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6/5/2010|1127

A propósito de “El peronismo armado”

El libro de Alejandro Guerrero

Alejandro Guerrero ha hecho un intenso trabajo de investigación sobre una época, la ‘década del ’70, que aún hoy tiene un peso sobre la vida política argentina. El peronismo armado está inscripto en la búsqueda de una explicación de por qué un ascenso revolucionario fue abortado por una de las más grandes tragedias que padecieron los trabajadores argentinos, en vez de coronarse en un triunfo.

El libro de Guerrero aborda los movimientos armados que se desarrollaron levantado la bandera del peronismo y, fundamentalmente, de Montoneros. La enorme virtud de esta obra es que está encarada desde el punto de vista de la lucha de clases.

El original comienzo del libro marca su desenvolvimiento. Luego de refutar a los que sostienen que Firmenich y la cúpula montonera eran agentes de los servicios, por lo tanto, todo el movimiento una creación maquiavélica, Guerrero se propone demostrar “de qué modo el plano inclinado de la política argentina y la situación internacional trasforma a esos activistas de derecha en militantes de izquierda, seguidos por cientos de miles de jóvenes”.

Contrariamente, este mismo ángulo del trabajo ha impedido al autor sacar algunas conclusiones y caracterizaciones vitales de esa etapa. Es necesario complementar el trabajo de Alejandro Guerrero.

La ejecución de Aramburu: el camino a la peronización

El 29 de mayo de 1970, un comando armado secuestró de su domicilio a Eugenio Aramburu.

Mucho se especuló en un primer momento sobre quiénes eran los responsables del secuestro de Aramburu (el gobierno de Onganía, herido de muerte por el Cordobazo, se lo atribuía a la interna militar). Unos días después, una organización desconocida, Montoneros, se hacía cargo del secuestro y posterior ejecución del dictador gorila.

Este hecho, para Política Obrera (junio de 1970) “constituye una provocación política desde el punto de vista de los intereses obreros… el solo hecho de plantear una alternativa peronista, es decir, burguesa con los métodos del terrorismo pequeño burgués constituye una franca acción de hostilidad contra el proletariado que busca liberarse del capitalismo mediante la acción de masas y de la tutela y traición de la burocracia gremial y de Perón”.

Para Guerrero, en cambio, “la ejecución de Aramburu, objetivamente, logró engarzarse con el Cordobazo, culminación y principio de una época histórica. Esa muerte, por alguna razón, dio un sartenazo al precario equilibrio político de la hora”. El libro no desenvuelve que el debut de Montoneros estuvo al servicio de peronizar una alternativa al rumbo adoptado por las masas obreras en la lucha, que se manifestó abiertamente en el Cordobazo y el Rosariazo.

Lo singular del Cordobazo fue el crecimiento en el seno de las masas del programa y de las corrientes socialistas y revolucionarias. El 29 de mayo, en Córdoba se coreaba “luche, luche y no deje de luchar por un gobierno obrero y popular”: los trabajadores levantaban, además, un planteo de poder.

El Cordobazo fue una acción al margen, y hasta en oposición, de la burocracia sindical peronista que se había asociado a la dictadura, de lo cual no zafaba Perón, que había llamado a “desensillar hasta que aclare” ante el golpe que destituyó a Illia. Los burócratas sindicales peronistas fueron a la asunción del militar golpista.

Política Obrera (Nº 61, 29/11/69) caracterizaba que “por el nefasto rol del peronismo en la oposición, la masa obrera ha dejado de tener como preocupación central su retorno al poder bajo una forma de gobierno peronista”. Pero para Política Obrera, al “no estar clarificado entre los obreros de vanguardia la naturaleza del programa que se identifica con el gobierno obrero como forma estatal de dominación política del proletariado… especulan las variantes izquierdistas del peronismo y de los grupos pequeños burgueses que todos los días dedican una parte de su tiempo a ‘peronizarse’. Es sobre esta carencia, también, sobre la que especula el partido comunista”.

Este análisis permite caracterizar el surgimiento de Montoneros.

El “engarce” del secuestro y ejecución de Aramburu con el Cordobazo necesita ser caracterizado: tuvo un carácter contrarrevolucionario, colocado al servicio de “peronizar” la situación, sacarla del carril socialista y revolucionario para colocarla en la órbita del nacionalismo burgués, en una etapa histórica de degradación.

Estos jóvenes católicos, “activistas de derecha” e incluso antiperonistas (Norma Arrostito provenía del PC, por ejemplo) hacían así su servicio a la maniobra política del ala institucionalizadora de la dictadura, que era crear las condiciones para colocar al peronismo al servicio del desvío y liquidación de la situación revolucionaria creada por el Cordobazo.

La elección de Aramburu era un tributo al “pueblo peronista” para poner en primer plano la salida política del retorno de Perón. Estaba al servicio de la peronización de la situación, lo que Política Obrera ya había previsto en su editorial de noviembre del ’69. Era el inicio del operativo “anticordobazo”.

Luche y vuelve

Esta caracterización puede explicar las constantes contradicciones y “sapos tragados” por Montoneros, FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) y luego las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) que se ponen de manifiesto en las páginas de El peronismo armado.

Del rechazo a una salida “institucional” (elecciones) y la proclamación de la “vía revolucionaria para llegar al poder”, las organizaciones armadas peronistas terminaron como las organizadoras de la campaña que llevó al triunfo electoral del peronismo el 11 de marzo de 1973, cuando Firmenich anunció el fin de la lucha armada.

Es decir, ‘engarzaron’ con la táctica decidida por la dictadura –fundamentalmente, Lanusse.
Luego del Cordobazo, la crisis política, económica y la acción de las masas se incrementaron. Estaba en peligro no sólo un gobierno, sino el propio Estado. El retorno del peronismo y de Perón al gobierno era la última carta disponible para el Estado capitalista.

El operativo retorno era también una cuestión de orden internacional. Estaba inscripto en la liquidación del gobierno de Salvador Allende, de la borderrización en Uruguay y la liquidación de la Asamblea Popular boliviana del ’71. Es decir, fue un operativo monitoreado por el propio imperialismo.

El problema central de todos modos era sumar a las masas a un operativo político contra ellas mismas. En términos de consignas, se trataba de pasar del “luche por un gobierno obrero y popular” al “luche y vuelve”. Es decir, hacer aparecer el retorno de Perón como una conquista de las masas y no como una acción de salvataje del Estado capitalista.

El tema del retorno de Perón ha dividido aguas en la política argentina y, sobre todo, en la izquierda. Ya en el ’56 hubo una polémica entre el morenista Milcíades Peña (y Hugo Moreno) y Silvio Frondizi: mientras el primero sostenía que el retorno de Perón desataría una situación revolucionaria, Frondizi caracterizaba que Perón sólo retornaría si la burguesía lo requería para bloquear una situación revolucionaria.

Frondizi tenía razón. La naciente organización Política Obrera lo sostuvo así en su primer documento, cuando Perón amenazó con volver a la Argentina en 1964 (incluso llegó hasta Brasil): Perón no iba a regresar porque la burguesía no lo necesitaba. Y así fue.

Otra era la situación en los ’70. En un reportaje a un semanario uruguayo en 1970, Perón sostuvo que “tiene que haber algo que posibilite mi llegada y haga útil mi presencia”; cuando el periodista le preguntó si los “acontecimientos de mayo” (el Cordobazo) no ayudaban a su presencia en la Argentina, Perón contestó: “Comparto esa opinión. Yo puedo hacer mucho allí; pero para eso tengo que tener un margen suficiente de posibilidades”. Ahora sí la burguesía lo necesitaba, las condiciones del retorno empezaban a discutirse.

El papel de Montoneros en este operativo fue decisivo. Alejandro describe y documenta profusamente (y hay muchos textos sobre ello) las supuestas ambigüedades de Perón, los coqueteos con las “organizaciones especiales” y la “juventud maravillosa”, mientras por el otro lado le daba una mano a la derecha peronista. También documenta las explicaciones que daba Montoneros a esta ambigüedad. Fue un operativo maestro de confusión política.

Toda la izquierda, no sólo la peronista, con excepción de PO, más tarde o más temprano entró abiertamente en el operativo retorno. El triunfo electoral del Frejuli el 11 de marzo de 1973 fue saludado por todos como un “triunfo popular”. La masividad de los actos peronistas y la “alegría popular” no le quitaban un ápice al hecho de que el retorno del peronismo al gobierno tenía un objetivo contrarrevolucionario.

En este sentido suena como un despropósito la afirmación del libro de que Montoneros había “encendido las luces de alarma a Perón” porque “…fueron un movimiento de masas que puso en cuestión qué era, qué debía ser y adónde iba el peronismo”. Esto era lo que podrán imaginar o suponer los militantes montoneros – y de todos los que hicieron entrismo en el peronismo en el pasado. Vistos los acontecimientos, sin embargo, Montoneros y la JP fueron una pieza fundamental en el objetivo contrarrevolucionario del retorno.

En el reportaje del semanario uruguayo citado más arriba, Perón sostenía que “todas las fuerzas que juegan en el peronismo son articuladas para una mejor conducción… Y hay que usarlos de acuerdo con eso. A medida que han aparecido, he ido utilizándolos”.

¿Los montoneros condicionaron a Perón o Perón los usó? Montoneros no actuó, nunca, estratégicamente como una fuerza independiente de Perón; su disonancia fue episódica, táctica.

Tras el gobierno de la Triple A

Montoneros creció masivamente. Decenas de miles se movilizaban en sus columnas. Al calor de esta movilización, se iban desarrollando en las fábricas, universidades y escuelas organizaciones que se reivindicaban pertenecientes a Montoneros.

Montoneros tomaba los reclamos de las masas para colocarlos en función de una lucha de aparatos dentro del peronismo; su invocación al “socialismo nacional”, además de la contradicción en sí misma, estaba inscripta dentro del peronismo. Perón se presentó así como un gran corral para contener las expresiones de lucha contra los objetivos del retorno y contra la política del propio gobierno.

El 1º de Mayo de 1974, Montoneros abandona la Plaza de Mayo, luego de que Perón los insultara y degradara. Como Guerrero señala, este hecho sí prendió luces de alarma en el seno de la burguesía y del imperialismo. ¿Se abría un rumbo independiente al peronismo y al conjunto de los partidos patronales?

Sin embargo, la ida de la Plaza fue iniciativa de los militantes; la dirección intentó contener la salida; abrió un “proceso de decepción”. Lejos de plantearse una ruptura con el peronismo, dos meses después, con la muerte de Perón, apoyaba abiertamente al gobierno de Isabel. Un año más tarde, pasaban a la clandestinidad dejando en banda a todas las “organizaciones de masas” que habían formado. Luchadores obreros y estudiantiles quedaron a la buena de Dios y sin respaldo frente al terror del gobierno de la Triple A. Los “errores” políticos de la conducción montonera (que Guerrero y otros autores documentan ampliamente y que, por último, son los que han dado lugar en la consideración popular a la teoría de que se trataba de una creación de los servicios) están todos encadenados por la misma concepción política que dio lugar al nacimiento de la organización: impedir que las masas fueran llevadas a romper definitivamente con el peronismo para que desenvolviesen una organización política propia y la revolución socialista.