Los muertos de Solá y Duhalde

La apertura de la “olla podrida” de la masacre de Puente Pueyrredón (las declaraciones de Fanchiotti) tuvo repercusión inmediata.


Fanchiotti, que ahora está preso junto al sargento Carlos Leiva – otro de los protagonistas de la matanza – , denunció a la prensa una enorme conspiración del Estado nacional y del gobierno de la Provincia de Buenos Aires en la masacre de Avellaneda, y la participación de los servicios de inteligencia del Estado.


Entre las denuncias, el comisario asesino mandó al frente a sus superiores, los comisarios Félix Osvaldo Vega y Mario Mijín, este último responsable directo de la instrumentación del operativo antipiquetero, aunque no estuvo presente en el lugar.


En medio de la campaña electoral de Solá, el olor podrido que viene de Avellaneda no tiene que ver con el Riachuelo y apunta directamente al candidato de Kirchner en la provincia. Las declaraciones de Fanchiotti significaron un terremoto, al interior de la “bonaerense” y del propio gobierno. Abre paso a una posible nueva etapa en la investigación de los crímenes, que amenaza el horizonte político del propio Solá.


Las denuncias de Fanchiotti fueron publicadas el 10 de agosto. El 24, uno de los principales denunciados, el comisario Mijín, apareció “suicidado” en su casa de Florencio Varela, “con un balazo en la sien y una pistola en la mano” (Página/12, 25/8).


La “suerte” de Mijín es un llamado de atención para Fanchiotti y Leiva.


Fanchiotti dijo que sus jefes, entre ellos el “suicidado”, “sabían que ese día iba a haber quilombo”, y que las instrucciones planteadas por el comisario Vega eran “instrucciones del Ministerio de Seguridad” (Página/12, 10/8). Es decir, las órdenes bajaron directamente de Felipe Solá, y de Duhalde, Juan José Alvarez y Atanasoff.


Más aun, Fanchiotti declaró que la mayoría de los policías involucrados en los asesinatos están prófugos, con el aval del Estado y la directa intervención policial. Mijín fue el responsable, en palabras de Fanchiotti, de preparar la fuga del jefe de operaciones de patrullas, el oficial Paggi, el mismo que “aparece en la camioneta efectuando disparos. Ahora está viviendo en Italia” (ídem).


El comisario Mijín, “al que sindican como cerebro encubierto del operativo en Avellaneda” (Página/12, ídem), era una pieza clave del macabro operativo de Duhalde, Solá, Alvarez y Atanasoff, y de la tarea de encubrimiento, que suma al “progre” Juampi Cafiero.


Todos deben subir al banquillo de los acusados y terminar sus días compartiendo los barrotes con los Fanchiotti y Leiva.