Yeltsin ‘ganó’, pero el régimen se cae

Los banqueros y los ‘estadistas’ occidentales, y la delgada capa de burócratas que se apropió de la ‘parte del león’ de las privatizaciones rusas, pudieron al fin respirar aliviados: su hombre, Boris Yeltsin, derrotó al candidato ‘comunista’ en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. El fraude, la injerencia imperialista, la cooptación del ‘nacionalista’ Lebed y la capitulación de los ‘comunistas’ –cada uno en su medida– jugaron los papeles principales en esta victoria.


El fraude fue simplemente fantástico: en Chechenia, donde el ejército ruso no puede doblegar por las armas a la resistencia popular, ¡Yeltsin sacó el 64%! Las ‘urnas volantes’ recogieron más de 3,5 millones de votos. Además, mientras todos los estudios demográficos revelan que la población rusa disminuye –¡otra consecuencia bárbara de las ‘reformas’!– el número de inscriptos para votar creció en más de tres millones (de 105 a 108) entre diciembre y junio, y el de ‘votantes del exterior’ creció en más del 40%. Para evitar ‘inconvenientes’, las autoridades electorales ya anunciaron que “no publicarán resultados ‘detallados’” (Le Monde, 3/7).


En cuanto a la injerencia imperialista, baste señalar que sólo gracias al monumental préstamo de 10.000 millones del FMI, el gobierno pudo pagar parte de los salarios y las jubilaciones atrasadas y evitar un colapso bancario en la víspera de los comicios.


La incorporación del ‘nacionalista’ Lebed al gobierno le permitió a Yeltsin, además de sumar los votos del general, el 15% en la primera vuelta, retomar la iniciativa política, desembarazarse de la camarilla de Korjakov-Soskovetz (el primero, jefe de la ‘guardia personal’ de Yeltsin, que mantenía un choque abierto con el FMI y los gobiernos occidentales alrededor de la clave cuestión petrolera), y, muy importante, ‘verticalizar’ al ejército detrás del presidente. Con la incorporación de Lebed, Yeltsin terminó de montar las condiciones para mantenerse en el poder, por las buenas o …


La clave de la victoria de Yeltsin, sin embargo, fue la capitulación de los ‘comunistas’.  El PC no denunció el fraude, ni en la primera vuelta ni en la segunda. Entre ambos comicios, su candidato Zyuganov realizó una “enigmática campaña a media máquina” (The New York Times, 5/7): se ‘encerró’ en Moscú y ‘dejó pasar’ una oportunidad única para denunciar al gobierno: la brutal crisis política desatada por la ‘llegada’ de Lebed y el desplazamiento de la camarilla de Korjakov, con su secuela de acusaciones cruzadas de corruptelas, ‘ejércitos personales’ y crímenes políticos. La anticipada y pasiva aceptación de la derrota por parte del PC ha sido unánimemente interpretada como el ‘precio’ que los ‘comunistas’ pagaron, gustosos, por su futura integración al gabinete yeltsiniano.


Todo esto sirvió para que Yeltsin se alzara con las elecciones. Pero ni el fraude, ni la injerencia imperialista ni la integración de Lebed, ni la capitulación ‘comunista’, podrán impedir que Yeltsin –cuya salud es definida como “especialmente precaria”– se vea obligado a abandonar pronto el poder, ni pueden impedir, tampoco, la lucha abierta que ya se ha desatado por su sucesión entre las camarillas gubernamentales. Mucho menos, lo que le permitió a Yeltsin ganar las elecciones, le permitirá hacer frente a la crisis fiscal y bancaria que amenazan explotar en cualquier momento. Por todo esto, reiteramos nuestro pronóstico de que “el nuevo gobierno de Yeltsin no debe iniciar un período de estabilización política sino de acentuación de la crisis en todos los planos” (Prensa Obrera nº 500, 27/6). Esta perspectiva de crisis, más o menos inmediata, es la que explica que apenas una semana después de las elecciones, las relaciones del FMI con el nuevo gobierno hayan entrado “en un período de fuerte tensión” (Le Monde, 24/7).


El ‘nuevo’ gobierno yeltsiniano presenta un delicado y frágil equilibrio entre las tres camarillas fundamentales en que se ha escindido la burocracia: el ‘lobby’ de los grandes pulpos privatizados del gas y el petróleo, cuya cabeza es el primer ministro Chernomyrdin; el bloque de los banqueros beneficiarios de las privatizaciones, cuyo representante es Anatoli Chubais, antiguo encargado de las privatizaciones, recientemente retornado al entorno presidencial, y Aleksandr Lebed, representante del ‘complejo militar-industrial’.


Las contradicciones entre estas camarillas son flagrantes: los banqueros reclaman que se anulen los grandes subsidios impositivos que gozan las empresas gasíferas y petroleras, para garantizar el pago de la deuda estatal; las empresas energéticas, por su parte, reclaman la liberación de los precios, lo que ocasionaría una ruina industrial masiva e inmediata; unidos en su oposición al ‘lobby energético’, los bloques de Chubais y el de Lebed son, a su vez, mortalmente hostiles: los banqueros, que se han apropiado a precios de regalo de los mejores activos industriales rusos, pretenden ahora desplazar a los llamados ‘directores rojos’  –los viejos gerentes ‘comunistas’– para poner sus propios hombres al frente de sus empresas. Está, además, la cuestión chechena, donde Lebed ha debido renunciar rápidamente a su promocionado ‘plan de paz’, a causa de la “salvaje oposición por parte del lobby de la energía” (Le Monde, 9/7), ya que “a través de Chechenia pasan los oleoductos” que llevan el crudo y el gas a Occidente (Le Monde, 13/7).


En este cuadro, “si Yeltsin se viera obligado a renunciar por cuestiones de salud y no hubiera un reemplazante obvio, una sucesión de crisis puede ser más desestabilizante que la actual lucha sin piedad por el poder” (The New York Times, 3/7). En otras palabras, la lucha por la propiedad puede convertirse en guerra civil abierta.


Sin embargo, no sólo la salud de Yeltsin puede hacer estallar la crisis: otros detonantes de primer orden son el hundimiento de las finanzas públicas y “la inminencia de algún tipo de colapso en el ya tambaleante sistema financiero” (The New York Times, 3/7). El déficit fiscal –engordado en 10 billones de rublos durante la campaña electoral– triplica los compro-misos con el FMI, lo que amenaza con desatar una hiperinflación y provocar “el colapso del mercado de bonos de deuda del Estado” (ídem). En cuanto a los bancos, “en los pasados seis meses varios de los mayores bancos de Rusia han requerido el salvataje del Banco Central” después de entrar en cesación de pagos (The Wall Street Journal, 12/7). La perspectiva es sombría: “otros le seguirán” (ídem) porque “los cinco mayores bancos no sobrevivirían una crisis seria” (The Economist, 20/4). El sistema bancario y el de la deuda pública han sido los instrumentos privilegiados que utilizó la burocracia para apropiarse de las empresas ‘privatizadas’ y fugar al exterior miles de millones.


Todo esto explica que “un diplomático occidental en Moscú” haya declarado que “estoy convencido de que si gana Yeltsin, las elites dominantes traerán al PC a su gobierno. Es la única forma de evitar otra problemática lucha por la sucesión” (Financial Times, 3/7). El propio PC está interesado en esta perspectiva: son varios los dirigentes ‘comunistas’ que se declararon “dispuestos a integrar el gabinete de Chernomyrdin”, pero lo más importante es que “el PC renunció a denunciar los resultados electorales porque su verdadera apuesta es la lucha por la influencia dentro del Kremlin, con un presidente fatigado si no seriamente enfermo” (Le Monde, 6/7). La base de esta integración es que las camarillas dirigentes del ‘comunismo’ ruso están profundamente entrelazadas con las camarillas que integran el gabinete; para muestra, un botón: Nikolai Ryzhkov, uno de los principales dirigentes del PC, es el accionista mayoritario del Tveruniversalbank, el 17º banco ruso que acaba de ser intervenido después de entrar en cesación de pagos … La misma lucha por la propiedad que desgarra a las camarillas gubernamentales, empuja al PC a “una escisión inevitable” (Le Monde, 5/7).


La integración del PC al gabinete de Yeltsin provocaría, de inmediato, la fractura del amplio frente que encabezó en estas elecciones … pero lo mismo sucedería si la rechazara: la mayoría de los ‘aliados’ del PC, “especializados en intercambiar ministerios y subsidios por el apoyo a Yeltsin … no resistirían cuatro años en la oposición” (Le Monde, 5/7).


El ‘gobierno de coalición’, dice el Financial Times (3/7), es “el resultado más probable de una elección que muchos en Rusia –y en Occidente– veían como una lucha entre dos ideologías incompatibles”. En un cuadro dominado por la desintegración –tanto entre los vencedores como entre los vencidos–, la lucha sin piedad por el poder y la catástrofe económica, tal ‘gobierno de coalición’ sería apenas un efímero puente hacia la crisis abierta, revelador del terror de las camarillas dominantes a la guerra civil que engendra, sin remedio, la restauración capitalista.