Opinión

25/9/2019

Un debate sobre drogas legales e ilegales

Muchos partidarios de la legalización integral de las drogas refieren a casos como el de los opioides en Estados Unidos –donde recientes condenas judiciales contra laboratorios han vuelto a llamar la atención sobre la crisis sanitaria alrededor del consumo de estos medicamentos– para ilustrar que la barrera entre sustancias legales e ilegales es arbitraria. Evidentemente, es monumental la hipocresía de los campeones de la “guerra contra el narcotráfico”, como el Estado yanqui, cuando sus principales empresas envenenan a la población con medicamentos adictivos. De paso, vale recordar que son sustancias utilizadas para intentar paliar las miserias de salud física o mental que el propio sistema causa, como se evidencia en la venta y consumo exponencial de psicofármacos. 


Sin embargo, concluir de estas consideraciones que deba impulsarse una lucha por la legalización “de todas las drogas”, especialmente para la izquierda que se reclama socialista, es un completo desatino. Es obvio que “las sustancias son sustancias, depende el uso que se les dé” o que “hay sustancias más dañinas que otras”. Esa verdad de Perogrullo no resuelve el problema de qué salida política brindar. Precisamente de eso se trata: es imposible abstraer las drogas de las circunstancias concretas que imponen las condiciones sociales. Bajo el dominio del capital, y consideradas en su conjunto, las drogas -legales o ilegales, vale también para el alcohol- operan como un factor de desorganización de las masas y de descomposición especialmente de la juventud. Así como el narcotráfico es una de las principales fuentes de ganancia en un régimen social descompuesto, la legalización opera como otra cara de la misma moneda. Por eso no es casual que grandes pulpos se anoten en el negocio millonario de la legalización del cannabis. Traer a colación experiencias individuales o parciales es impropio para un marxista -no se trata del escrutinio de lo que cada quien hace, sino de trazar una política-. Contra lo que afirma el liberalismo burgués, la libertad de elección o recreación es mutilada y segmentada socialmente en el capitalismo. 


Por eso, un planteo socialista no cae en la trampa de “legalización sí, legalización no”; es preciso mirar más allá, partiendo, indudablemente, de la despenalización incondicional de cualquier consumidor. Es indispensable desmantelar el negocio de las drogas legales e ilegales que envenenan a la población con una reapropiación colectiva de la producción social. Nuestro planteo a los trabajadores y la juventud es la organización socialista y la pelea por un gobierno de trabajadores para terminar con la destrucción de la salud en beneficio de un puñado de parásitos.