llegó a la conclusión que la crisis asiática terminará por hundir a Wall Street y de ningún modo a confinarse en el otro continente.


No solamente el viaje de Waigel refleja un principio de temor y confusión en los círculos capitalistas internacionales. También empiezan a ser frecuentes los artículos que denuncian al FMI desde los propios Estados Unidos. Jeffrey Sachs, del grupo Soros y de la Universidad de Harvard, acaba prácticamente de reclamar que Corea rompa con el FMI (Financial Times, 11/12). Desde una insospechada tribuna, The Wall Street Journal (12/12), un articulista plantea que Corea declare la moratoria unilateral de la deuda externa privada, para poder reescalonar sus vencimientos mediante una negociación.


Bancarrota económica e intelectual


A fuerza de tener que ‘socorrer’ cada vez a más países, el FMI se está quedando sin plata; su directorio acaba de pedir que los países que lo integran aporten capital por 160.000 millones de dólares; Estados Unidos se niega. El ‘salvador’ necesita ‘socorro’ y no tiene quién lo ayude.


Pero la bancarrota intelectual del FMI es todavía mayor, porque ha tenido que ‘socorrer’ a países que ‘han hecho todos los deberes’: no tienen déficit fiscal y su deuda externa es pequeña. Con semejante registro no deberían estar en quiebra. Pero sí lo están porque sus capitalistas han acumulado ‘demasiado’capital; han hecho ‘demasiadas’ inversiones; han contratado ‘demasiados’ préstamos; es decir, se han sobreexpandido en relación a las posibilidades de absorción del mercado. El capital choca contra sí mismo, porque sólo ‘excediendo’ sus propios límites de desarrollo, es decir, sólo con más créditos, más inversiones, más deudas y más especulación, puede seguir funcionando como capital. El ‘mercado’ del capital no son las necesidades sociales de las masas, sino su propia acumulación como más capital. El FMI no puede tener recetas contra la sobreproducción, porque esto iría contra la naturaleza del capitalismo, sino que sus recetas consisten en eliminar la grasa excedente para seguir acumulando grasa en una escala todavía superior.


Detrás de la crisis de los planes FMI se encuentra el fracaso de la regulación económica impuesta por Estados Unidos desde 1980, a través del manejo del dólar.


La enorme ‘burbuja’ de especulación financiera desde entonces, ha tenido lugar en las condiciones monetarias alentadas por Estados Unidos. Pero hoy el regulador se encuentra paralizado; el banco central norteamericano no puede aumentar las tasas de interés que desalienten los pedidos de préstamos especulativos, porque provocaría un derrumbe, y tampoco puede bajarlas, porque acentuaría la especulación internacional cuando las empresas que garantizarían esa especulación se están yendo a pique.


Es decir que el desenlace de la crisis se va a producir en Estados Unidos, como una consecuencia de la crisis en Estados Unidos.


Para la clase obrera la cuestión es clara: hay que reorganizar a esta sociedad sobre nuevas bases.