Victoria obrera en Francia

Los camioneros franceses acaban de obtener una gran victoria. Después de dos semanas de huelga –en lo que fue el mayor conflicto en el sector privado en los últimos años–, los camioneros lograron imponer la parte fundamental de su pliego de reivindicaciones: la reducción de la edad jubilatoria (de 60 a 55 años), el descanso dominical, el pago de los días de enfermedad y el pago de una suma fija por única vez; queda pendiente el reclamo salarial y que se compute el tiempo de carga y descarga para el cálculo de la jornada de trabajo (ahora se lo considera como “no trabajado”). Por estos dos últimos puntos continúan las negociaciones.


La huelga se destacó por su enorme combatividad: los choferes montaron bloqueos con decenas y decenas de camiones, que bloquearon el acceso a los puertos, las principales rutas (en particular, las que conducen a los puestos fronterizos), las destilerías y los depósitos de combustible. De hecho, los piquetes paralizaron el tráfico carretero y a muchas de las industrias, incluso más allá de las fronteras francesas: por falta de combustible, de insumos o de posibilidades de distribuir sus productos, decenas de empresas se vieron obligadas a paralizar su producción: entre las más importantes se cuentan Renault, Volkswagen en Alemania y Nestlé en Suiza.


En los piquetes y bloqueos se desarrollaron asambleas diarias. Esta movilización impidió que el gobierno cumpliera su amenaza de usar tanques para ‘limpiar’ las rutas. La burguesía europea no dejó de recriminar su ‘debilidad’ al gobierno francés: para el Financial Times (28/11), una de las “raíces del conflicto es la incapacidad del gobierno para simplemente remover los 200 bloqueos ilegales que han montado los trabajadores”.


Los capitalistas europeos, claro, pasan por alto  la causa principal de la huelga: la brutal superexplotación a la que son sometidos los camioneros. Trabajan un promedio de 62,5 horas por semana (casi el doble de la ‘jornada legal’ de 39 horas), sin descanso dominical y por un salario apenas superior al mínimo. Los camioneros sólo cobran cuando están al volante: no se considera como tiempo de trabajo el período de carga y descarga de sus vehículos (con lo que las jornadas de trabajo son todavía más largas), ni tampoco cobran cuando se enferman.


Después de dos semanas de huelga, y a la vista de la imposibilidad de derrotarla, Alain Juppé –primer ministro de Francia– obligó a las patronales a aceptar la mayoría de las condiciones de los huelguistas. Lo hizo bajo la presión de los ‘negocios’ que comenzaban a paralizarse por toda Francia y más allá; pero, por sobre todo, lo hizo por el temor de que la huelga camionera se convirtiera – como la huelga ferroviaria de octubre de 1995– en el detonante de un movimiento general de huelgas y protestas contra el gobierno. Sucede que el movimiento de la lucha obrera en Francia es todavía mucho más amplio: a fines de noviembre tuvo lugar una huelga del personal de navegación de las compañías aéreas que paralizó el tráfico; para los primeros días de diciembre está convocada una huelga de los ferroviarios de Ruán y, un poco después, las federaciones médicas convocaron a un paro y a una marcha sobre París, en protesta por el ‘plan Juppé’ de ‘reforma’ (destrucción) de la Seguridad Social.


Un año de luchas


El gobierno francés, en verdad, ha vivido todo el año perseguido por el fantasma de una lucha general, temiendo que cada una de las numerosas luchas y huelgas que se han librado en el año se convirtiera en el tan temido ‘detonante’. Sucede que, en realidad, el movimiento huelguístico no ha conocido respiros desde diciembre de 1995, cuando fue levantada la huelga general contra la ‘reforma’ del sistema jubilatorio y de la seguridad social.


En Marsella, la verdadera ‘capital’ del movimiento de 1995, los trabajadores del transporte público continuaron en huelga durante varias semanas, después de que fue levantada la huelga nacional, hasta obtener la mayoría de sus reivindicaciones. Finalizada la huelga de Marsella, el gobierno pudo anunciar una muy efímera ‘paz social’ que duró lo que un suspiro: en julio comenzaron las enormes marchas y huelgas de los trabajadores de la industria pública de la defensa, contra el anuncio oficial de miles de despidos: en Brest y en Cherburgo –dos de las ciudades más golpeadas por los despidos– las manifestaciones superaron a las de diciembre.


Desde entonces, el gobierno no ha tenido un día de ‘paz’: en septiembre, la huelga nacional de los docentes, que marcharon sobre París para protestar contra los planes oficiales de despedir a 5.000 maestros suplentes de primaria; en octubre, una huelga nacional de los estatales contra los planes gubernamentales de destruir la Seguridad Social, paralizó a la mitad de las empresas públicas y dependencias estatales; las movilizaciones del 17 de octubre congregaron a 200.000 trabajadores en todo el país. Frente a tamaña movilización, el gobierno se ‘jactó’ de que la manifestación en París había sido menor que la manifestación del 10 de octubre de 1995, que dio inicio al movimiento nacional que culminó en diciembre… claro que ‘pasando por alto’ que la movilización huelguística fue mayor en el ‘96 y que, en el interior, las manifestaciones habían igualado a las de 1995.


En todos estos meses, otras grandes manifestaciones nacionales –como las de los obreros de los arsenales, a mediados de octubre– recorrieron París. Todo esto, , sin contar numerosas huelgas parciales en sindicatos y fábricas, como las ‘huelgas sorpresas’ de los trabajadores de Air France y de los gráficos de los diarios de París (en noviembre), fábricas plásticas y escuelas. Sistemáticamente, las encuestas revelaron que todas las movilizaciones –las de los maestros de setiembre, la de los estatales de octubre, las de los camioneros de noviembre– contaban con el respaldo del 75% de la población.


La huelga de los camioneros, pues, estalló en una situación que había ‘madurado’ a fuerza de huelgas y manifestaciones a lo largo de todo el año. En el cuadro de una crisis económica que supera las posibilidades del gobierno (ver aparte), y a pesar de la política divisionista de las direcciones sindicales, la enorme presión de la clase obrera francesa ha herido mortalmente al gobierno de Juppé.