Mujer

28/10/2004|874

La mujer, la Iglesia y los piqueteros

Un hecho relativamente nuevo asusta a nuestros obispos: que los reclamos de la mujer son levantados en forma cada vez más pronunciada, por capas de mujeres más humildes, pro­venientes de los barrios y zonas más postergadas de una punta a otra del país.


El giro que describimos quedó cla­ramente reflejado en el XIX Encuentro de la Mujer, realizado hace pocas se­manas en Mendoza, donde la batalla contra la Iglesia, en defensa del dere­cho al aborto y los derechos de la mu­jeres fue enarbolado por millares de mujeres piqueteras, trabajadoras, de­socupadas, luchadoras provenientes de numerosas provincias, incluidas aqué­llas donde el peso conservador de la Iglesia es mayor.


La mujer piquetera no se limita a una demanda de asistencia, sino que es portadora de un programa y un planteamiento más general. Expresa la tendencia de la clase obrera a re­constituirse como la clase que concen­tra la oposición histórica al capitalismo y que se propone reconstituir la nación, su educación, su cultura, la actividad humana (incluida la vida en pareja, afectiva y familiar), en forma integral sobre nuevas bases sociales.


No hay que ser muy perspicaz pa­ra atar cabos y advertir la conexión de este fenómeno con el reclamo de la Igle­sia exhortando a que el gobierno “re­emplace progresivamente el plan Jefas y Jefes de Hogar desocupados por un subsidio para madres de familias indi­gentes, cuyo monto depende de la can­tidad de hijos” (Clarín, 17/10). El “clientelismo” que alega la Iglesia es puro verso, porque el clientelismo se acaba­ría con una medida sencilla como lo es la universalización de los planes. Pero en lugar de generalizarlos, pretenden hacerlos desaparecer. El objetivo de su “recomendación” de la curia -y que fue saludada por Duhalde y conspicuos re­presentantes de la clase capitalista-, es político y está dirigido a acabar con el movimiento piquetero.


Es útil recordar que la implantación de los planes Jefas y Jefes de Ho­gar fue fogoneada por la Iglesia en el Diálogo Argentino, quien vio a través de esta iniciativa un dique de conten­ción a la marea popular del Argenti­nazo. La jerarquía acompañó con en­tusiasmo la creación de los consejos consultivos de crisis, a través de los cuales se buscó cooptar y anular al mo­vimiento piquetero. Pero eso fracasó y lo mismo ocurrió luego con la cooptación kirchneriana. La burguesía se ve forzada, por eso, a un replanteo.


En este contexto, el Encuentro de Mujeres ha oficiado como señal de aler­ta y ha terminado por acelerar este nuevo planteamiento de la Iglesia. La liquidación de los planes apunta a des­mantelar todas las conquistas y la organización independiente y de clase que armaron las asambleas barriales y los cuerpos de delegados del movi­miento piquetero. Cada uno de estos movimientos trascendió ampliamente el horizonte asistencialista, transfor­mándose en centros de organización y lucha por todas las reivindicaciones.


Los progresistas que hoy sostienen al gobierno kirchnerista no han tenido empacho en cerrar filas con la Iglesia. Tienen diferencias entre sí, pero se unen a la hora de atacar al movimiento piquetero. Inclusive se han suma­do al coro de los que plantean suprimir los planes de empleo, eso con el argu­mento del trabajo genuino, cuando la realidad es que la patronal capitalista apunta a acabar con el movimiento pi­quetero sin poner fin a la desocupación. La única forma consecuente de acabar con la desocupación es con la victoria piquetera (como expresión de una irrupción general de los explotados) y poner fin al dominio ancestral del ca­pitalismo y la Iglesia.


La organización de la mujer traba­jadora es una tarea estratégica. El creciente protagonismo de la mujer ex­presado en tantos y variados escena­rios de la lucha de clases y puesto en evidencia en el reciente Encuentro de la Mujer, encierra un enorme potencial revolucionario.