Mujer

22/11/2016

Alfredo Casero y las conchudas


Por María Negro. Escritora. Autora del "Manifiesto de las conchudas".


 


En el día de ayer, una serie de tuits de Alfredo Casero dieron luz en los medios a una controversia más profunda de lo aparente: ¿la violencia de género es femenina y masculina?


A propósito del relato de Carolina Aguirre (guionista de Guapas) en el diario La Nación (20/11) sobre la violencia de género en primera persona, Alfredo Casero utiliza las redes como un espacio para lo que considera "su" defensa contra la violencia que las mujeres ejercen sobre los hombres. Adscribe tácitamente a las palabras de Carlos Arroyo (intendente de Mar del Plata) que en un acto escolar luego del macabro asesinato de Lucía Perez, declarara que la violencia de género es una "moda" (MinutoUno, 08/11).


De esta manera, el problema planteado sería considerar si en una sociedad con un aumento considerable de la violencia, esta se encuentra en paridad entre hombres y mujeres, salvo que las féminas hemos logrado poner de moda nuestras denuncias, victimizándonos para acaparar las miradas de la prensa.


Violencia de género: definición


Cuando hablamos de violencia de género, hablamos de una particular forma de la violencia: la ejercida sobre la mujer por el hombre, por otras mujeres y por el propio Estado. Hasta hace unos pocos años, la infidelidad femenina era castigada por ley, y aún hoy el aborto sigue siendo ilegal como una de las formas más crueles de violencia hacia nuestra integridad. Las mujeres que abortan en condiciones de clandestinidad no solo arriesgan sus vidas sino que son víctimas de vejámenes imposibles de denunciar precisamente, por esta condición de ilegalidad del hecho. El negocio del aborto ilegal en la Argentina es un campo de orégano para los abusadores que se hallan frente a una mujer en absoluto estado de vulnerabilidad.


La impunidad de estos abusadores está garantizada desde el propio Estado. Al negarnos la posibilidad de elección sobre nuestros cuerpos, somos empujadas a abortar en condiciones de insalubridad en el más amplio espectro de la palabra.


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Una educación machista ha construido una imagen de la mujer que se asemeja a lo descartable. La filosofía y la biología tradicionalmente se han encargado de colocar a la mujer como la sostenedora natural de la familia como institución, de sus hijos como procreadora responsable. Dentro de este discurso, no hay planteo alternativo; la crianza de los niños y las tareas domésticas son cosas "de mujeres" por naturaleza biológica; aun cuando ésta es explotada por los empleadores con horarios extendidos y salarios menores a los varones.


Casero confunde la violencia generalizada con aquella que es ejercida desde la propia definición del capitalismo que nos utiliza como un elemento para colocar salarios a la baja, que desconoce nuestra capacidad de elección obligándonos a ejercer nuestra capacidad reproductiva aún contra nuestra voluntad, que utiliza el cuerpo femenino como un elemento publicitario de atracción sexual, que desampara a las mujeres que realizan denuncias de maltrato y no cuentan con los medios económicos que posee una profesional, como denuncia Carolina —"Y cuando se la convence de dejar a un marido golpeador, ¿adónde llevan a la víctimas con sus hijos a vivir? A ningún lado. Porque no hay." (Prensa Obrera, 21/11/2016)–, que considera a la mujer una propiedad privada más del hombre. En este sentido, somos la propiedad privada menos custodiada. Una paradoja en sí misma.


Las conchudas


Casero se refiere a violencia sin ninguna liviandad. "Hay hombres malos, pero conchudas hay para hacer dulce", dice a propósito del relato de un intento de homicidio.


Un poquito más atrás en la historia, en enero de este mismo año, Casero fue denunciado por una vecina por malos tratos y violencia verbal sobre Marisa Rogel (madre de su hija menor) en la puerta de su casa.


Una "conchuda" que se atrevió a llamar a la policía en defensa de Marisa, clara propiedad de Casero, que luego de no convivir con ella se llegó hasta su hogar para reclamarle una infidelidad. Otra vez, la mujer como propiedad privada del hombre, le debe explicaciones sobre su sexualidad aún luego de haber terminado la relación. Desde ese lugar, Casero observa a la mujer no como una par, no como una compañera independiente, sino como una "conchuda" que ha faltado a la castidad de la monogamia y le debe explicaciones a como dé lugar.


El discurso sobre nosotras, nos hace dudar constantemente sobre nuestras determinaciones. Cómo bien se plantea Carolina Aguirre, antes de reconocer la violencia, lo primero que observamos es nuestro comportamiento, para asegurarnos que sea el "adecuado". Las locas, las histéricas, las estúpidas o las reventadas; se colocan frente al espejo del lenguaje que ampara la violencia como castigo a esa condición. El sentimiento de merecer el castigo es, tal vez, una de las formas de violencia más perversa que sufrimos. Y cuando el lenguaje y la culpabilización no funcionan, el Estado garantiza que las mujeres no puedan resolver su situación negándoles todo tipo de amparo económico, edilicio, hospitalario. Los golpes más certeros los da el abandono de las muertas que dan cuenta de restricciones domiciliarias, denuncias y pedidos de auxilio públicos.


La dominación masculina del lenguaje se ufana de las dimensiones del sexo masculino para elogiar su condición, en cambio utiliza esas mismas dimensiones para insultar a la mujer. Detrás de la palabra "conchuda" se esconde el íntimo deseo de un sexo pequeño, infantil y sometido, contrapuesto a la idea de una mujer en plena libertad de su sexo. Esa dominación explícita (ejercida tanto por mujeres como por hombres) es la misma que concluye en la violencia obstétrica, donde la futura madre es vista como una mujer que ha tenido sexo y debe ser castigada por ello. El ideal femenino cándido y virginal, se encuentra corrompido y sucio, por lo que debe ser castigado de manera ejemplificadora.


Dentro de una sociedad capitalista, somos la propiedad privada relegada al abandono, al abuso, al proxenetismo. Condenadas a la sumisión, debemos enfrentar este régimen no solo para liberarnos, sino para que los Casero y los Cordera se reeduquen en el respeto hacia la mujer, hacia nuestra particularidad de género que no implica inferioridad alguna. Los hombres y las mujeres luchadoras debemos avanzar en la construcción de una sociedad sobre nuevas bases, es la única salida que tenemos las conchudas.


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