Juventud

30/4/2014|1312

Valor, plusvalía, revolución

Un agregado a la mesa con Astarita y Gaido en la Feria del Libro‏

A medida que se desarrolla la producción capitalista, y con ella la productividad del trabajo, el valor de la riqueza social tiende a disminuir. Es sencillo: se reduce el tiempo socialmente necesario para producir la masa ofrecida de mercancías. Llegado a un punto extremo de esta tendencia histórica descendente, el valor se transforma en una base muy estrecha de la riqueza social concreta, que es independiente de las necesidades elementales insatisfechas de la inmensa mayoría de la población. La riqueza social, bajo el capitalismo, no se mide en términos de capacidad de desarrollo del individuo social sino en la masa de mercancías que intercambia en forma regular, como resultado de un trabajo medido en términos de energía física dispensada. La tendencia a la extinción de la ley del valor es una manifestación del carácter perecedero o transitorio del capitalismo.

El proceso, sin embargo, no concluye aquí, porque el capital convierte a su límite en un acicate. Es así que contrarresta esta tendencia a la extinción del valor como medida universal de la riqueza social, mediante la ampliación continua de su frontera histórica, sea mediante la extensión incesante de la necesidades sociales, sea revolucionando su radio geográfico y espacial. O sea creando una masa de valor incesantemente mayor, que se interrumpe bajo las crisis. Cuando los teóricos del capital se quejan, con bastante frecuencia, del “consumismo”, simplemente se disparan a los pies, porque sin ese “consumismo” el capital sufriría una ‘muerte súbita’. A través del crédito y la especulación, procura incluso desarrollar la posibilidad -que no es más que una ilusión o espejismo- , de separar la creación de la riqueza social del trabajo social, o sea superar el ‘chaleco de fuerza’ de la ley del valor, sólo para descubrir la inutilidad del propósito a través de crisis financieras, que desploman los ‘valores’ creados en forma ficticia y que sacuden el conjunto del andamiaje económico. El desarrollo monstruoso del armamentismo, el comercio del narcotráfico o la trata de personas, incluido el trabajo esclavo inmigrante, ilustra asimismo acerca del carácter que va asumiendo la ininterrumpida incentivación de necesidades sociales en cuanto cabe al capital. Lo mismo ocurre con la creación de productos nuevos que pierden vigencia en un período corto de tiempo (obsolescencia). El esfuerzo del capital para ir más allá de su propio límite histórico resulta en definitiva en una ampliación gigantesca del desarrollo de sus contradicciones y en el terreno preparatorio de revoluciones sociales de mayor alcance.

La reducción, siempre relativa pero creciente, del valor creado, obliga al capital a reforzar la base fundamental del sistema: la explotación del trabajo asalariado, la creación de plusvalía. La tendencia a la extinción del valor mercantil, no disminuye sino que potencia la tendencia a la explotación de la fuerza de trabajo. La reducción relativa del valor de la riqueza capitalista, no amplía el valor relativo de la fuerza de trabajo, o sea la capacidad de adquisición de mercancías. La fuerza de trabajo es, ella misma, una mercancía. Para defender su tasa de beneficio o de ganancia en un universo de disminución del valor relativo de las mercancías, el capital necesita apretar las clavijas, más que nunca, sobre la fuerza de trabajo. Esto explica la liquidación de derechos laborales en todo el mundo, la elevada desocupación, la extensión del trabajo precario y semiesclavo -esto no ya en Bangladesh o Vietnam sino en Milán y en el bajo Flores.

Es cierto que la composición de una canasta familiar en el siglo XXI difiere en forma sideral de la del siglo XIX; es el resultado de la enorme ampliación de necesidades sociales que ha generado el desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas. Es claro que, hasta un cierto punto, incluso la capacidad de adquisición de una canasta moderna es mayor que la antigua, fundamentalmente debido a la enorme acción reivindicativa y revolucionaria de las organizaciones obreras a través del tiempo. Hoy mismo asistimos a victorias reivindicativas importantísimas de una clase obrera tan importante como la de China. La tendencia en su conjunto es, sin embargo, innegable: la extracción de una plusvalía cada vez mayor es el mecanismo ‘compensatorio’ ineludible a la tendencia a la extinción del valor como medida de la riqueza social, o sea a la extinción del capitalismo. Valor y plusvalor se mueven en un sentido antagónico.
Conclusión: a medida en que el capital se extingue históricamente, lo cual se manifiesta en crisis económicas e internacionales de magnitud creciente y hasta un cierto punto inéditas, la lucha entre el capital y el trabajo se acentúa, como consecuencia de la intensificación de la tendencia del capital, a defender y ampliar su derecho mismo a la existencia: la captura del valor creado por el trabajo ajeno. Las premisas teóricas y prácticas se conjugan o convergen en la revolución.