Alfredo Alcón, un trabajador de la escena

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“Valés lo que hacés ahora. Y en teatro más: ¿qué sabés cómo te va a salir la función de hoy, aunque la de ayer haya sido espectacular?”

Alfredo Alcón

Una vez le pidió la luna al padre. El padre, muy serio, le dijo que sí. Fue al fondo de la casa donde había una escalera. Subió los escalones. Fingió que agarraba la luna. Y desde arriba de la escalera se puso a reír con la madre. En unas de sus últimas entrevistas, ese niño, un pequeño Alfredo Alcón, diría que quedó decepcionado de aquella imagen y que una vez alguien le dijo que él siempre siguió persiguiendo esa luna.

Pero el telón, irreversiblemente, siempre se cierra. Tenía 84 años cuando se le fue el último latido en su casa durante la madrugada del pasado viernes 11 de abril. Se fue, tras una complicación respiratoria, el hombre al que se consideraba como el mejor actor argentino. Se fue un artista popular.

Se fue Alfredo Félix Alcón Riestra -tal era su nombre completo-, ese chico que robaba libros de la biblioteca de su padrino y los leía a escondidas. El que ante la mirada atónita de sus amigos, sacaba Ricardo III, de Shakespeare, y se los comenzaba a leer en voz alta. A los 10 años ya leía Así habló Zaratustra, de Nietzsche, y su madre, temerosa del filósofo alemán, le decía que se iba a ir al infierno.
No sólo se interesó por el teatro, sino también por la literatura. Habrá que recordarlo en la pantalla de televisión, en una puesta de Israfel, de Abelardo Castillo, en la que representaba a Edgar Allan Poe: el infierno de ese gran poeta cobró cuerpo en su voz inigualable.

Debutó en el teatro a los 21 años, y a los 25 en el cine con El amor nunca muere. Hizo más de cuarenta películas, muchas de ellas hitos del cine argentino. Entre sus filmes están “Un guapo del 900”, “El Santo de la Espada” (donde representaba a San Martín), “Martín Fierro”, “Güemes, la tierra en armas”, “Los siete locos”, “Pubis angelical”, “Boquitas pintadas” y “Nazareno Cruz y el lobo”. Trabajó con Leopoldo Torre Nilsson y Leonardo Favio. En teatro, hizo a los grandes: Shakespeare, Ibsen, Lorca, Arthur Miller, Tennessee Williams, Beckett, Bergman y la lista sigue. En televisión, entre otras series, participó en Vulnerables, Por el nombre de Dios, Locas de amor y Herederos de una venganza.

Su padre murió cuando él era muy chico; su madre era obrera en una fábrica de medias: “Por motivos muy concretos idealicé al peronismo durante mi infancia. Nosotros éramos de Ciudadela. Mi padre trabajaba en una fábrica y me acuerdo de que un día vino feliz, contando que estaban aplicando unas leyes bárbaras: las ocho horas de trabajo, el aguinaldo, las vacaciones. Yo era chico y no entendía mucho, pero percibía mayor tranquilidad en casa, a un nivel casi energético”.

Durante la dictadura fue parte de las “listas negras”. En esos años hicieron una puesta de Hamlet: “Yo decía: ‘Hay algo podrido en Dinamarca’ -recordaba- y la platea murmuraba. Era una adaptación muy interesante donde se subrayaba el hecho político, de este hombre que viene a restaurar la justicia en un lugar dominado por lo injusto”.

La Triple A lo acusó de propagar “ideas judeomarxistas” por representar La muerte de un viajante, de Arthur Miller. Le dijeron que en 48 horas tenía que irse del país.

A él y a otros artistas amenazados los convocaron a reunirse con López Rega. Alcón contó que éste les hizo una actuación despegándose de la Triple A, un método muy común en López Rega. El actor pensó que “El Brujo” decía la verdad, y contó que luego los llevaron al Departamento de Policía, que aquella reunión fue difundida por la prensa como un apoyo de los actores a López Rega y que se dio cuenta de que “habían sido usados” (“Lo Pasado Pensado”, Felipe Pigna, 2005).

En ocasiones Alcón expresó cierta ilusión por el gobierno kirchnerista, aunque enfatizaba que le gustaría que “todo lo malo que hace este gobierno se dijera con un pensamiento alto”.

En una entrevista, en 2008, Alcón habló de la teoría de García Lorca cuando éste llevaba La Barraca a los pueblos de España. “Les llevaba las grandes obras del Siglo de Oro: decía que era el lenguaje del pueblo, que le había sido arrebatado”, recordó. Alfredo Alcón fue, medularmente, un actor popular, un trabajador de la escena. Fue un hombre que llevó el objeto poético a las calles. Quedará presente ese derecho a alcanzar la luna, la poesía permanente.


Equipo de Cultura
de Prensa Obrera