Mujer

8/8/2017

#NiUnaMenos Nadia, otra vez desaparecida


Nadia tiene 14 años, el 9 de junio desapareció en Lugano y luego de 33 días de marchas cortes y una enorme búsqueda de su madre, Elena, el 11 de julio reapareció acompañada por dos menores, en Parque Patricios. El jueves 3 de agosto por la mañana Nadia volvió a desaparecer, esta vez de un hogar en el que se suponía que debía estar protegida por el juez Canicoba Corral  y por el Ministerio de Desarrollo Humano de la Ciudad, bajo la órbita de la Lic. Guadalupe Tagliaferri.


 


Para ciertos relatos judiciales y algunos periodísticos, Nadia se fue porque su mamá le pega. Ellos saben que en la causa se acredita el accionar de redes de captación de menores, pero por operaciones o por convicción, sostienen la versión de que Nadia, de 14 años, se va porque le gusta. Le gusta ir a boliches, le gusta ser pasada por tres hombres o más, le gusta deambular entre Flores y La Salada, le gusta que la prostituyan en El Basilón. Le gusta. Fin de la historia. Como Anahí, que según el relato inmediato ha sido víctima de su propia “obsesión” con un profesor. Porque una adolescente que gusta de un profesor es una obsesiva, no? Así las cosas, los gobiernos, funcionarios públicos, policías y empresarios del proxenetismo viven en la más fabulosa impunidad material y simbólica. Ellos no existen más que para las películas y series.


 


Otras de las pruebas de que opera una red son las amenazas que Elena ha recibido. Ninguna de ellas fue investigada. Quizá el hecho de que Elena sea mujer, boliviana y pobre no le esté jugando a favor. Quizá el hecho de que Elena sea explotada en un taller “clandestino” de costura, no le esté permitiendo ocuparse de las opiniones periodísticas y judiciales, que la presentan como una madre violenta responsable de la desaparición de su hija. Su condición social la hace sospechosa. Como son sospechosos de la inseguridad los niños y jóvenes. No importa que los delitos de mayor alcance y más dolorosos los cometan gentes de otras edades y clases sociales, gobiernos y estados, los sospechosos son ellos.


 


La causa por la desaparición de Nadia tiene acusados, nombres y lugares donde se explota sexualmente a niñas. El periodista Federico Fahsbender, en sus crónicas de Infobae, extrae de las declaraciones de la nena algo sobre las combis blancas y de allí pretende convertirla en una fabuladora y nada más. Nadia tiene razones de mucho peso para fabular y, si fuera así, hay especialistas para interpretar su proceso e ir ayudando a que el miedo abra paso a la verdad. Siempre es difícil que se abra paso con facilidad, porque todos los resortes del Estado actúan en favor de las mafias y una víctima no tiene por qué confiar en ellos.


 


La valentía para conjeturar contra Nadia y su madre es inversamente proporcional a la seriedad periodística para investigar al Estado, al gobierno de la Ciudad, a los proxenetas de El Basilón y de Play City y a la Policía de la Ciudad. Es comprensible, pensará algún otro profesional cortado por la misma tijera. Mejor hacer migas con Canicoba Corral que buscar justicia por una piba pobre que seguro vuelve y vuelve a caer en el mismo destino.


 


En la causa y en el barrio los testimonios de otras niñas resultan más que contundentes. Describen cómo operan las redes, cómo usan a otras chicas para proceder a las captaciones, cómo las amenazan mostrando fotos de seres queridos a los que dañarán si no responden a los pedidos y cómo se les quiebra las voluntad. Otras chicas no denunciaron en la 52 porque allí había policías que frecuentan los boliches donde van las menores. Sencillo y perverso es el mecanismo. Sin la participación y encubrimiento del Estado, nada de esto ocurriría.


 


Canicoba Corral, muy ocupado. Tagliaferri, timbreando.


 


Mientras esto ocurría, el juez federal Canicoba Corral, al que le había sido girada la causa desde la justicia ordinaria, se declaraba incompetente. Protex (la procuraduría de trata de personas), la Fiscalía 57 de CABA, Atajo (Programa del Ministerio Público Fiscal), el Fiscal Delgado y la querella de Elena estaban en la total comprensión de que estamos en presencia de una red de captación de niñas a las que hacen vender drogas y a las que violan y prostituyen, y ahora también las profesionales de la Dirección de la Niñez de la Ciudad. Canicoba Corral no vio en esta causa más que un incidente entre una niña, su madre y algún noviecito. El traslado operado por Canicoba Corral cuando la niña empezaba a hablar está en el centro de las decisiones que deben ser cuestionadas y por las que deben dar explicaciones él y la ministra Guadalupe Taglaferri, quien tenía a cargo a la niña.  Los dardos envenenados del periodismo postrado nunca apuntan en dirección a los poderosos de esta historia.


 


Esta línea –según la cual Nadia es víctima de su madre y no de una red de trata, quedó embarazada por elección y se fue porque quiso– es la que eligió usar Canicoba Corral para sacarse de encima la causa de una piba pobre que no le interesa ni le reporta vínculos con el poder. Por el contrario, lo obliga a poner en la mira a instituciones como la Policía (ahora de la Ciudad) o el circuito empresarial de los boliches porteños, una tarea que, como mínimo, no es de su agrado. Una fuerte razón de clase y de género recorre esta decisión; primero, la de intentar desvincularse de la causa y, luego, la de permitir que se filtren datos de la causa, usados con la parcialidad de quien quiere ensuciar a las víctimas.


 


Por primera vez en mucho tiempo, con lucha y tenacidad, se ha logrado llevar adelante la investigación sobre redes que operan en la Ciudad y llevar al fuero federal uno de los casos que generalmente duermen o mueren en la justicia ordinaria.  La segunda desaparición de Nadia es responsabilidad directa de la ministra Tagliaferri y de Canicoba Corral, quien dio la orden de traslado y bajo quien estaba la tutoría de la niña. Quienes llegamos hasta acá no perdemos la concentración ni nos dejamos operar. Con lucha combatiremos la responsabilidad del Estado y recuperaremos a Nadia.