Mujer

11/6/2016

La opresión de la mujer y la lucha de clases

La revolución proletaria inscribe en su programa la abolición de TODA forma de opresión y de envilecimiento humano, no la libertad para elegir la forma de su humillación. La denuncia de toda forma de discriminación y de violencia debe servir a la lucha por poner fin al capitalismo, que es el edificio que sostiene al machismo, al racismo, al chovinismo y a todas las lacras sociales en la época actual.


Texto publicado en: https://www.facebook.com/jorge.altamira.ok/posts/574532272727638


 


Poner un signo igual entre el “machismo” y la trata y explotación sexual de mujeres y niño/as por parte de mafias capitalistas, no constituye solamente una torpeza teórica sino incluso una torpeza moral. Entre el destrato y la violencia contra la mujer y los niños en las relaciones personales, de pareja y por sobre todo en la familia, por un lado, y el entramado social y político de la trata, que abarca al negocio capitalista ‘normal’ (todos los aspectos del turismo) y a las instituciones del Estado, por el otro, existe una diferencia de calidad. El capital subordina a sus propias leyes las relaciones de la sociedad patriarcal en general, como la ha hecho también con la esclavitud y las relaciones de servidumbre. Las plantaciones esclavistas y la trata de negros no eran menos capitalistas sino más que el propio capitalismo industrial, porque dejaban al desnudo sin maquillajes la lógica fundamental de la extracción de plusvalía. De acuerdo a estadísticas recientes cerca de 40 millones de personas están sujetas a la esclavitud a nivel mundial, y de eso conocemos bastante en Argentina.


 


Capitalismo y precapitalismo


 


Disimular el carácter capitalista de la trata, bajo la expresión genérica de “machismo”, es una operación ideológica. En la época del capitalismo en decadencia, cuando la barbarie clausura su época ‘civilizadora’, esta operación es aún más reaccionaria. La esclavitud de la mujer en la familia se convierte, bajo el capitalismo, en una doble opresión para las trabajadoras. Marx observa en el capítulo metodológico de las Grundisse que el capitalismo no es una formación pura respecto a las que lo precedieron, sino que somete a sus leyes a todas ellas y las adapta a su proceso de reproducción. Esto refuta la ‘primacía’ que el machismo tendría sobre la explotación capitalista, porque afecta solamente a las mujeres. Es claro que Marx no concluye que haya que ‘limpiar’ al capitalismo de los residuos históricos que ha subordinado a sus exigencias, sino abolirlo. La igualdad jurídica total para la mujer no va a erradicar las condiciones de la opresión femenina en una sociedad regida por los antagonismos de clase; una crisis capitalista puede hacer retroceder, en los hechos, muchas conquistas, como ya ocurre. Se descuida el hecho de que la incorporación masiva de la mujer al trabajo en las empresas implicó, en forma progresiva, una reducción del salario real medio de los trabajadores (menor para las trabajadoras), porque ahora una familia disponía de dos ingresos para atender la canasta familiar. Esto significa que un gran avance social ha sido convertido por el capital en un factor de extracción de mayor plusvalía. Cuando se consideran las numerosas formas de opresión social que existen bajo el capitalismo, incluso de unas naciones contra otras, se concluye que están enlazadas para descalificar a la fuerza de trabajo humana y reducir su valor. Luego, el capital se esmera en explotar esas diferencias para acentuar el racismo y el machismo dentro de los propios trabajadores.


Muchos de los que aseguran que el “machismo” se sobreimpone al capitalismo en la trata, en calidad de categoría social, promueven, sin que se les mueva un pelo, el ‘derecho’ (!!) de la mujer a prostituirse, como ocurre con tantos izquierdistas y centroizquierdistas ‘antimachistas’, que para eso convierten a la prostituta en “trabajadora sexual”. La revolución proletaria inscribe en su programa la abolición de TODA forma de opresión y de envilecimiento humano, no la libertad para elegir la forma de su humillación. La denuncia de toda forma de discriminación y de violencia debe servir a la lucha por poner fin al capitalismo, que es el edificio que sostiene al machismo, al racismo, al chovinismo y a todas las lacras sociales en la época actual.


 


El método del marxismo


 


La instauración del patriarcado no fue el resultado de una lucha de género sino del pasaje del comunismo primitivo a la apropiación privada del excedente económico. Ello cambió en forma radical los roles de la mujer y del hombre. La opresión de la mujer por el hombre lleva en su frente el sello de la propiedad privada. Lo mismo ocurre con la familia nuclear, que desplaza al sistema de clanes. La familia es una adaptación de la reproducción humana de un sistema colectivo, que tiene por centro a la mujer, a otro de acumulación. Del producto para el consumo inmediato, donde la ley suprema es el reparto, se pasa a la producción social del excedente y a la acumulación. Es claro entonces que la emancipación de la mujer plantea la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.


Descalificar esta conclusión como “reduccionismo” es, de nuevo, una operación ideológica. Reduccionismo es reducir todo al patriarcado, o sea, haciendo abstracción de la forma social concreta que asume en las diferentes formaciones de clase antagónicas. La crítica al “reduccionismo”, que se dirige contra el marxismo, reivindica la “pluricausalidad”, o sea que reemplaza el método científico por la especulación. Es “machismo” y es capitalismo, dicen los socialistas eclécticos. No: el capitalismo es la estructura de dominación, que se sirve de las herencias históricas y del núcleo familiar cerrado – el complemento ‘doméstico’ de la explotación económica general. El marxismo es reduccionista cuando se eleva de lo concreto a lo abstracto, para llegar a la mercancía, a la ley del valor. ‘Reduce’ la base de la formación social al trabajo abstracto. Luego retorna de lo abstracto a lo concreto en una multiplicidad de determinaciones, que dan al conocimiento la forma de lo real. Este desmenuzamiento (reduccionismo) y la posterior reconstrucción del tejido desmenuzado, es el método del marxismo. Es lo opuesto al eclecticismo pluricausal, del tipo “capitalismo pero ‘también’ machismo o machismo pero ‘también’ capitalismo”. Este método plurifactorial es especulativo. Quienes alegan que nuestro ‘reduccionismo’ es funcional a las críticas feministas a los socialistas, centran todos sus ataques contra el Partido Obrero.


 


Piqueteras y clasismo


 


El movimiento de mujeres más poderoso que ha existido en Argentina en las últimas décadas fue, indudablemente, el movimiento piquetero del 90/2000, compuesto en su mayoría por jefas de familia trabajadoras. Algunos de los que hacen gárgara con el “machismo”, como el PTS, sabotearon, sin embargo, en los escritos y en los hechos ese movimiento, con el argumento de que no era un “sujeto histórico”, lo cual resulta curioso de parte de quienes ahora hacen frente único y demagogia con los movimientos feministas y convierten en sujeto histórico al feminismo, separándolo de la lucha de clases. Un feminismo socialista que no desarrolla la lucha de clases, es un verso. No falta quienes dicen apoyar las reivindicaciones de la mujer y hasta hacen gestos en este sentido, pero se ‘molestan’ por los cortes de las piqueteras. Esto deja expuesta una cuestión fundamental: la ausencia de la lucha de clases en estos maestros ciruela del feminismo, que pretenden hacerse pasar como marxistas.


El problema del “machismo” y el capitalismo se reduce a esto: ¿pelea cultural y denuncismo o lucha de clases? El planteo del PTS no tiene una palabra para vincular la lucha de la mujer con la lucha de clases del proletariado, ni podría tenerla porque lo considera ajeno a la opresión de clase. Reivindica a la mujer burguesa que necesita hacerse un aborto, como si alguien estuviera defendiendo el derecho al aborto para las trabajadoras, exclusivamente. Aboga así por un movimiento femenino de conciliación de clases. El proletariado no necesita diluirse en movimientos pluriclasistas para defender derechos de todas las mujeres sin excepción, ante cualquier manifestación de opresión o violencia, simplemente porque los derechos que defiende el proletariado son universales – la abolición de toda forma de opresión. Por eso mismo, es necesario desarrollar un fuerte movimiento de clase de la mujer, si ese movimiento quiere ser consecuente. Citemos a Rosa Luxemburgo (una mujer de máximo nivel): “En tanto mujer burguesa, la fémina es un parásito de la sociedad; su función consiste en compartir el consumo de los frutos de la explotación. En tanto pequeño burguesa, es el burro de carga de la familia. En tanto fémina proletaria moderna, la mujer se transforma en un ser humano por primera vez en la historia, puesto que la lucha (proletaria) es la primera que prepara a los seres humanos para hacer una contribución a la cultura, a la historia de la humanidad” (La mujer proletaria, 1914). En lugar de mezclar programas y banderas, es necesario delimitar con la mayor claridad la posición de clase de la mujer obrera y trabajadora.


 


Frente Popular


 


El pluriclasismo feminista tiene su historia de ‘exageraciones’, para decirlo en forma compasiva. El ancestro del PTS, el PST, en la época de la dictadura militar, luego de señalar que "La campaña en el exterior en oportunidad del Mundial de Fútbol se caracterizó por la táctica equivocada y utópica del boicot y por las exageraciones (¡!) e imprecisiones sobre la realidad represiva que padecemos" (Opción, julio de 1978), agregaba que "la esposa del presidente Videla también participó de este hecho positivo y gran avance de la mujer. Ella también fue a la cancha" (ídem). Sencillamente abominable. Hasta el día de hoy, los retoños que han abrevado en esta doctrina acerca de la mujer no han hecho la menor observación ni autocrítica, ni han sacado conclusiones de por qué se pudo llegar a estos extremos. Ni hablar del encubrimiento que hace la cita de los crímenes de la dictadura


El PTS mandó primero a su encargado de insultos a twitter, o sea que oficia de lumpen, con tanta mala fortuna que enseguida tuvo que reemplazarlo por su sacerdotisa de género, que en todo su escrito de respuesta a nuestros planteos se esfuerza, en primer lugar, por minimizar el papel fundamental del capitalismo en la explotación para sus fines del patriarcado y de su correspondiente forma familiar y, en segundo lugar, por abandonar todo planteo de clase en la lucha por la movilización y organización de la mujer, es decir, de la organización de las mujeres de la clase obrera. Este policlasismo sólo puede sostenerse con un programa que opere como un mínimo común denominador del movimiento de la mujer, o sea el programa de la mujer burguesa – la igualdad jurídica para la condición específica de la mujer. No diferencia los intereses de las mujeres en términos de clases. Significativamente, no habla de la lucha contra el “machismo” en el seno la clase obrera, un punto de partida decisivo para movilizar al proletariado entero hacia la revolución. Sustituye la necesidad de la organización autónoma de la mujer por reclamos legislativos; está ausente la política del control obrero en lo referente a los reclamos femeninos.


 


Eclecticismo


 


Estamos ante una corriente que en todos los campos abreva eclécticamente de lo que se encuentra a la moda en el campo académico. La importancia de las posiciones políticas expuestas consiste en que traza una delimitación de principios acerca de la lucha de clases en todos los múltiples conflictos que tienen lugar en la sociedad actual – sean estos nacionales, religiosos, raciales o de género.


A quienes quieren acabar realmente con la trata hay que señalarles el camino de la destrucción del Estado burgués.