!Viva México¡

Una gigantesca rebelión campesina. La mayor desde la gran revolución de 1910, de la que los insurrectos de hoy han tomado su consigna (“Tierra y libertad”) y de la que su grupo dirigente —el Ejército Zapatista— ha tomado su nombre.


Una rebelión gigantesca que se insurrecciona contra la miseria, la marginación, la discriminación y la represión que históricamente sufren los campesinos indígenas mexicanos. “No se trata —por lo tanto, como lo reconoce un periodista de “El Norte” de Monterrey, reproducido por “La Nación ”(4/1)— de un movimiento con una demanda particular (sino) de un desafío militar y político a todo el orden establecido”.


El régimen “menemista” de Salinas de Gortari y su política “cavalliana” de privatizaciones, “liberalización” y “modernización” ha agravado brutalmente las ya misérrimas condiciones de vida de las masas, particularmente en las regiones más atrasadas como el sur. En Chiapas, el epicentro de la rebelión, la tasa de analfabetismo y de viviendas sin servicios sanitarios y electricidad duplica los ya elevados promedios nacionales. La concentración de la riqueza se ha exacerbado enormemente en los últimos años: mientras el 10% más rico de la población se embolsa el 41% del ingreso nacional (contra el 33% de una década atrás), la cuarta parte de la población mexicana —un 40% más que hace diez años— gana menos de dos dólares diarios (600 al año). En Chiapas, 94 de los 111 municipios tienen índice de pobreza “alta” o “muy alta”.


Todo esto de la mano de una represión salvaje, que también se ha agudizado en los últimos tiempos, en que el ejército ha realizado incursiones violentas contra las comunidades indígenas y contra sus organizaciones sociales, bajo las órdenes de los terratenientes, para expropiar las tierras comunales.


Contra todo esto se han levantado los campesinos del sur mexicano. Por eso, “cualquiera sea el curso de los acontecimientos, nuestro país no será el mismo” (ídem).


La prensa ha resaltado la pertenencia de los insurrectos a determinadas comunidades indígenas. ¿Se trata, como algunos sugieren, de un problema “étnico”? ¿Si así fuera, de dónde sale el temor que abiertamente manifiestan el gobierno, la Iglesia y el imperialismo norteamericano al “contagio” de la rebelión a todo el territorio mexicano?


El levantamiento de Chiapas es una expresión particular, aguda, de un proceso más general que recorre a toda América latina: la rebelión popular contra los regímenes patronales en descomposición y contra la profundización de la miseria, que es la necesaria consecuencia de la penetración imperialista que se ha agudizado bajo la cubierta de las “democracias”.  Más allá de todas sus diferencias y particularidades, entre los campesinos mexicanos y el pueblo santiagueño hay un hilo conductor: la necesidad impostergable de defender su propia existencia empuja a las masas a atacar el poder político de la burguesía.


La rebelión comenzó exactamente el día en que entró en vigor el Nafta, el acuerdo comercial firmado por México con Canadá y los Estados Unidos, que constituye un auténtico “estatuto de coloniaje” para la nación azteca. En las paredes de las ciudades tomadas aparecieron pintadas reclamando “no queremos TLC (Tratado de Libre Comercio, el Nafta), queremos libertad”, al tiempo que los dirigentes del EZLN  caracterizaban al Nafta como “una condena a muerte para los campesinos”. Y hasta los propios panegiristas del acuerdo colonial han debido reconocer que con la entrada en vigor del Nafta caerían todavía más los ya deprimidos precios del café —el principal cultivo de la región sureña de México—, agudizando todavía más la miseria de los campesinos.


Con el Nafta, la rebelión campesina en la frontera entre México y Guatemala ha dejado de ser una rebelión “en las puertas” de los Estados Unidos y ha pasado a tener el mismo efecto político que si hubiera ocurrido en el propio territorio norteamericano. Los efectos y las consecuencias del levantamiento no sólo se harán sentir en México y en toda América latina, sino también en los Estados Unidos. Como ya se ha señalado en “Prensa Obrera”  en ocasión de la firma del Nafta (Nº 409, 22/12), “el proceso de la crisis capitalista será al mismo tiempo el proceso de la absorción de México por los Estados Unidos, y la revuelta popular que generará inevitablemente esa anexión, será también el inicio de la revuelta popular en los Estados Unidos”.


La rebelión ha servido, subsidiariamente, para confirmar el carácter abiertamente proimperialista del Partido de la Revolución Democrática (PRD) de Cuhautémoc Cárdenas, que aparece como la oposición centroizquierdista del gobierno de Salinas de Gortari. El PRD se ha limitado a “interpretar”  la rebelión y hasta ha puesto en circulación especulaciones sobre los réditos electorales que podría acarrearle. En este sentido, se abre la posibilidad —hasta hoy “impensable”— de una derrota electoral del oficialismo mexicano. Pero aun cuando el PRI logre conservar la presidencia, como consecuencia de la rebelión se habrán reducido inexorablemente los márgenes de gobierno, con todas las consecuencias políticas que esto supone…


La aviación militar bombardea con cohetes y  ametralla indiscriminadamente las poblaciones tomadas por el EZLN, causando enormes bajas entre la población civil; el gobierno ha militarizado el estado de Chiapas, enviando a 12.000 hombres, tanques, helicópteros y aviones, que se suman a la guarnición habitual del Estado, la más numerosa, mejor adiestrada y armada de todo el país; distintos corresponsales (por ejemplo Clarín, 4/1) han informado sobre la aparición de cadáveres de campesinos sin uniforme de combate en las zonas dominadas por el ejército, lo que significa que han comenzado a actuar los “escuadrones de la muerte“.


Denunciamos abiertamente la represión salvaje que ha desatado el gobierno del Nafta —bajo el pretexto de la “defensa de la ley y los derechos humanos”’— al tiempo que señalamos que se trata de un síntoma de la desesperación propia de un gobierno y un régimen en ruinas.