Mujer

11/11/2004|876

La iglesia contra las mujeres y las madres

Hartas. Las mujeres estamos hartas. Las trabajadoras es­tamos hartas. Las emplea­das domésticas estamos hartas. Las maestras estamos hartas. Las enfer­meras estamos hartas. Las estudian­tes estamos hartas. Las desocupadas estamos hartas. Las viejas estamos hartas. Las jóvenes estamos hartas. Las madres de familia estamos har­tos y las que no tenemos hijos ni los pensamos tener también estamos hartas. Y las lesbianas también esta­mos hartas. Y hasta Cinthia, que con sus cuatro años se ha criado en la asamblea del Polo, está harta.


Este 25 de noviembre, día inter­nacional contra la violencia hacia la mujer, es un buen día para salir I a la calle a decir que estamos har­tas. Como lo dijimos, miles, en el Encuentro de Mendoza. Como lo decimos, cada día, en los desalojos, en los comedores, en los paros por el salario, en las marchas piqueteras, 6n las marchas por nuestros presos y nuestras presas, en la lucha con­tra los crímenes policiales. ¿Cómo se escribe un artículo sobre la violencia contra la mujer si nuestra vida es un catálogo completo de vio­lencias? Y no podría ser de otra ma­nera: la violencia contra la mujer la institucional y la doméstica- es Estructural a nuestra vida porque la violencia contra los oprimidos es estructural a todo régimen de opre­sión. Y las mujeres somos las opri­midas, aun entre los oprimidos.


Vivimos bajo un gobierno que ha revelado que sus promesas “nacionales y populares” eran sólo una estra­tegia para recomponer el aparato del Estado que tembló en los días del Ar­gentinazo, para garantizar el pago de la deuda. Caída la máscara, se vale de la vieja receta: más hambre y más represión. Vivimos bajo un gobierno que está de rodillas ante el imperia­lismo pero también ante las sotanas: el más feroz enemigo que a lo largo de la historia hayan tenido los dere­chos de las mujeres.


Los planes Familia                           


Hoy pretenden usarnos a las que somos madres como ariete contra el movimiento piquetero. Los planes Jefes -dice el gobierno obedeciendo el dictado de la Iglesia- deben dar paso a los planes Familia. Y los pla­nes Familia (un máximo de 200 pe­sos) se reservarán para las mujeres con tres o más hijos, siempre que se ocupen de la educación y la salud de su prole. Hipócritas. ¿El mismo gobierno que ha permitido -en ver­dad, provocado- que 100.000 chicos abandonen la escuela en 2003, sólo en la provincia de Buenos Aires , pretende responsabilizar de esto a las madres? ¿El mismo gobierno que ha llevado a que tres de cuatro chicos vivan bajo la línea de pobre­za pretende que los problemas de salud de éstos son fruto de nuestro descuido? Es un plan también con­tra las jóvenes, que no han tenido tiempo de llegar al “cupo de mater­nidad” establecido por el gobierno! Hemos salido a luchar contra el hambre desde Tartagal hasta Cale­ta arrancando la comida para nues­tros comedores, arrancando los pla­nes Jefes -que pretendían repartir­se como mafiosos en los Consejos Consultivos-, arrancando trabajo genuino en el Sur. Cuando el go­bierno salteño, en enero de 2002, organizó a las “paleras” (policías fe­meninas especialistas en apalear mujeres), ¿dónde se expresó la ca­ridad de Cáritas?


Por el contrario, la Iglesia -que se dice preocupada por el destino de “las familias”- ha recomendado al go­bierno que nos muela a palos, ha aplaudido cuando nos molió a palos y se quejó cuando no lo hizo -por ejem­plo, en el acampe-.


El gobierno y la Iglesia quieren usarnos a las madres como excusa para debilitar al movimiento pique­tero. ¿Es que acaso la Iglesia no ve que las mujeres somos la mayoría del movimiento piquetero? Porque lo ve, es que quiere mandarnos a casa, sa­carnos de la calle. El pionero fue Cassaretto y su vocera Chiche Duhalde. Eso también es parte de la estrategia de destrucción del movimiento que es la única oposición al gobierno kirchnerista. ¿Sueñan quizás dividimos de nuestros compañeros, con lo£ que hemos compartido uno y mil días de lucha?


Somos enemigas de la jerarquía eclesiástica, que abusa de nuestros hijos en sus institutos de menores y que prefiere ver muertos de HlV-Si- da a nuestros hijos adolescentes an­tes de que usen forros. Somos enemi­gas de una institución que en nom­bre de “los niños no nacidos” -o sea, de nadie- promueve la clandestini­dad del aborto y se opone a la anti- concepción. Somos enemigas de una institución que dice que la sexuali­dad es una sola y justifica así la per- secudón y el avasallamiento de los derechos de lesbianas, gays y traves­tís. Y decimos: el progresista Kirchner es ejecutor de estas políticas re­trógradas.


El gobierno y la Iglesia, “protec­tores de las familias”, tienen en la cárcel a medio centenar de luchado­res, entre ellos a una nenita. Han im­pedido que un preso asistiera al nacimiento de su hija. Las mujeres que mandó el Opus Dei a Mendoza defen­dieron que los presos sigan presos con el mismo fervor que defendieron la penalización del aborto. Exigimos la libertad de nuestros compañeros, en la certeza de que sin el derecho a luchar no se puede luchar por ningún derecho, y levantamos sus nombres con orgullo.


A la violencia de la represión y el hambre hay que sumar la violencia en el trabajo: por el empleo en negro, por el salario miserable, por los mal­tratos y el acoso sexual, por la exigencia de la “buena presencia” -que no significa otra cosa que estar apetecible a los ojos del patrón y sus clientes-, porque un embarazo es riesgo de despido (y si trabajamos en negro, certeza). Los defensores de la familia, sobre esto, no abren la boca.


La Policía y la Iglesia


Y violencia hay también en las ba­rriadas, donde nos hemos organizado en contra de la Policía y sus socios de la droga, de los empresarios de la prostitución, de la prostitución infan­til. El secuestro de Fernanda, en En­tre Ríos, dejó al desnudo una amplia red interprovincial de trata de niñas y niños; la organización Angel, de Río Cuarto, denunció que por lo menos 300 nenas ejercen la prostitución, ¡y De la Sota ofreció 8 becas para solu­cionarlo! (La Voz del Interior, 16/1). El gobierno ampara a los proxenetas y el abuso sexukl infantil como am­para al gatillo fácil. Y como ampara la violencia sexual contra las muje­res. En Córdoba hay más de 50 mu­jeres violadas y la Policia no logra en­contrar al violador serial. Una de sus víctimas afirmó que éste se conduce “como un integrante de una fuerza de seguridad” (Clarín, 27/10). Y están impunes los crímenes de Santiago del Estero, y los de Cipolleti, y los de las prostitutas de Mar del Plata, y tantos otros en los que dejaron sus huellas los hijos del poder y la Poli- da.


Pero la violencia también irrum­pe en nuestras propias casas, promocionada como gesto de pasión por la televisión, las novelas, la música po­pular. Todo el desprecio y el odio ca­pitalista y clerical hada las mujeres se encama muchas veces en nuestros propios padres, maridos, hijos. Que en vez de levantar el puño contra los culpables de su situación, lo descar­gan contra su compañera, contra su madre, contra su hija, tomando en su casa el papel de verdugo. El Partido Obrero denuncia que el Estado alien­ta esta situación, negándose a apli­car sus propias leyes contra los gol­peadores.


La Policia y el sistema judicial in­tentan evitar las denuncias y disua­dir a las víctimas. ¿Con qué argu­mento? ¡La defensa de la familia! El caso de Roxana, la joven salteña ase­sinada por su marido a pesar de que había denunciado repetidas veces que estaba en situación de grave ries­go, es un ejemplo de la complicidad de todos los poderes del Estado con la violencia doméstica. El asesinato de la esposa es de pena leve para los jueces, que se desmelenan buscando atenuantes para el criminal. En tan­to, Paola Sosa se pudre en la cárcel por haber matado en defensa propia a su marido, un policía que la viola­ba habitualmente con el arma regla­mentaria. Según un seguimiento de la Asociación Argentina de Prevención de la Videncia Familiar, entre 1997 y 1999, 540 personas murieron en situaciones de violencia conyugal; un cómputo pardal que sólo tiene en cuenta lo que se informa a diario en los medios de comunicación y dentro del ámbito de la Capital Federal Las estadísticas de las víctimas de violen­cia doméstica son uno de los secretos mejor guardados del régimen.


Exigimos la exclusión de los gol­peadores, subsidios del Estado para la mujer y sus hijos, y nos propone­mos construir grupos de defensa en todas las barriadas, lugares de tra­bajo, etc. que dejen en claro que na­die puede golpear a las compañeras. Ni en la calle ni en la casa.


Organización


Tenemos por qué estar hartas. Pero no somos víctimas. Somos las muje­res del Argentinazo, de los cortes de ruta, de los piquetes. Es hora de que forjemos una gran organización revo­lucionaria de mujeres que se consti­tuya en un factor de la lucha de la clase obrera en la construcción de una alternativa obrera y socialista. Ese es el camino hacia la emancipación de la mujer.