Yeltsin ‘reasume’

Mientras 21 cañonazos de salva saludaban en Moscú la ‘reasunción’ de un visiblemente enfermo Boris Yeltsin, otros cañonazos —mucho más reales— retumbaban en la lejana Grozny, capital de Chechenia. 


Es que para ‘acompañar’ la reelección de Yeltsin, las milicias independentistas chechenas lanzaron un ataque fulminante que las llevó a reconquistar, en apenas cuatro jornadas de lucha, las tres principales ciudades chechenas. En Grozny, las milicias ocuparon la comandancia militar rusa, el cuartel de los servicios de seguridad (ex KGB) y el del Ministerio del Interior, además de la sede del ‘gobierno checheno’ títere de Moscú. Las bajas rusas se cuentan por centenares y, según el propio comando ruso, “la situación está completamente fuera de control” (Clarín, 10/8). El ‘segundo término’ de Yeltsin debuta, así, con “la peor derrota desde 1994” (Le Monde, 9/8), cuando las tropas rusas invadieron la pequeña república caucasiana que reclamaba su independencia.


En su ‘retorno’ presidencial, Yeltsin no pudo cumplir con su principal promesa electoral: el fin de la guerra en Chechenia, como consecuencia de los golpes propinados a los independentistas durante la ofensiva rusa de julio, en la que fueron bombardeados pueblos y aldeas enteros, causando miles de muertes civiles.


Tampoco pudo cumplir la segunda: que los sueldos serían pagados puntualmente. Por eso, la ‘reasunción’ de Yeltsin coincide con la tercera semana de una enorme huelga minera en el Extremo Oriente, que amenaza con convertirse en una huelga minera nacional en las próximas horas. En la región de Vladivostok, desde hace ya más de veinte días, 10.000 mineros paralizaron las minas de carbón en reclamo del pago de los salarios atrasados (que alcanzan a seis meses). Con el mismo reclamo, acaban de entrar en paro los mineros de la región de Rostov (en el sur de Rusia), los de Vorkuta (en el Artico) lanzaron una huelga de preaviso, y los del Kouzbass están realizando asambleas para votar la huelga. 


El atraso salarial en todas las ramas de la economía – 6.000 millones de dólares para salarios que, en promedio, no alcanzan los 200 dólares mensuales– amenaza con provocar una explosión de huelgas y revueltas populares en todo el territorio ruso. Por eso, el ex candidato comunista Guennadi Zyuganov advierte que “la radicalización de la situación en el plano social con las huelgas en las minas… puede provocar una reacción en octubre-noviembre” (ídem). 


La agitación social tiene lugar en un cuadro de anunciado derrumbe económico. “La crisis bancaria y fiscal se agrava” (Le Monde, 9/8) y todos anuncian una “inminente depresión económica” (Clarín, 9/8). El banquero y ex candidato presidencial Gregory Yavlinski advierte que “en los próximos meses, Rusia podría sufrir una crisis económica superior a la que padeció al comenzar las reformas de 1992” (ídem). La perspectiva de una crisis inminente aparece reforzada por la negativa del FMI a girar al gobierno ruso la correspondiente ‘cuota’ –la primera que el gobierno ruso debía recibir después de las elecciones– del ‘histórico’  préstamo de 10.000 millones que le permitió a Yeltsin ganar las elecciones. 


El régimen que tiene que hacer frente a semejantes desafíos está herido de muerte. “La enfermedad de Boris Yeltsin pone en duda su capacidad de gobernar” (Le Monde, 9/8), al tiempo que “las ‘ausencias’ del presidente amplifican la batalla entre los clanes” (ídem) que forman el ‘entorno’ presidencial y entre los cuales reina “un equilibrio inestable” (ídem). 


Un régimen acosado por las huelgas y el descontento popular; por la humillación militar a manos de fuerzas infinitamente inferiores, como las milicias chechenas; por la perspectiva de un colapso económico y por la lucha a muerte de sus camarillas: el de Yeltsin es, sin dudas, el retrato de un régimen que se hunde.