Una seguidilla de golpes de Estado

Las cancillerías y redacciones occidentales parecen haber descubierto, a partir de la detención de Jodorkovsky, que ni Putin es un demócrata ni Rusia es una democracia.


En realidad, todo el proceso de la restauración capitalista en Rusia es una interminable sucesión de golpes de Estado, comenzando por el propio ascenso del “renovador” Gorbachov contra la camarilla “berzhneviana” de Chernenko. A su turno, la caída de Gorbachov y la disolución de la URSS fue el producto de otro golpe de Estado. Yeltsin tuvo su segundo golpe de Estado en 1993, cuando bombardeó el parlamento, y aún su tercer golpe, en 1998, con la alianza con los oligarcas para impedir la victoria electoral de los comunistas.


A fines de 1999, Yeltsin fue reemplazado por Putin a través de otro golpe de Estado. “La naturalidad’ del traspaso -decía entonces Prensa Obrera- no alcanza para ocultar que se trata de una crisis mayúscula e incluso que reúne las características de un golpe de Estado. No sería la primera vez , en el largo curso de la historia mundial, que un agudo proceso de descomposición política aparece disimulado por retoques menores que parecen responder a necesidades estrictas del momento.” (Jorge Altamira, “Todo el poder a los servicios”, Prensa Obrera, 13/1/2000). Con la detención de Jodorkovsky y la incautación de sus acciones, Putin está protagonizando su segundo golpe de Estado.


Esta cadena de golpes de Estado pone en evidencia las mortales contradicciones que desata la restauración del capitalismo a cada paso. Todos los golpes de Estado fueron apoyados tanto por la KGB como por las cancillerías occidentales.


Jacques Sapir, director de estudios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS), señala la complicidad de los países occidentales con uno de estos golpes, el de Yeltsin en 1993. Después de “la disolución, claramente inconstitucional”, y del bombardeo del parlamento, en diciembre de 1993, Yeltsin montó una “penosa parodia de referéndum constitucional en la que se hizo desaparecer cinco millones de votos. Yeltsin recibió el apoyo de los dirigentes occidentales, las embajadas de estos países pidieron a los observadores del escrutinio no revelar las manipulaciones de las que tenían conocimiento. El autor de estas líneas puede testigo de estas presiones.