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1/4/2004|844

Argentina 2000-2004 Fábricas Ocupadas

El fenómeno de las ocupaciones de empresa, el control obrero o la gestión obrera, e incluso el de las fábricas recuperadas (que es distinto de lo primero), tiene una larga tradición en el movimiento obrero internacional y también en el argentino. No hace falta siquiera decir que no nace con la crisis económica que eclosionó en diciembre del 2001, ni siempre ha tenido una causa directamente económica, aunque sí vinculada con la crisis del capitalismo como régimen social. Esta gran tendencia histórica se manifiesta en la revolución rusa, entre marzo y julio de 1917, cuando se desarrollan los comités de fábrica que habían debutado como tentativa revolucionaria del proletariado en la revolución de 1905. Ocupan luego un lugar histórico prominente las ocupaciones de fábrica en Turín y en Baviera, en 1920, y la ocupación generalizada de empresas en Francia en junio de 1936 y en mayo de 1968, pero por sobre todo la gran gesta del proletariado de España, y más que nada de Cataluña, en 1936-37, que estableció una organización de gestión obrera generalizada e incluso la gestión obrera colectiva de algunas ramas enteras de la economía. Una importancia especial merecen las ocupaciones de empresa y la gestión de los trabajadores en Japón, en 1946 y 1947, porque se produjeron bajo la ocupación militar norteamericana y fueron enfrentadas, al cabo de un tiempo, como una verdadera guerra civil de la cual la clase obrera nipona salió claramente derrotada. Lo que algunos descubren como un novedoso método de explotación del trabajo en el llamado “toyotismo”, nace simplemente del resultado negativo que tuvo para los trabajadores aquella gran tentativa histórica del proletariado de Japón.


En América de Sur se destacan como gestas heroicas la ocupación de las salitreras en Chile, de las minas de estaño en Bolivia y del cobre en Perú. Un lugar muy especial ocupan en esta historia las ocupaciones de empresas y el control obrero en julio-setiembre de 1973, en Chile, acompañados por la formación de los cordones industriales, que fueron combatidos en forma implacable por el gobierno de la Unidad Popular de Allende, y la gran ocupación generalizada de empresas de la clase obrera uruguaya, en junio del mismo año, para enfrentar el golpe militar. Un lugar especial lo tienen las ocupaciones de tierras, de fincas y de latifundios en toda la historia del continente, pero en especial en Centroamérica en la década de 1930.


En Argentina, las ocupaciones de empresa se manifestaron intermitentemente a lo largo de toda la historia del movimiento obrero, pero se generalizan en una escala nunca vista antes a partir del golpe fusilador de 1955. La ocupación del frigorífico Lisandro de la Torre en enero de 1959 dio lugar a una huelga general por tiempo indeterminado y una lucha de barricadas contra el ejercito en el barrio de Mataderos y tuvo una enorme repercusión social y política en la escena nacional Dos importantes plenarios sindicales, en La Falda (1957) y Huerta Grande (1960), consagraron a las ocupaciones y al control obrero como puntos centrales de programa. Las más de las veces, las ocupaciones de fábrica en Argentina se combinaron con el “paro activo” y las manifestaciones callejeras, dando lugar a las huelgas políticas de masas que caracterizaron, en especial, al período que arranca poco antes del Cordobazo. Pero hubieron numerosísimas ocupaciones de empresa puntuales; a fines de de los 60 la justicia argentina validó, en los tribunales inferiores, a las ocupaciones de empresas como un medio de acción sindical legítimo. En 1964 la burocracia sindical organizó una ocupación general de fábricas, que fue ampliamente seguida, pero que no tenía una finalidad proletaria sino golpista, contra el gobierno de Illia, que luego se verificó en junio de 1966 con el asalto al poder por parte de Onganía-Alsogaray. En 1970, sin embargo, los trabajadores clasistas de las fábricas Fiat, en Córdoba, ocuparon la empresa para expulsar a la burocracia sindical y dar paso, más tarde, a los sindicatos Sitrac-Sitram.


Un estudioso del movimiento obrero italiano entiende a las ocupaciones de fábrica como una tentativa de reapropiación de sus métodos de lucha por parte de las bases obreras, frente a la huelga que es manipulada a la distancia y sin debido control por parte de la burocracia de los sindicatos. Replegadas sobre sí mismas, sin embargo, incluso las ocupaciones de empresa más avanzadas acaban en el aislamiento; es que el cuestionamiento que implican de la propiedad capitalista plantea de inmediato la necesidad de cuestionar el poder político estatal de esa clase –lo cual exige una acción política de masas y la revolución. Es un hecho incuestionable, sin embargo, que teórica y empíricamente, las ocupaciones de fábrica constituyen un cuestionamiento al capital como potencia social de dominación, y cuando van acompañadas del control obrero y de la gestión obrera representan una tentativa de reorganización social sobre nuevas bases.


 


Argentinazo


Lo que sorprende del movimiento de ocupaciones de empresas (incluidas clínicas y líneas de transporte) que tiene lugar en Argentina en los alrededores del 2001 no es la repercusión que adquirió sino el escaso número de esas ocupaciones, ligadas muy estrictamente a casos de vaciamiento empresarial, esto si se lo compara con la inmensidad de los despidos masivos y de la desocupación, que arrancan en 1992 con las privatizaciones menemistas, y con la tradición del país en la lucha obrera y sindical contra las cesantías. El movimiento de ocupaciones y de organización de una gestión obrera, que estudia Pablo Heller en este libro, debería impresionar, en primer lugar, por su debilidad, al menos en cuanto al número. Aunque la explicación de esta situación es manifiestamente compleja, porque es la consecuencia de una combinación determinada de factores históricos diversos, es claro que está relacionada con la derrota del movimiento de resistencia a las privatizaciones, en particular en petroleros, telefónicos y ferroviarios. Estas derrotas significaron un quiebre de lo que se consideraban conquistas, no solamente obreras sino nacionales. No faltaron las tentativas de resistencia, incluso enérgicas, pero consiguieron ser doblegadas por la traición de la burocracia sindical y un derroche de fondos para indemnizaciones obtenidos a costa de un extraordinario endeudamiento externo; nos referimos a la gran huelga petrolera de Tartagal-Mosconi y a la ocupación de la sede central de YPF, a la ocupación de edificios de Entel y a la larga huelga ferroviaria. Aunque exceda el marco de este prólogo, dejamos constancia para el registro que el saqueo nacional fue impulsado por el movimiento nacional peronista, que tenía por presidente a Menem y por gobernador de Santa Cruz a Kirchner, y que fue apoyado por el 99% de los dirigentes y punteros del partido justicialista.


Lo que ofrece una oportunidad histórica especial a las ocupaciones de fábrica vinculadas al colapso del 2001 es el contexto histórico nuevo que produce la rebelión popular del Argentinazo y la transformación del movimiento piquetero, desde el corte de la ruta 3 en La Matanza, en noviembre del 2000, y desde su primera asamblea nacional, en junio del 2001, en un movimiento de masas de características nacionales. Se abre la posibilidad de una tentativa excepcional en la lucha contra los despidos, que hacen furor a partir de enero, y la desocupación, mediante la ocupación de empresas, su expropiación y el control y la gestión obreras. Es lo que, efectivamente, ocurre, aunque sólo en parte, porque durante 2002 tienen lugar destacadas ocupaciones de empresa, que llegan a los ámbitos legislativos con planteos de expropiación. El lugar que ocupan los movimientos de ocupación de empresas del período contemporáneo lo da su relación con la eclosión política popular que es el Argentinazo y con la posibilidad que abre de acabar con el régimen político existente. La experiencia se destaca, sin embargo, por las limitaciones en su radiación; ni siquiera se prestó atención en su momento, ni tampoco más tarde, en la literatura obrera o socialista, a la adaptación de los trabajadores bancarios a las duras imposiciones laborales del verano del 2001-02 y a la limitada movilización que produjo el cierre de algunos bancos. Los bancarios venían con el antecedente de la derrota de luchas anteriores importantes, por ejemplo los cierres del Patricios y del Mayo, y de haber tenido que aceptar una dura flexibilización laboral.


 


Tendencias


Dentro del conjunto del movimiento de recuperaciones de empresas en este período se destacan, en lo que tiene que ver con los planteos, tres tendencias. Una, los “movimientos de recuperación de empresas”, responden a una viejísima tradición en el país, que postula la reconversión cooperativa, con asistencia estatal, de las empresas capitalistas fallidas. Uno de los ejemplos de este planteo que simbolizaron una época fue la transformación del frigorífico Smithfield, de Zárate, en los 60, en la Cooperativa Martín Fierro, luego de una lucha obrera de las más largas y profundas que se tenga memoria. Los obreros se transforman en sus propios patrones, o sea que asumen la disciplina de la explotación capitalista como algo de su propio interés. Más allá de esta desintegración ‘sui géneris’ de la clase obrera, el porvernir de la cooperativa de producción dependerá de la marcha del mercado capitalista, es decir de la competencia y de la disponibilidad de capitales. En el marco de la bancarrota capitalista del 2001 esta tendencia representa, sin embargo, algo de mayor alcance –un intento de contener a la clase obrera en el marco del capitalismo. Los ideólogos de la “recuperación de empresas” se explican en términos ‘productivistas’ o defensores de una ‘fuente de trabajo’, o sea con un planteo de conservación del régimen capitalista bajo la forma de una defensa de la producción versus la especulación y del trabajo como “dignidad”, no como alienación o explotación. El balance que ofrece, con todo rigor, Pablo Heller en este libro es que las “fábricas recuperadas” han quedado en un estado precario como consecuencia, de un lado, de leyes de expropiación parcial que condicionan el mantenimiento del emprendimiento a un rescate del capital de la empresa por parte de los trabajadores al cabo de dos años de vigencia de la medida y, del otro lado, porque carecen de las mínimas condiciones de financiación, con la consecuencia de que los salarios son, en algunos casos, misérrimos y, en otros, se pagan sin tener en cuenta la amortización y la reposición del activo fijo de la industria en cuestión. Desde el punto de vista político, los obreros de la empresa recuperada tienen mediatizada (o directamente suplantada) su soberanía a aparatos vinculados total o parcialmente a los gobiernos locales o al nacional y a los partidos patronales. Como quiera que la cuestión de la ocupación obrera de las fábricas vaciadas debería ser vista desde un punto de vista transformador, como parte de la oportunidad para que participen en forma destacada en un movimiento de masas que golpee al régimen capitalista, la orientación de los ‘recuperadores’ es una tentativa de salida históricamente regresiva que defiende las bases del sistema capitalista dominante.


Otra tendencia postula la estatización de las fábricas ocupadas y argumenta en su favor, precisamente, las limitaciones insuperables y las características reaccionarias de los planteos favorables a la constitución de pymes –cooperativizadas o no. La estatización de empresas no es, sin embargo, un fenómeno inhabitual bajo el capitalismo, cuyo Estado interviene reiteradamente para impedir “la caída de los muy grandes” (too big to fall), o en el caso de los países oprimidos cuando los gobiernos nacionalistas chocan con el capital extranjero y procuran ampliar el horizonte de desarrollo de las fuerzas productivas nacionales y de la burguesía nacional. Pero la ocupación de la fábrica por los obreros introduce un factor histórico nuevo, que es la emergencia de los explotados como dirección histórica y social. La estatización significa reemplazar la dirección obrera por la intervención de la burocracia del Estado capitalista. Con esta intervención, la posibilidad de transformar a la dirección obrera en un fenómeno de movilización nacional independiente del proletariado y constituirse en una alternativa de poder, es sustuida por una posibilidad de restauración del capital por medio de la intervención del Estado. Aunque se puede y se debe admitir que una estatización burguesa pudiera ser un paso progresivo en el marco de una ocupación obrera aislada o que procede fuera de un marco de colapso capitalista y de extraordinaria movilización popular, esto no vale en las condiciones del Argentinazo y en una situación en que se generalizaban los vaciamientos capitalistas y la oportunidad de ocupaciones obreras de empresas. Aunque el movimiento de ocupaciones no adquirió, más allá de su repercusión, un carácter extenso, no debe subestimarse el hecho cualitativo de que alcanzó a sectores en extremo sensibles como lo son las clínicas y unas pocas líneas de transporte. Una digresión sobre estas últimas es que mucho antes del Argentinazo habían sido derrotadas o contenidas importantes huelgas en la Ciudad y provincia de Buenos Aires, en Córdoba, en Rosario y en Salta.


El libro que el lector tiene en sus manos expresa una tendencia diversa. A partir de una caracterización de conjunto de la situación histórica creada por el Argentinazo, caracteriza a las ocupaciones de empresas y a los esfuerzos de gestionarlas por parte de los trabajadores como una tendencia del proletariado a reconstruir la sociedad sobre nuevas bases. Por eso pone en primer plano la tarea común de esas empresas ocupadas, que es defender colectivamente frente al Estado y al capital la expropiación de esas empresas y la gestión obrera. Esta defensa colectiva debe tener un doble sentido, político y económico. Políticamente, debe estimular la lucha contra los despidos masivos, la quiebra industrial y la desocupación, precisamente mediante la ocupación de empresas, de modo de transformar al movimiento, dándole alcance geográfico nacional, en un componente fundamental de la alternativa de poder de la clase obrera. La necesidad de este planteo se manifiesta en este momento en la empresa Gatic, que tiene más de una decena de plantas. El sentido económico de una acción colectiva de defensa consiste en llevar la cuestión de la sobrevivencia de las empresas ocupadas al corazón del sistema capitalista, los bancos, de los cuales depende su financiación. Un frente de empresas ocupadas que planteara la nacionalización de los bancos y un lugar en los bancos estatales empalmaría, además, con un asunto más general de toda esta crisis, que es el vaciamiento nacional propiciado por esos bancos mediante la fuga de capitales; el financiamiento que recibían y siguen recibiendo con emisión del Banco Central; y, finalmente, lo más monstruoso, si cabe, el nuevo endeudamiento espectacular, por unos 40.000 millones de dólares, que ha provocado el rescate de esos bancos por medio de las “compensaciones”. Se trata de un planteo que interesa al conjunto de la crisis y al conjunto de las clases sociales. Estimula, además, al movimiento de los desocupados a ocupar las empresas inactivas, como ocurrió con Sasetru, y a dar un ejemplo histórico de lucha contra la miseria social.


 


Final abierto


La “recuperación de empresas” se ha transformado en el programa oficial del gobierno de Kirchner. Claro que a su modo. Esto se manifiesta en que, más allá de los enormes privilegios que han recibido los pulpos exportadores en general, y en particular los pesqueros, los petroleros y los mineros, el clan pingüino ha tratado de establecer, en los acuerdos con las empresas de servicios que deben renegociar los contratos, una cláusula que separa las inversiones de la gestión del servicio y las financia por medio de un Fondo Fiduciario en el cual el Estado pone plata y tiene derecho al pataleo. Es así que en la selección de la tercerización de la provisión a las privatizadas, el clan de Kirchner se ha adjudicado la prerrogativa de repartir prebendas y ventajas para la “burguesía nacional” o incluso las “pymes” –las cuales, no hay que olvidarlo, gozan de ventajas inusuales en materia de flexibilización laboral. Las “empresas recuperadas” forman parte de esta política de recuperación capitalista en la medida en que aprovechan las ventajas ‘competitivas’ de la devaluación, los salarios históricamente más bajos y el reflujo que ha sufrido la tendencia a la expropiación bajo gestión obrera. Pero la mayoría de ellas se encuentra en las vísperas de la fecha en que vence la expropiación parcial votada en algunas legislaturas y ante la obligación de rescatar el capital con los ingresos de los trabajadores. Que estos vencimientos clausuren la vigencia de estas pretendidas pymes o que se les renueve lo que es una agonía dependerá de la situación política general, más precisamente de la solidez que el gobierno crea tener debajo de sus pies.


Mientras una opinión convencional aborda el problema de las empresas vaciadas y ocupadas como un tema de ‘modelos de gestión’ o de ‘reinvención del trabajo’, lo cierto es que ese problema ha sido planteado por la bancarrota capitalista y, por lo tanto, será replanteado por esa misma bancarrota. La ‘recuperación’ piloteada por Lavagna demuestra sus límites en el hecho de que luego de un crecimiento del PBI del 15% en pesos constantes, en dos años, la desocupación se mantiene en el 20% y en que los nuevos empleos son en negro y en todo caso con salarios muy bajos. El ajuste contra los trabajadores impuesto por la devaluación es el eje del llamado ‘modelo’ productivo de Kirchner. No por nada los obsesiona el tipo de cambio y la política de “metas de inflación” del Banco Central, porque ella podría provocar una revalorización del peso. El gobierno de la burguesía nacional es el de los salarios ‘recontrabajos’. Es el gobierno del rescate del capital, al cual debe servir con el pago de la deuda nueva y vieja. En definitiva, cuando el lector haya llegado a la última página del libro de Pablo Heller, seguramente saldrá mucho más capacitado para abordar la crisis social en curso y las bancarrotas financieras que ya se prefiguran.


* El texto que presentamos corresponde al prólogo de Jorge Altamira al libro de Pablo Heller, Argentina 2000/2004: Fábricas Ocupadas, de próxima aparición. Los subtítulos han sido agregados por la redacción de Prensa Obrera para su presentación en el periódico