Una peteseada a propósito de Cuba

Vea, lector, la siguiente ‘peteseada’: “el Partido Obrero ante la crisis abierta por la muerte de Tamayo “(un ‘disidente’ preso en Cuba) ha cedido a una línea democratizante”, al exigir ‘al gobierno cubano la apertura de los centros de detención a la inspección humanitaria internacional’, nada menos (¡!) que una de las excusas que usa el imperialismo para encubrir su injerencia” (La Verdad Obrera, 28/9). En verdad, el Partido Obrero exige algo más: la libertad a los presos políticos cubanos, o sea a aquellos que han sido encarcelados por difundir sus ideas políticas. La peteseada apoya que la burocracia gobernante siga decidiendo, en juicios secretos, quién puede ambular o no libremente en Cuba y gozar del derecho de formular sus ideas.

El exabrupto de nuestro crítico raya en la idiotez, pues descalifica una reivindicación política fundamental para cualquier movimiento popular que quiera progresar en Cuba mediante una asimilación superficial a las posiciones de los gobiernos extranjeros. Si adoptáramos la peteseada, habríamos debido repudiar la presencia de Comisiones de Derechos Humanos de la ONU y de la OEA, bajo la dictadura militar, que venían a investigar desapariciones, torturas y encarcelamientos en Argentina. Esas misiones formaban parte de la presión del imperialismo para proceder a un tránsito hacia la llamada democracia, una vez que consideraron agotado al régimen militar y estaban realizando una campaña mundial para ‘liberalizar’ a los países del llamado ‘campo socialista’. El reconocimiento a la burocracia del derecho a suprimir la libertad política y todas sus manifestaciones (y no hablemos del trato humanitario en las cárceles) es la posición típica del stalinismo y de la contrarrevolución en el seno de los Estados nacidos de revoluciones. En ocho páginas dedicadas a Cuba, donde abundan las cifras sacadas de Internet, lo único que se destaca es este repudio a una reivindicación política democrática. Se habla de revolución política, pero no se dice que eso significa someter a juicio a la burocracia y condenar a quienes hayan cometido atropellos contra el pueblo, como sería el tratamiento inhumano en las cárceles o los juicios no públicos o con evidencias fraguadas. Una democracia obrera no condenaría la libertad de expresión de sus críticos de derecha (como si se pudieran distinguir objetivamente de aquellas que se presentan como de izquierda, pero no lo son), sino los actos contrarrevolucionarios prácticos -al menos es eso lo que defendían, por ejemplo, Rosa Luxemburgo y Trotsky. Al final, el gobierno de Raúl Castro negoció las libertades de esos disidentes con el Vaticano, Obama y Rodríguez Zapatero, o sea que fue el gobierno que defiende la negación de esos derechos quien dio una palanca de intervención al imperialismo (¡precisamente por no liberarlos en forma incondicional, como reclama el Partido Obrero!). El imperialismo aceptó que no quedaran liberados en su propio país -eso es lo que hay que denunciar: el imperialismo habla de democracia y arregla la expatriación o exilio de quienes demandan su libertad. Una “inspección humanitaria internacional” está también en la mesa debido a las denuncias que se han hecho al respecto -nosotros reclamamos que deben ser hechos por las organizaciones populares que luchan contra el imperialismo y son, al mismo tiempo, independientes del régimen político en Cuba. El juicio público, la condena proporcional al delito y el tratamiento humanitario valen para todos los presos, es decir para los delincuentes comunes (los que en China, por ejemplo, son fusilados, como pide la derecha en Argentina).

Lo que nosotros hemos planteado es cristalino: “Reclamamos la satisfacción de los reclamos de la huelga de hambre de Fariñas; para que en Cuba y en todo el mundo nadie sea condenado sin un debido proceso público; que las penas sean proporcionales a la gravedad del delito; que las cárceles cumplan condiciones mínimas de higiene y buen trato; por el derecho a la inspección humanitaria internacional de cualquier centro de detención (y de todo tipo de presos)” (Prensa Obrera Nº 1.020). Esta es nuestra posición, la posición del imperialismo la llevó adelante la Iglesia. Nuestra posición es un instrumento para conquistar la libertad política para criticar al gobierno y al régimen desde la izquierda y por parte de los luchadores que defienden la Revolución Cubana, para que no sean encarcelados con la acusación de “contrarrevolucionarios”. Hemos defendido esta política en Argentina más de una vez (cuando, por ejemplo, Alfonsín declaró el estado de sitio con el pretexto de encarcelar golpistas). Un socialista debe poner un celo excepcional contra todo aquello que le permita al Estado burgués o burocrático atentar, en última instancia, contra la crítica militante de los revolucionarios y la libertad de acción popular. Hay que arrebatar al imperialismo las banderas democráticas y desenmascarar la intencionalidad contrarrevolucionaria que esconde detrás de ellas.

Un socialista que no es capaz de dar respuesta al reclamo de huelguistas de hambre por el cese de los tratos vejatorios e inhumanos en las cárceles, no solamente encubre este atropello descomunal, sino que perpetúa una situación que es usada por el imperialismo para ubicarse como representante de la democracia. El democratismo imperialista es la contracara de la represión de naturaleza staliniana. Al final, unos y otros se juntaron, bajo la ‘mediación’ de la Iglesia, para desvirtuar y desconocer los derechos democráticos.

Estas peteseadas vienen de los mismos que rechazan la dictadura del proletariado (o sea el marxismo), a la cual le otorgan un carácter democratizante, “que las bases decidan”, y no su función histórica revolucionaria: o sea un instrumento para el aplastamiento de la resistencia de la burguesía al que debe subordinarse y servir la democracia obrera. Cuando se trata de enfrentar a la burguesía, nuestros críticos desafortunados son democratizantes; cuando se trata de defender la libertad política bajo un régimen burocrático, son stalinistas. La corriente morenista, de la cual el PTS es una de sus expresiones, saludó a la Perestroika de Gorbachov, que era el comienzo de la restauración capitalista, como una expresión de la revolución política. En el libro de Moreno La dictadura del proletariado se plantea lo contrario: la defensa del reforzamiento del aparato estatal de los Estados burocráticos. Aún peor que el morenismo, es el morenismo desintegrado en una veintena de sectas.