Yugoslavia: los yanquis no consiguen parar el levantamiento

Las manifestaciones populares que reclaman la caída de Milosevic han entrado en su cuarta semana y, día tras día, registran nuevos ‘récords’ de concurrencia. Comenzaron apenas un día después de que el gobierno anulara las elecciones municipales en las que fue derrotado en 15 de las 17 principales ciudades serbias, y desde entonces no se han detenido. Para las masas serbias, Milosevic simboliza el fraude, el robo, la corrupción, la guerra, la desocupación y el hambre.


Bajo la presión de estas enormes manifestaciones, el régimen parece comenzar a resquebrajarse. Milosevic ha desaparecido de la escena pública. Cinco jueces de la Corte Suprema y otros 90 jueces de menor rango criticaron la anulación de las elecciones. El ministro de Información renunció como protesta por la clausura de una radio no gubernamental … que el gobierno debió reabrir apenas unos días después. El presidente y el primer ministro de Montenegro –que forma con Serbia la autodenominada República de Yugoslavia– criticaron las medidas “absolutamente antidemocráticas” de Milosevic, al que acusaron, de paso, de perjudicar económicamente a Montenegro. La Iglesia Ortodoxa, uno de los pilares del régimen, saludó a los manifestantes. Uno de los hombres más odiados del régimen, el jefe del partido en la ciudad obrera de Nis, fue removido de su cargo. En este cuadro, el régimen no ha recurrido a la represión porque teme desencadenar una insurrección.


La oposición capitula


La dirección del propio movimiento de las masas, un frente heterogéneo de partidos burgueses y nacionalistas, está frenando la insurrección. Algunos de ellos coquetearon hasta hace poco con Milosevic para formar con él un gobierno de coalición; otros critican a Milosevic haber ‘traicionado’ a los serbios de Bosnia al firmar el acuerdo de paz de Dayton.


La oposición no promovió la movilización y ahora se declara “sorprendida” (El Mundo, de Barcelona, 9/12) por su amplitud y su alcance. Su primera preocupación ha sido encorsetar al movimiento de masas para castrar su carácter revolucionario. Así estableció una “seguridad interna” para evitar los ‘desbordes’ y “persuadir a la gente de que arroje pintura roja y huevos en lugar de piedras” (International Herald Tribune, 5/12). El temor de los opositores es que las piedras provoquen una represión policial que desate la insurrección.


Esta oposición pretende cogobernar con Milosevic: en los últimos días se declaró dispuesta a levantar las manifestaciones y a aceptar la continuidad de Milosevic si el dictador reconoce el resultado de las elecciones. En otras palabras, se compromete a evitar la caída de Milosevic a manos de los manifestantes. En apenas tres semanas de sentir tras de sí la presión popular, estos opositores ya capitularon … sin que Milosevic les ofreciera nada a cambio.


Los principales dirigentes de la oposición declaran abiertamente: “La crisis política  sólo puede ser resuelta con un cambio de régimen, y temporariamente, a través de negociaciones, para alcanzar algún tipo de acuerdo para un cambio legal del poder” (despacho de la agencia UPI, 9/12). Otro fue todavía más explícito: “Si hubiera un acuerdo, dirigiríamos nuestro trabajo a derribar a Milosevic en las próximas elecciones de 1997 y no mediante huelgas y protestas callejeras” (The New York Times, 6/12).


La clase obrera


Excepto en la ciudad industrial de Nis, esta oposición –“que no tiene idea de cómo seguir las manifestaciones” (The Washington Post, 6/12) … ni de cómo levantarlas– no ha logrado captar el apoyo masivo de la clase obrera.


¿Los trabajadores apoyan a Milosevic? Ciertamente no; bajo Milosevic, los salarios han caído de 800 a 100 dólares mensuales en menos de tres años; la desocupación supera el 50%; las jubilaciones no se pagan. En marzo pasado, los obreros industriales fueron a la huelga contra el gobierno en reclamo de aumentos de salarios y mejores condiciones de trabajo. Ahora, los trabajadores votaron masivamente por la oposición, que ganó en las grandes concentraciones obreras (la ciudad industrial de Nis y el centro minero de Bor).


Aunque “los obreros votaron por la oposición y simpatizan con el movimiento” (The New York Times, 6/12), no se han unido a él. “La ciudad minera de Bor está inundada de policías … el gerente de la mina advirtió a los trabajadores que la menor interrupción del trabajo sería castigada con el despido … los sindicalistas independientes se encuentran bajo severa vigilancia” (The New York Times, 3/12).


La principal razón, sin embargo, parece ser la desconfianza política en la dirección opositora. En lo que un corresponsal presenta como una opinión más o menos generalizada, “un obrero de fábrica de Belgrado” señala que “la dirección de la oposición no es gente en la que se pueda tener confianza cuando las cosas se pongan realmente difíciles” (The New York Times, 6/12). Esta opinión, bien mirada, ya es un paso a la insurreción con banderas propias.


El imperialismo con Milosevic


El imperialismo es el sostén fundamental de Milosevic … al punto que la propia prensa norteamericana señala que “no escuchamos una palabra (de condena) de Clinton ni de sus principales asesores” (The New York Times, 5/12). Con un cinismo típicamente imperialista, “un alto diplomático occidental en Belgrado” declaró que “Milosevic tiene mucha sangre en sus manos, un montón de cosas por las que responder y un montón de cosas para ocultar. Es más fácil de presionar y controlar” (International Herald Tribune, 5/12).


Los imperialistas sostienen a Milosevic, primero, porque la primera víctima de su caída sería Franjo Tudjman, el dictador croata, que también perdió las últimas elecciones municipales y está enfrentando grandes huelgas y manifestaciones de masas (recientemente, 100.000 personas protestaron en Zagreb por el cierre de la única radio no gubernamental). Segundo, porque Tudjman y Milosevic son los ‘pilares’ del ‘orden’ que el imperialismo impuso en los Balcanes mediante los acuerdos de Dayton, que fragmentan a la ex Yugoslavia, dividen Bosnia, mantienen la opresión de la minoría albanesa de Kosovo y sostienen a un conjunto de regímenes totalitarios en toda la región.


Pero “la inesperada fortaleza de las movilizaciones –confiesa el Financial Times (3/12)– obligó a los gobiernos occidentales a repensar una política”, es decir, a diseñar una ‘salida’. En esta dirección, “el embajador británico Ivor Roberts, que trabaja junto con Nueva Democracia, un partido de empresarios cercanos a Milosevic” (The Washington Post, 5/12), planteó suspender las manifestaciones y retirar el reclamo de la renuncia de Milosevic a cambio del reconocimiento de la victoria electoral opositora. En el mismo sentido se pronunció el gobierno norteamericano, urgiendo a Milosevic a iniciar negociaciones con la oposición (The Wall Street Journal, 9/12). O sea que, en definitiva, la ‘propuesta’ que la oposición presenta como propia es la del imperialismo.


Según The Washington Post (6/12) “hay signos de que Milosevic aceptaría un acuerdo”. Lo que temen –tanto Milosevic como sus opositores y el imperialismo– es que la movilización se profundice. En las propias palabras de un dirigente de la oposición: “No hay quien los pare, es un alud de indignación; aunque les dijéramos que se fueran a casa, no se irían” (El Mundo, 9/12).