Varoufakis, un “errático” sin salida


Iannis Varoufakis, el ministro de Economía de Grecia y profesor universitario, lanzó, en un texto de diciembre de 2013 titulado “Confesiones de un marxista errático en medio de una crisis europea repugnante”, la siguiente pregunta: “¿Deberíamos aprovechar esta profunda crisis capitalista para promover el desmantelamiento de la Unión Europea?”. O, por el contrario -inquiere- “¿deberíamos aceptar que la izquierda no está preparada para un cambio radical y que, por tanto, debe colaborar con la estabilización del capitalismo europeo hasta que se den las condiciones para desarrollar una alternativa humanista?” (El País, 30/4).


 


 


Varoufakis se inclina por la segunda opción. ¿Por qué este empeño en mantener con vida a una UE que define, literalmente, como “una amenaza a la civilización”? Porque, a decir de Varoufakis, el colapso de la zona euro arrojaría a Europa en manos del fascismo y el nacionalismo xenófobo. Pero ha sido precisamente Syriza quien terminó pactando la formación del nuevo gobierno con la derecha nacionalista y xenófoba -Griegos independientes, de Panos Kamnenos-, y con la Iglesia ortodoxa.


 


 


Sorprende que un académico sostenga que las contradicciones insalvables de un régimen económico, que han llegado a una “crisis profunda”, pueda ser contenida por la acción subjetiva de un partido, en este caso Syriza. Es un hecho histórico que los intentos en ese sentido provocaron una desmoralización profunda de las masas, que abrió el camino del fascismo. El marxismo abordó, desde 1848, la contradicción que genera la falta de preparación de las masas y de la izquierda en situaciones revolucionarias, por medio de la formulación de un programa de transición, cuya función no era contener la crisis, sino cabalgar esa crisis en sus diversas manifestaciones hasta producir la plena maduración del factor subjetivo. Varoufakis y Syriza hacen, en Grecia, lo contrario: favorecen la maduración de la contrarrevolución, de ningún modo “la alternativa humanista”.


 


 


En el texto, el ministro reivindica al marxismo porque supo definir el límite histórico infranqueable del capitalismo, que se identifica con la fuerza de trabajo como condición humana, que no es reductible al autómata. La rebelión de la fuerza productiva contra las relaciones de producción en decadencia es la frontera final del capital. Le reprocha, sin embargo, su ‘matematización’ -o sea, haber cuantificado ese límite histórico que no sería sino subjetivo, en lo que se supone (pero no dice) sería la ley a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Esta crítica lo convertiría a Varoufakis en un “marxista errático” -a veces sí, a veces no. En el caso del gobierno de Grecia, sería no; se trataría de salvar al capitalismo, no de desarrollar sus contradicciones por medio de un programa de transición. Cuando Varoufakis enfrenta un problema concreto, actúa como un autómata, no como un sujeto consciente.


 


 


El profesor se adelanta, sin embargo, a las objeciones y asegura que la insistencia de Syriza en permanecer en la UE profundiza las contradicciones de ésta, la cual se vería obligada a autorreformarse para evitar la disolución que le asegura una expulsión de Grecia. Si fuera así, la izquierda que inicialmente pintó como falta de preparación, aparecería como más preparada que nunca. Hasta ahora, sin embargo, no ha sido la troika la que ha echado lastre, sino Syriza, incluida la separación de Varoufakis como negociador por exigencia del Eurogrupo.


 


 


Los reformistas y los centristas se yerguen contra la ley de la tendencia decreciente de la tasa de beneficio, porque ven en ella la esencia de la decadencia histórica inevitable del capitalismo. Ahora, ¿cómo ser un ‘humanista' sin la extinción del valor, el cual aprecia el trabajo como el gasto de energía humana y no como creación del sujeto individual? Una sociedad que trafica energía humana y subordina a ella la creatividad humana, nunca podría ser realmente “humanista”. El capital y todas las formas de explotación social que recoge en su seno son un fenómeno histórico transitorio, que tiende a su propia disolución y abre un período de revolución social.