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21/12/2006|977

Afganistán: Un pantano cada vez más profundo

La situación militar de los ocupantes de Afganistán se deteriora rápidamente. En el último verano (boreal), la Otan logró a duras penas, y a costa de grandes pérdidas, rechazar una ofensiva frontal de la guerrilla talibán contra la gran ciudad de Kandahar. En el 2006, sus bajas cuadruplicaron a las del año anterior.

Los talibanes no sólo realizan grandes operaciones en el este y el sur del país y pequeñas acciones guerrilleras en las cercanías de Kabul. En regiones enteras han reconstruido un “Estado paralelo”; las poblaciones locales “recurren crecientemente a las cortes talibanes, que son vistas como más efectivas y justas que el corrupto sistema oficial” (Foreign Affairs, enero 2007). En todo Afganistán “existe la sensación de que los talibanes están ganando” (ídem).

Todo esto es la consecuencia del masivo repudio popular al gobierno títere de Karzai, dominado por mafias corruptas y narcotraficantes. El ministro de Interior, responsable de la policía, es uno de los mayores traficantes de opio, que también trabaja con las agencias norteamericanas de seguridad.

El narcotráfico domina la economía afgana; la exportación de opio equivale al 50% de la “economía legal”. Luego de la caída de los talibanes, los ocupantes pusieron en el poder en las provincias a los “señores de la guerra” que colaboraron con la invasión y a sus amigos en los ministerios; es decir, a los grandes narcotraficantes. Cuando la producción de opio comenzó a crecer sin frenos, impulsaron la erradicación de las plantaciones de los pequeños campesinos.

Al mismo tiempo, en las ciudades, el mar de la miseria popular choca brutalmente con la opulencia de los “nuevos ricos”: los narcos, el funcionariado corrupto y los ocupantes.

Como consecuencia de todo esto, creció el repudio popular a los ocupantes y al gobierno títere y, paralelamente, se multiplicó el reclutamiento de los talibanes.

Pakistán

Los talibanes se han reconstituido, además, gracias al apoyo de los servicios de inteligencia de Pakistán. Las bases de entrenamiento y las cadenas de comando talibanes se encuentran en las ciudades pakistaníes de Quetta y Peshawar, bajo protección oficial. El respaldo de las fuerzas armadas y de los servicios de inteligencia pakistaníes a los talibanes es tan profundo que la dictadura de Musharraf consideró entrar en guerra con los Estados Unidos ante la invasión a Afganistán en el 2001; sólo fue disuadida por las amenazas norteamericanas de bombardear el país “hasta hacerlo volver a la Edad Media”.

Aunque oficialmente Pakistán se sumó a la “guerra antiterrorista”, bajo cuerda sus servicios de inteligencia continuaron asistiendo a los talibanes. Recientemente, el gobierno de Pakistán firmó un “acuerdo de paz” con “los jefes tribales de Waziristán del Norte, guerrilleros locales, los talibanes que operan en la zona y el clero islámico” que constituye, según un analista norteamericano, “un implícito respaldo a la noción de que la guerra contra la presencia de Estados Unidos y la Otan en Kabul es una guerra santa” (ídem).

Pakistán apoya a los talibanes (aún desde antes de su llegada al poder) porque necesita un “gobierno amigo” en Afganistán, que le permita aflojar el asfixiante cerco de sus enemigos (India, Rusia, Irán). Los recientes acuerdos entre Afganistán y la India y, sobre todo, el acuerdo nuclear entre India y Estados Unidos reforzaron el apoyo de los militares pakistaníes a los talibanes.

Estados Unidos, según un analista norteamericano, “toleró la silenciosa reconstitución de los talibanes en Pakistán” (ídem). Es que, en medio del pantano de Irak y la crisis en el Medio Oriente, una ruptura con Pakistán rompería todos los equilibrios políticos en el subcontinente indio y en Asia Central. La Otan, por otro lado, no está en condiciones de extender sus operaciones; una ruptura abierta con Pakistán aceleraría su derrota en Afganistán.

Para los ocupantes, el pantano afgano es cada vez más profundo.

 

Luis Oviedo