Mujer

26/10/2017

Denuncias contra Ari Paluch: “Give me five, gimme the power”

Organicémonos contra los abusos y contra la precaridad laboral que acalla las denuncias.

Esta semana Aarón (Ari) Paluch fue denunciado por acoso sexual por parte de una microfonista de América TV, quien relató que mientras le sacaba los micrófonos, el conductor y periodista le tocó el culo. El hecho fue captado por las cámaras de seguridad del canal. Desatado el escándalo, la productora y el conductor acordaron una recisión del contrato que el dueño del canal, Daniel Vila, aceptó.


 


A partir de esta denuncia, varias ex compañeras también denunciaron acoso y maltratos por parte del conductor. En medio de esta ola de denuncias, el conductor manifestó en su defensa que había sido sin querer, que él solo quería hacer un “gime me five” (“choque esos cinco”), que se trataba de una operación en su contra y mucha envidia porque le estaba yendo bien.


 


El Satsaid (el sindicato de la televisión) pidió el despido de Paluch mientras que el Sipreba, a través de sus delegados, reclamó que fuera apartado de su cargo, ya que se encontraba en una relación de poder frente a la denunciante. En los hechos, reclamó la recisión del contrato, que finalmente ocurrió.


 


El de Ari Paluch no es un caso aislado. Estas “prácticas” son moneda corriente en la televisión, en muchos medios de comunicación y, en general, en todos los ámbitos laborales.


 


En 2016, el Sipreba, a través de su Secretaría de Mujeres y Géneros, impulsó una encuesta para abordar esta temática, entre otras cuestiones referentes a derechos laborales. Los resultados, al cabo de más de 400 respuestas colectadas, fueron contundentes: el 22,9% de las encuestadas/os afirmó haber presenciado situaciones de acoso sexual; un 12,1%, dijo haberlas padecido; y más del 56%, no haberlo denunciado.


 


El dato más relevante de la encuesta fue que en el 86,6% de los casos, el que ejerció este tipo de violencia fue un jefe o personal jerárquico, planteando el agravante del poder frente a estas prácticas aberrantes.


 


Violencia de género: la regla


 


El tipo de vínculos donde se produce una relación de sometimiento de los hombres hacia las mujeres son la regla excluyente del régimen de explotación. El mismo encuentra su caldo de cultivo en las relaciones laborales precarizadas, en la ausencia de independencia económica de la mujer, en la educación en el sometimiento y en vinculaciones laborales en las que es imposible defenderse sin perder el trabajo.


 


La condición de género ha sido transformada en un factor de poder que se manifiesta en las más elementales expresiones materiales e ideológicas de esta sociedad. La violencia de género es un subproducto de la violencia de clase, moldeada en favor de las necesidades de este sistema de explotación. En la familia, la escuela y la calle, los hombres, las mujeres y la comunidad LGTBI reproducen estos estereotipos que, en definitiva, son los aprehendidos socialmente. El vínculo de la Iglesia con el Estado capitalista se refuerza en la medida que el oscurantismo religioso profundiza la orientación de sometimiento y, en ese acto, permite perfeccionar la dominación social de una clase sobre otra. La relación de poder al interior de los lugares de trabajo incrementa en general esos atropellos y, como muchas veces ocurre al interior del hogar, el aprovechamiento de la necesidad económica actúa como factor de amordazamiento de la persona hostigada.


 


En los lugares de trabajo


 


A partir de la denuncia contra Paluch, se abrió una catarata de denuncias de compañeras que plantearon que en muchas ocasiones fueron amenazadas por no “querer acceder” a algún tipo de relación con su contratante o que para tener un determinado puesto como conductora y/o periodista, debían vestirse de tal o cual manera, realzar sus escotes y hasta acceder a “favores sexuales”. Una realidad por la que también están atravesadas las mujeres precarizadas del Estado o las costureras que deben trabajar en talleres “clandestinos”, entre la mayoría de la población femenina trabajadora que, en general, no accede a puestos altos del escalafón y que está más precarizada entre los trabajadores. Del medio periodístico o televisivo se espera más; sin embargo, esa aspiración no se condice con lo que ocurre regularmente dentro de esos estratos sociales.


 


Ansiedad y estrés son síntomas frecuentes que padecen las víctimas de estos atropellos, lo que las lleva a solicitar licencias por enfermedad o a dejar su empleo para buscar otro. Como la mayoría de las trabajadoras y trabajadores padecemos una crítica situación económica debido a los salarios bajos, el no respeto del convenio colectivo, la precarización y las paritarias a la baja, lo que termina sucediendo es que la víctima no denuncie la conducta y se someta por temor a perder el trabajo. La mayoría se refugia en el silencio.


 


¿El despido es la respuesta?


 


Cuando estos casos no son la excepción sino la regla, las salidas individuales y el punitivismo apenas contienen la indignación que produce el hecho cuando se hace público –en este caso, sin lamentar la desvinculación de un periodista bastante repudiado. Pero esto puede también ofrecer un arma a las patronales y a las burocracias sindicales para embellecerse y para disimular que son ellas mismas las responsables o impulsoras de las condiciones materiales que permiten la reproducción de estos hechos y la profundización de la vulnerabilidad de las mujeres. Por el tipo de relaciones laborales que han avanzado sin pausa en las empresas periodísticas, Paluch no es un trabajador bajo convenio sino un contratista individual con enorme poder por sobre los conveniados.


 


Daniel Vila, el presidente del grupo América fue claro en su declaración. “Recibimos la denuncia de la microfonista, luego Paluch hizo el su descargo. Luego estaba el video y un testigo que aclaró el hecho. Por lo tanto, la productora decidió que rescindiéramos el contrato y terminó la historia, de ahora en más dependerá de Charrúa si ella quiere seguir con esto en otros ámbitos” (La Nación, 25/10). Clarísimo, a Vila lo único que le interesa es que no se agiten más las aguas.


 


Cuando el Satsaid permitió la precarización de las relaciones laborales con el pasaje de miles de trabajadores de televisión al convenio de productoras –mucho menos beneficioso–, no sólo estaba permitiendo una rebaja del costo laboral en el medio televisivo sino también facilitando las condiciones materiales para profundizar la vulnerabilidad de las mujeres. Algunas de las que hoy confiesan haber sido afectadas por manoseos de Paluch no lo denunciaron por encontrarse, precisamente, bajo estas contrataciones precarias.


 


La relación de poder que existe entre un conductor y una microfonista, junto a la de género, es habilitada por reglas de juego poco beneficiosas para los trabajadores y acomodadas a los intereses de los Vila, las relaciones de precarización, la ausencia de convenios que defiendan adecuadamente a las mujeres.


 


El #NiUnaMenos ha permitido que muchas mujeres denuncien situaciones de acoso o violencia. Sin embargo, el empoderamiento de las trabajadoras es un acto colectivo de lucha, que debe incluir los planteos gremiales y de ninguna manera restringirse a una “decisión” individual. El abordaje individualista es interesado porque exime a patronales y a sindicatos a dar respuestas por las demandas materiales del sector.


 


Las compañeras que realizan estas denuncias deben ser apoyadas por los sindicatos, defender su lugar de trabajo y evitar su renuncia. Y antes que eso, deben ser amparadas por convenios que permitan que la defensa de las trabajadoras no se transforme en un acto clientelar de tal o cual puntero sindical. La resolución de estos temas tan corrientes nunca puede significar un reforzamiento de las patronales, y este punto generalmente es soslayado. Si correspondiera, la separación de un conductor, como finalmente ocurrió con Paluch, no implica que no se les deba exigir a las patronales mayores y mejores condiciones de trabajo para evitar que se repitan estos hechos y para que no sea la vulnerabilidad laboral el caldo de cultivo de la profundización de estas relaciones. En el caso Paluch, esto está ausente ya que el Satsaid no ha reclamado nada a las patronales más que un despido en medio de un escándalo que le termina lavando la cara a Vila y a la productora.


 


En una sociedad que pone a las mujeres en una situación de subordinación, se les exige a las conductoras determinado estereotipo físico y cánones de belleza para ejercer su rol periodístico más allá de su capacidad profesional. Esto se suma al hecho de que somos las más precarizadas, generalmente estamos a cargo del cuidado de los hijos y adultos mayores sin tener ningún tipo de licencia especial, no gozamos de licencia por violencia de género, igualdad salarial ni igualdad de oportunidades para acceder a determinados cargos.


 


Es el movimiento de mujeres, organizado en los lugares de trabajo, estudio y en las calles, y luchando junto a nuestros compañeros varones contra las burocracias sindicales y contra todo tipo de opresión y sometimiento de las mujeres al servicio de la explotación capitalista, quien podrá conseguir una verdadera transformación social.