Mujer

20/12/2012|1253

El provocador Berni y la renuncia de Capdevila

Incidentes en La Casa de Tucumán, otra crisis política

Los incidentes del jueves 13, frente a la Casa de Tucumán, fueron una provocación en regla del "ministro de facto" Sergio Berni, que derivaron en otra crisis política que tuvo, entre sus consecuencias, la renuncia del jefe de la Policía Federal, Enrique Capdevila. Nada le sale barato al kirchnerismo en estos tiempos.


Berni preparó o aprovechó la acción de un grupo de jóvenes "kirchneristas críticos", quienes tienen una visión extrañamente peculiar de la política: ellos creen que el "gobierno popular" debe ser presionado para forzarlo a avanzar y, para eso, nada mejor que las piedras. En esos adoquines que volaron contra las vidrieras de la Casa de Tucumán viajaban las expectativas de esos militantes en el gobierno "nac&pop".


En ese momento, el todavía jefe Capdevila veía los incidentes desde los monitores del Departamento Central. Capdevila es un represor callejero experto: fue director de Orden Urbano y condujo personalmente varias operaciones de palo, gas y bala de goma contra manifestantes de diversas índoles. Cuando vio lo que sucedía en la Casa de Tucumán, llamó a sus antiguos subordinados de Orden Urbano para ordenarles que se reprimiera de inmediato a los tiradores de piedras: "señor, acá está Berni a cargo", le contestaron. Obviamente, se pudrió todo.


Capdevila, hecho una furia, entró en el lugar donde estaba Berni y todo terminó como se conoce: a gritos, casi a piñas. Capdevila se fue para tirarle la renuncia por la cabeza a Nilda Garré (véase La Nación, 14/12). También se sabe lo que sucedió después: cuando los tirapiedras terminaron su función y se retiraron, Berni le ordenó a la infantería que atacara a la columna del Partido Obrero, que acababa de llegar y había sido del todo ajena a lo sucedido momentos antes. La represión servía también para frustrar una movilización multitudinaria, en momentos en que centenares de personas llegaban a la Casa de Tucumán.


Mientras tanto, la otra infantería de los K -la mediática, con el patético Eduardo Feinmann a la cabeza- cumplía la otra parte de la operación: repetía la pedrea una y otra vez y le sobreponía en pantalla un cartel con la leyenda "Donda, Altamira y Castillo avalan los incidentes". Una maniobra demasiado burda, propia de una mentalidad cuartelera como la del carapintada Berni.


Sin embargo, detrás de todo el asunto bullen las tendencias del gobierno a la desintegración.


El sueño de la camarilla propia


Capdevila ya había renunciado hace unos meses, pero entonces Garré había logrado retenerlo. El ex jefe era el último hombre de alguna confianza que la ministra tenía en la Federal, su última espada en la lucha interna que sostuvo con Berni desde el día en que este militar llegó al ministerio en reemplazo de la ex fiscal Cristina Caamaño. Berni, con el aval de la Presidenta, le fue impuesto a Garré por el secretario legal y técnico, Carlos Zannini, y por el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli. Si la "seguridad democrática" había terminado de morir con el Proyecto X, Berni la enterró sin honores. Se acabó.


Garré hizo un intento postrero con su "policía de aproximación" a las villas. El comisario Adriel Paulino estuvo al frente del experimento, aunque ni siquiera a Capdevila le agradaba esa idea por considerarla inútil. Berni resolvió el problema cuando lo echó a Paulino con una excusa menor, sin consultar a Capdevila ni a Garré.


En el fondo del asunto se cuece un estofado que hiede. Berni, sistemáticamente, rompe la cadena de mandos, no le da órdenes a los jefes sino directamente a los oficiales a cargo de determinado operativo o, mejor aún, a los oficiales de su confianza. En otras palabras: está organizando en la Federal, recorrida por camarillas e internas feroces, su propia camarilla. El jueves 13, con los hechos de la Casa de Tucumán, se vio más claro que nunca cuál es su idea acerca de la función policial cuando la crisis golpea y la movilización popular se multiplica.


Se debe advertir la peligrosidad del asunto. Con los antecedentes de la Federal en materia de represión ilegal, con los del propio Berni en materia de espionaje, por su condición de provocador, por su gusto por la infiltración, resulta inevitable pensar en un germen de Triple A cuando se sabe que este hombre organiza una estructura semiclandestina dentro de una fuerza de seguridad corrompida hasta la médula. El bonapartismo tardío, cuando empieza a disgregarse, roza permanentemente el fascismo.