La militancia del Partido Obrero durante la dictadura

Intervención de Rafael Santos en la charla “50 años del Partido Obrero”, realizada en el pícnic de fin de año de 2014.

Rafael Santos fue dirigente de Política Obrera (antecesor del Partido Obrero) durante la actividad clandestina que desarrolló la organización bajo el gobierno de facto que comenzó el 24 de marzo de 1976. Una parte de esa experiencia fue volcada en una charla realizada al cumplirse los 50 años del partido, en el pícnic de fin de año de 2014. La militancia obrera, la lucha contra la represión y la caracterización política de entonces están comprimidas en aquella breve y emotiva intervención.


En primer lugar, Santos destaca que la organización estaba preparada para afrontar la nueva situación. Comenta cómo ya el primer congreso de Política Obrera, realizado en diciembre de 1975, había definido la orientación de enfrentar el golpe de Estado que se estaba preparando; e inmediatamente luego del 24 de marzo caracterizó que se había cerrado una etapa revolucionaria y se abría una contrarrevolucionaria –aunque inacabada porque la clase obrera seguía interviniendo. Con esa caracterización se organizó la actividad en el movimiento obrero y al mismo tiempo la preservación del partido y de sus cuadros.



También describe cómo se llevó adelante, de manera ininterrumpida, la propaganda y la agitación política, distribuyendo el periódico clandestinamente en cajas de cigarrillos, paquetes de golosinas o en bolsas de residuo, y montando locales partidarios clandestinos. La organización ya tenía la preparación de haber militado bajo la dictadura de Onganía-Levingston-Lanusse e incluso bajo la democracia del gobierno peronista con las AAA. Reseñó además cómo se llevaron a cabo, en esas condiciones, dos congresos del partido -en 1977 y en 1982- que sirvieron de guía a los militantes. “La conciencia política fue la base de la resistencia y de la moral de nuestros compañeros.”


Una de las decisiones más difíciles, resalta Santos, fue enviar al exilio a una parte de la dirección de Política Obrera, lo que aseguraba una continuidad política, ya que ningún golpe que la dictadura diera a la organización sería total. De la misma manera, el partido se replegó de posiciones ganadas, como comisiones internas de fábrica, explicando a los trabajadores que no iban a poder ser sostenidas en la nueva situación y que se debía preservar a los cuadros de vanguardia del movimiento obrero.




Muy valiosa es la reflexión que aporta acerca de cómo PO se jugó por cada compañero que había sido secuestrado. “Cada detención fue una lucha política” aseguró. Mencionó como hitos la campaña internacional que logró la liberación de Pablo Rieznik; el paro de los obreros de la planta gráfica de Zona Norte que recorrió cuarteles y comisarías hasta que conquistaron la libertad de su compañero Roberto Gellert, delegado de la comisión interna; y la concentración en Plaza de Mayo que hacia el final de la dictadura rescató del secuestro a Miguel Del Plá, quien había sido trasladado del Gran Buenos Aires hasta Córdoba, como tantos otros que cambiaron de ciudad o de provincia para seguir sosteniendo una actividad militante en la clandestinidad -muchos de los cuales son hoy dirigentes del Partido Obrero. Todo ello, afirma, solo se pudo hacer gracias a la adhesión de los activistas y trabajadores.


Por último, recuerda que Fernando Sánchez, Gustavo Grassi y Marcelo Arias, activistas obreros que fueron secuestrados y desaparecidos, tuvieron una actitud heroica, ya que se negaron a otorgar información a los militares a pesar de las torturas, o directamente dieron indicaciones falsas, salvando así la vida de militantes. Esa es la tradición histórica de la que está hecho el Partido Obrero.