Mujer

23/8/2016

DEBATES: Sobre el parto domiciliario

El juicio en Neuquén contra una pareja acusada de homicidio culposo por la muerte de su bebé en un parto domiciliario colocó en el tapete la cuestión de la situación obstétrica en nuestro país. Prensa Obrera publicó el 28 de julio, al respecto, una nota titulada "Parto domiciliario y violencia obstétrica". La siguiente es una contribución al debate.


Hasta 1930, los partos eran realizados en los domicilios particulares. La práctica del parto hospitalario, no queda instaurada hasta avanzados los '60, luego de grandes luchas por esta reivindicación. 


 


El parto hospitalario permitió ampliar el acceso al conocimiento científico sobre la reproducción y la gestación, profesionalizando y especializando la tarea de los médicos que se ocupan del parto y del recién nacido. Lo que provocó un notable descenso de los niveles de mortalidad materna e infantil.


 


En nuestro país, ese desarrollo se dio de una manera desigual. Los sectores medios y altos de la sociedad tenían la posibilidad de acceder a un parto en consultorios privados o en sus domicilios bajo el estricto cuidado de un equipo médico. La clase obrera y los sectores más empobrecidos solo tuvieron acceso a partos en hospitales públicos o sociedades de beneficencia (Partos en la primera mitad del siglo XX, María Paula Lehner).


 


El parto hospitalario dentro de la salud pública ha sido un logro para la salud de la clase trabajadora, pero aún hoy en las condiciones calamitosas en las que se practica, sigue siendo una reivindicación incumplida para un sector de la población. El parto domiciliario es la única opción para cientos de mujeres que no tienen acceso a la salud, por distancia, por imposibilidad. No es necesario trasladarse hasta los parajes rurales de una provincia, cuando el hospital de San Clemente mantiene cerrada su sala de obstetricia por falta de presupuesto y las mujeres deben llegar hasta el hospital de Santa Teresita para poder parir. Esto si logran atravesar cuarenta minutos de viaje con contracciones.


 


Las condiciones en las que se realiza el parto hospitalario no son la panacea, ni mucho menos. Desde la posición absurda y horizontal donde somos obligadas a pujar, negando toda ley de gravedad, hasta la saturación del personal hospitalario que realiza guardias de hasta 72 hs corridas atendiendo pacientes. Las mujeres vamos a parir negadas de cualquier tipo de intimidad o de posibilidad de compañía. Más allá de las leyes que avalen la presencia de la pareja acompañando los momentos pre y post parto, la realidad material es que no existen en las maternidades públicas espacios íntimos para la familia ni para el recién nacido. 


 


El maltrato verbal no es menos importante. En este cuadro de violencia, el machismo encuentra toda la fertilidad para denigrar a la mujer. Por débil, por fácil, por sucia. Su condición no es de madre, sino de mujer pecadora. “Si te gustó, aguantátela”, me dijo la enfermera que asistió mi primer parto, cuando tenía veintidós años.


 


Es en estas condiciones cuando, sin lugar a dudas, el sector de la población que tiene mejores recursos económicos “elige” los partos domiciliarios: en el calor de su intimidad, como “un acto de amor”. No es el mismo parto que tiene una mujer de La Matanza que no encuentra cama en el hospital público. 


 


El parto domiciliario puede debatirse como parte de las libertades individuales y discutir si es válido como una opción científica. Pero sin lugar a dudas nuestra lucha debe ser por el acceso a un parto hospitalario para todas las mujeres que decidan ser madres. En las condiciones clínicas necesarias para resguardar la vida y la integridad de la mujer y el hijo. En las condiciones laborales necesarias para que el personal se encuentre apto para ejercer su profesión. En las condiciones edilicias propicias para un desarrollo salubre tanto afectivo como físico de todo el tiempo de internación.


 


La lucha por el parto hospitalario es la lucha por la defensa del desarrollo de las fuerzas productivas que colaboraron con el desarrollo de la humanidad, algo de lo que este régimen es incapaz.


 


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