Partido

12/8/2004|863

Mi homenaje a Cata

Compartido por Ester, Mariana y Miriam

Cata aceptaba difícilmen­te las convenciones y sa­bía que su muerte era próxima. La esperaba e incluso la preparaba. El materia­lismo y el racionalismo formaban parte de sus convicciones y de su manera de vivir. Entonces no va­le la pena que agreguemos un ho­menaje más, no menos merecido por redundante. Pero sí quere­mos transmitir nuestra emoción y algunos de los recuerdos que nos trae ahora y de las reflexio­nes que nos inspiró cuando está­bamos con ella. Es también su herencia, destinada a ser com­partida.


Como muchos de los compa­ñeros del núcleo original de Polí­tica Obrera, conocí a Cata a tra­vés de sus hijos, Luis, primero, y Miguel, después. El tercero, Die­go, era más chico. A diferencia de otros casos, Luis y Miguel, y Die­go después, pero ya en otras con­diciones, comenzaban a militar en su adolescencia con el apoyo de sus padres. Castro Barros fue una casa que acogió reuniones y encuentros de todo tipo, y la ca­sa de Miramar nos permitía pa­sar unos días en la playa. Los Guagnini eran así. Cata nos re­cibía y Ornar nos contaba algu­nos avatares de sus trabajos científicos. Luego iniciábamos la reunión.


Teníamos poca edad y menos experiencia política. El apoyo de los Guagnini nos permitía, creo yo, establecer una forma de conti­nuidad que no podíamos tener personalmente. Cata se formó políticamente en la década del ‘30, en los contornos de la Reforma Universitaria y en el cuadro de un Partido Comunista que el stalinismo y el siniestro Codovila no habían todavía aplastado totalmente en su actividad estudiantil e intelectual. La Reforma del ‘18, Ingenieros, Ponce eran sus fuen­tes, y se reclamaba de la con­fluencia entre el liberalismo ar­gentino anticlerical y el socialis­mo, más cerca de Jaurés que de Marx y Lenin. Se nutrió en la lu­cha contra el fascismo y por la República Española.


El stalinismo liquidó toda po­sibilidad de desarrollo de esta co­rriente y con el peronismo se ais­ló del movimiento obrero y de las luchas populares.


Cata volvió a la lucha política a través de sus hijos, porque reto­maba con ellos un curso posible de su vida. Pero ahora en Castro Barros se discutía sobre la Revo­lución Cubana, el trotskismo, eventualmente el maoísmo. Cata y Ornar apoyaban moral y mate­rialmente una militancia que rompía con la trayectoria reaccio­naria del Partido Comunista y que retomaba a su manera los símbolos más perecederos de los años ‘30. Fue un verdadero fuego de artificio para nosotros, en el que participaban todos los habi­tantes de Castro Barros, cada uno a su manera. Era muy bueno sentir la presencia de personas de 50 años, de funcionarios públi­cos que podrían haber devenido burócratas y rutinarios, de lecto­res que seguían amando los li­bros, de socialistas que ignoraban a la IV Internacional pero que se­guían creyendo en la fuerza emancipadora de las luchas obre­ras y populares, que detestaban a la burguesía. Es el clima que ne­cesitan los militantes para for­marse y crecer, con risas y lágri­mas. Es lo que encontramos en Castro Barros y los Guagnini for­maban parte de la historia del país, de su movimiento.


Cata fue en esos años la ma­dre de compañeros y militantes, y sobre todo una transmisora de una forma de relevo. Hay que te­ner mucha energía para hacerlo.


Los compañeros de Política Obrera mostraron un coraje enor­me en el duro período de la dicta­dura no sólo porque mantuvieron la vida política de la organización y su periódico, sino también por­que intervinieron en las manifes­taciones de lucha de la población, trataron de estructurarlas y or­ganizarías, y corrieron todos los riesgos para hacerlo. Y durante muchos años estas manifestacio­nes abiertas fueron pocas, y el combate de Familiares fue decisi­vo.


Cata dio un salto personal en ese momento, porque emergió co­mo una luchadora popular y por­que lo hizo también como mili­tante de Política Obrera y del Partido Obrero. Ahora su acerca­miento al marxismo retomaba su experiencia personal de 30 años atrás en el cuadro organizativo y político del trotskismo. ¿Por qué? El destino político de sus hijos contó, y las amistades con los compañeros de Luis, Miguel y Diego también, pero estuvo su propio trabajo personal, su cora­je, su olfato.


Gracias a la lucidez de decenas de militantes, el Partido Obrero pudo emerger en 1983, entre otras cosas, con una fórmula presiden­cial que presentaba a dos luchado­res obreros y populares, Gregorio Flores y Cata Guagnini. A pesar de la dictadura y la represión, se pro­dujo un verdadero salto y Cata fue uno de sus protagonistas, por la conjunción de su historia personal y de su valentía. Fue un eslabón de la lucha popular contra el régi­men burgués y de la construcción de la organización revolucionaria. Sublimó el dolor profundo por la ausencia de dos de sus hijos y el exilio del tercero.


Claro que fue un desgarro te­rrible, una tragedia personal. Pe­ro Cata lo transformó en rabia, lo racionalizó y se hizo todavía más acogedora y activa.


La burguesía atravesó la cri­sis de la caída de la dictadura y el cambio de régimen político con muchos sobresaltos, pero sin una crisis revolucionaria. Los elemen­tos presentes en 1983 no madura­ron suficientemente en ese mo­mento. La experiencia de Cata a la cabeza de Familiares quedo relativamente aislada. Pe nuestra compañera mantuvo su continuidad. Era una dirigente del Partido, pero sobre todo una militante presente y permanente. Y Castro Barros volvió a ser el hogar de los compañeros, y Cata nuestra amiga. ¿Quién apoyaba a quién? ¿Nosotros que llenábamos sus horas, o Cata que nos acompañaba y nos mimaba? Vida personal y vida militante se daban S cita en su casa; solidaridad y afecto. A Cata le gustaba comentar la situación política, aunque I no nadaba en las sutilezas y las I polémicas. Reafirmaba en cambio I las disyuntivas de hierro de la sociedad burguesa y sus opciones, solidaridad, libertad, lucha con los explotados. Así mantuvo siempre, a pesar de sus crecien­tes dificultades físicas, una acti­vidad y una presencia.


Cata hablaba poco de sus hijos pero mucho de sus nietos. Los eslabones de la cadena estaban allí, en una nueva generación, con sus luces y sus sombras. Así fueron sus últimos años, con las  mismas fidelidades. Una perseverancia tozuda y una integridad enormes, que el dolor personal resaltaban pero que no requerían j de ningún énfasis. Cata no recu­rría a los énfasis. Estaba demasiado inmersa en su ciudad, su gente, como para resaltar su pro­pia trayectoria. Tuvo los mismos interlocutores durante 40 años, y haber pertenecido a su mundo fue una gran alegría.


De los años ‘30 a los años ‘60, de 1983 a 2001, Cata fue un hilo conductor. Su contribución ha sido enorme, simplemente porque fue genuina. Es una parte de la histo­ria de la lucha por la emancipación humana, aquí y ahora. Ahora son otros los que tienen que ase­gurar la continuidad. Sin Cata va a ser un poco más difícil.