Una masacre “tribal”… del imperialismo francés

En Ruanda, una ex colonia belga devenida en virtual “protectorado” francés desde su independencia, en 1962, y una de las repúblicas más pobres y atrasadas del Africa central, se libra una sangrienta guerra civil. Sólo en los últimos dos meses fueron asesinadas más de medio millón de personas (sobre una población de siete millones); la inmensa mayoría, a sangre fría, a manos del ejército y los paramilitares gubernamentales.


La tragedia de Ruanda, como ayer la de Somalía, pone en el primer plano el completo hundimiento y el retroceso sin límites que sufre el Africa “negra”, un aspecto inseparable de la crisis capitalista mundial. Precisamente, el imperialismo mundial —y particularmente, el francés— es el principal instigador y responsable del genocidio ruandés.


Al cabo de una ofensiva de dos meses, el Frente Popular de Ruanda (FPR) acaba de tomar Kingali, la capital, y las principales ciudades del país, derrocando al régimen masacrador y pro-francés de Juvenal Habyaramana. El FPR se apoya fundamentalmente en la etnia tutsi (la minoritaria, el 15% de la población) pero, también, en amplios sectores de los hutus, la etnia mayoritaria, en particular en el sur del país, y cuenta con el respaldo del régimen de la vecina Uganda, donde residen decenas de miles de refugiados ruandeses.


Con el argumento de “detener la masacre” —que llevó adelante el régimen pro-francés para detener el avance del FPR—, Francia, con el consentimiento de la ONU, envió a Ruanda una “misión humanitaria” de 2.500 hombres. La hipocresía del argumento no puede ser más evidente: las tropas francesas, en número considerable, están estacionadas en Ruanda desde que hace tres años comenzó la guerra civil y en todo ese tiempo no han movido un dedo para evitar la masacre … ya que actúan como “asesoras” e “instructoras” del ejército, es decir, de los propios masacradores. Pero el avance del FPR desnudó rápida y definitivamente la impostura del imperialismo francés: ante “el crucial avance del FPR … (las tropas francesas) recibieron orden de París de detener cualquier otra avanzada rebelde” (Clarín, 5/7).


Nada de “humanitarismo”; el “socialista” Mitterrand y el derechista Balladour enviaron las tropas para salvar a un régimen “amigo” que se hundía. Y no es la primera vez: ya en 1990 y también en 1993, la intervención directa de las tropas francesas —con el empleo masivo de artillería pesada y de helicópteros— logró evitar la caída del régimen ruandés. Durante años, Francia armó y sostuvo el régimen del ex presidente Habyaramana, donde  “la única vía —según la organización Human Rights Watch (The New York Times, 15/4)— para mantener los 21 años de monopolio en el poder era asesinar a sus enemigos tan rápido como pudiera”.


Francia es el principal instigador y responsable de la masacre. En agosto de 1993, bajo el auspicio de Tanzania, Habyaramana había llegado a un acuerdo con los cinco partidos de oposición para poner fin a la guerra civil; este acuerdo, sin embargo, nunca llegó a ponerse en vigencia porque Habyaramana, junto con el presidente de Burundi, fue asesinado el pasado 6 de abril en un atentado montado por el alto mando del ejército de Ruanda. Después del atentado, el ejército y las bandas paramilitares asesinaron a varios ministros y se lanzaron a la masacre de los tutsis y de todos los opositores políticos. “Los belgas —antigua potencia colonial en Ruanda— acusan a los franceses de obstaculizar los esfuerzos internacionales para contener la violencia … dicen que Habyaramana fue muerto por extremistas hutu descontentos con la liberalización iniciada por el presidente asesinado (y que)  dos acusados (del asesinato) fueron asilados por Francia” (Ambito Financiero, 20/6).


El imperialismo francés ha acicateado la masacre en defensa de sus propios intereses, de los intereses de los pulpos vendedores de armas —como la Dassault— y de los banqueros acreedores. No en vano, “durante las décadas del 60 y del 70, Ruanda se convirtió en el centro de distribución de la importante industria de armamentos franceses, bajo contrato de varias dictaduras de Africa central” (La Nación, 7/7). Por eso precisamente ahora, que el régimen pro-francés ha colapsado, la diplomacia francesa —con el “apoyo” en el terreno de la intervención armada— “se pronunció a favor de una división del poder en Ruanda, en base a los acuerdos de paz de Arusha de 1993” (La Nación, 7/7) y hasta de una partición del país (Clarín, 11/7).  La intervención de Mitterrand-Balladour no sólo  pretende “defender” a Ruanda; otro “protectorado” francés en la zona, Burundi (tiene la misma estructura étnica que Ruanda y antiguamente formaban un único reino), se encuentra también al borde del estallido y casi lo mismo puede decirse del Zaire, el ex Congo francés.


La guerra que se libra en Ruanda está muy lejos de ser una “guerra tribal” entre hutus y tutsis, y esto no sólo por el hecho de que una parte importante de los hutus apoyan al FPR y luchan contra el gobierno (a menos que se considere a Mitterrand el jefe de una tribu), sino porque  los dos bandos luchan con armas modernísimas (misiles, artillería pesada, helicópteros) entregados y financiados por distintas potencias imperialistas y regionales, y con ejércitos entrenados y encuadrados por éstas (Francia arma al gobierno; Bélgica ha sido acusada de armar bajo cuerda al FPR, que además recibe armas de Uganda).


La guerra civil en Ruanda es el resultado de la profunda descomposición del imperialismo en Africa, lo cual se manifiesta en el agotamiento de las tierras, el endeudamiento y el saqueo financiero y el cierre del mercado mundial para las escasas mercancías de Ruanda.


Esta descomposición económica, política y social es común a toda Africa. Según el Banco Mundial (Financial Times, 11/3), ¡a Africa le tomará por lo menos 40 años retornar a los niveles de ingresos por habitante que tenía en 1970! Esto confirma lo que ya habíamos señalado cuando los “marines” norteamericanos invadieron a Somalía: “El desastre somalí — decíamos entonces, hoy el ruandés— denuncia el descomunal fracaso del nacionalismo africano y de los llamados ‘procesos de descolonización’, que no superaron la explotación del imperialismo en el plano social ni económico … Este es el resultado de la llamada ‘descolonización’, a la que durante tres décadas se mostró como una evidencia de la democratización de las relaciones internacionales (y que aun en el terreno de la izquierda se la caracterizó como una prueba del avance de la revolución mundial)” (Prensa Obrera Nº 378, 15/12/92).


Estamos ante la manifestación de la excepcional agudeza que ha alcanzado la crisis capitalista, que ha condenado a todo un continente a la condición de “excedente” mundial.