Zimbawe: el sur de África es un volcán

Zimbabwe, en el Africa austral, se encamina hacia un colapso económico y al final del régimen del nacionalista Robert Mugabe, que dirige el país desde la independencia en 1980.


Cerrado el acceso al crédito externo, el enorme déficit fiscal (20% del PBI) se financia con una deuda pública interna que crece como una bola de nieve (a un ritmo del 2% del PBI por mes). El rapidísimo crecimiento de esta deuda interna y las elevadas tasas de interés que se pagan, harán impagable esa deuda en poco tiempo. La producción se ha derrumbado: el PBI caerá el 10% este año; la minería está estancada y la industria se encuentra en el nivel más bajo de los últimos quince años. Uno de cada tres trabajadores está desocupado. Fracasó el ‘plan de estabilización’ lanzado en 1999 (que ató la moneda nacional al dólar) y la inflación alcanza el 60% anual. Esto ha desquiciado la vida de las masas (los ingresos reales de los trabajadores están hoy por debajo de los niveles de la época colonial) y ha puesto en crisis la agricultura comercial (que reclama una devaluación del 75% para ‘compensar’ el aumento de los precios internos).


La crisis de la agricultura comercial, altamente desarrollada desde el punto de vista capitalista e integrada al mercado mundial, revela que lo que está golpeando a Zimbabwe, como a toda Africa, son las consecuencias de la crisis capitalista mundial. Al mismo tiempo, pone de manifiesto la contradicción entre esta agricultura capitalista y las necesidades de las masas explotadas del país: la devaluación que reclaman los exportadores aceleraría la inflación y confiscaría instantáneamente los ya miserables salarios de los trabajadores.


La popularidad de Mugabe se derrumba. Recientemente, sufrió una inesperada derrota en un referéndum celebrado para otorgarle poderes excepcionales y ha suspendido las elecciones que debían realizarse en abril por temor a una derrota. La oposición, el Movimiento para un Cambio Democrático (MCD), levanta un programa fondomonetarista: privatización de las empresas estatales, “lucha contra la corrupción”, autonomía del banco central, despido de empleados públicos.


Los mandatarios de Sudáfrica, Kenya y Mozambique han reclamado a Robert Mugabe el cese de las ocupaciones de tierras de los colonos blancos por parte de los veteranos de la guerra de la independencia nacional. Con esta intervención, se han transformado en agentes del imperialismo en la crisis.


El intento de Mugabe de encontrar una salida al hundimiento de su régimen impulsando la ocupación de esas tierras ha profundizado la crisis política y desatado una crisis internacional.


Los colonos blancos (el 0,6% de la población) poseen más de la mitad de la tierra cultivable. Pero las ocupaciones no significan que vaya a comenzar su distribución entre los campesinos pobres: en veinte años en el poder, el partido nacionalista de Mugabe se convirtió en el garante de la gran propiedad agraria blanca, que no ha sido tocada desde la independencia. Sólo ha redistribuido tierras entre los miembros de la camarilla gobernante, que se cuenta hoy entre los grandes terratenientes.


La crisis ha puesto en evidencia la impasse política de las masas: los trabajadores que se movilizan para sacarse de encima un régimen que se hunde empobreciendo a millones, lo hacen tras las banderas del partido proimperialista (MCD); los que luchan por la tierra, lo hacen en el cuadro de un régimen que se hunde y que no les ha dado nada en veinte años.


La cuestión de la tierra, que ni Mugabe ni sus opositores fondomonetaristas pretenden resolver, es la clave no sólo para los campesinos pobres sino para el propio desarrollo de Zimbabwe. Al monopolizar la tierra, los colonos blancos monopolizan las exportaciones y las divisas que éstas producen (que son las que el país necesita para industrializarse). La nacionalización de la tierra dedicada al cultivo del tabaco y otros cultivos de exportación debería servir para una industrialización que eleve el nivel de vida del pueblo trabajador y absorber la población campesina. Pero ni los nacionalistas de Zimbabwe ni los de ningún otro país africano han sido capaces de emprender esta tarea; para hacerlo, deberían atacar el derecho burgués de propiedad en que se apoyan no sólo los agricultores blancos sino también los terratenientes negros y la burguesía negra de las ciudades.


La cuestión de la tierra es la clave. Esto lo han entendido los presidentes de los países vecinos que temen una oleada de ocupaciones por los campesinos sin tierra en sus propios territorios. Existen millones de ‘sin tierra’ en Sudáfrica y en Kenia (donde pocos terratenientes son blancos) que amenazan con seguir ‘la opción de Zimbabwe’. Por eso le reclaman a Mugabe que ponga fin a las ocupaciones.


Para el imperialismo, Mugabe es culpable de haber despertado los ‘demonios’ de la lucha por la tierra en todo el sur de Africa. Pero temen que una victoria del MCD desate una guerra civil. Por eso, hay quienes, como The Economist (22/4), ya plantean la necesidad de un golpe militar que garantice plenamente los derechos de los propietarios de la tierra y de todos los propietarios.