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3/4/2008|1031

D’Elía, un aliado consistente de la "puta" oligarquía

Aunque Argentina se distingue por producir toda clase de fenómenos extraños en el campo de la política, D’Elía es una especie que puede ser reconocida universalmente. Se trata de una suerte de lumpen político que puede transitar por toda clase de posiciones, pero se distingue del arribista de buenos modales por su constante trajinar entre los pasillos del poder y los medios populares. Fulgura en los períodos de crisis por la propensión al aventurerismo que distingue a los elementos y grupos sociales intermedios (ni proletarios, ni capitalistas), que carecen de perspectiva histórica.

D’Elía está convencido de que defendió, él mismo, al poder político matrimonial y a la Plaza de Mayo de un golpe, aunque sólo llegara allí con menos de doscientos seguidores y en tal estado de exaltación que le produjo complicaciones hepáticas. Exhibió, en esas circunstancias, un método muy peligroso: la fuerza de choque, aunque la que realmente desplegó no hubiera podido doblegar la resistencia de un par de mujeres decididas.

No hay que confundir a la fuerza de choque con la milicia popular, es más bien su antípoda, porque la milicia obrera o popular hunde su raíz en el pueblo y actúa como avanzada de la movilización popular. Es una fuerza independiente del poder constituido (no, como en este caso, del riñón del Estado burgués, cuyo aparato sigue infiltrado por la burocracia cívico-policial de la dictadura).

La fuerza de choque reúne a sectores sociales de los más diversos horizontes y prospera bajo la protección directa o la neutralidad protectora de la policía, como ocurrió efectivamente en esos sucesos. Un dirigente de la CTA, Depetri, justificó, incluso con toda naturalidad, el envío de gendarmes contra los "piquetes de la abundancia", algunos dicen que convencido de que defendía de este modo la causa de todo un pueblo. Pero los pueblos nunca delegan su propia defensa, en tanto que el apoyo a la intervención de la Gendarmería (incluso contra un piquete de "putos" oligarcas) sirve al reforzamiento del aparato represivo que, infaltablemente, acabará apaleando y asesinando trabajadores. La prueba está en que la Gendarmería no reprimió a esa oligarquía "puta", como sí lo hizo, brutalmente, en Neuquén en 1996, en el puente Resistencia-Corrientes en 1999, en el norte de Santa Cruz en 2003, o en el norte de Salta en 2000, para citar algunos ejemplos.

D’Elía ha trajinado por las más variadas tiendas políticas, incluido el clericalismo (Pastoral Social). Ataca a la "puta" oligarquía sin autoridad porque aplaudió, en 1994, al plan Cavallo, y luego integró la Alianza, que estaba encabezada por el político porteño más emblemático de la llamada oligarquía: Fernando De la Rúa, que le ganó la Capital a Cámpora en 1973 y estaba a la derecha de Balbín, quien representaba, a su vez, al ala derecha de la UCR. De la Rúa llegó al gobierno con el apoyo de D’Elía para cumplir la única promesa electoral que defendió a rajatablas hasta el final: la convertibilidad.

D’Elía ataca a la "puta" oligarquía para evitarse explicar por qué está asociada con esa oligarquía la Federación Agraria Argentina que, como él mismo, pertenece a la CTA e integró el ‘legendario’ (por anacrónico) Frente Nacional contra la Pobreza. Mientras el Frenapo juntaba firmas, en el país, se producía el Argentinazo. La burocracia de la CTA y D’Elía se opusieron al Argentinazo, caracterizándolo como un golpe del duhaldismo. Pero el golpismo duhaldista buscaba imponer lo que hoy los Kirchner y los D’Elía defienden con la mayor pasión: el "modelo productivo" de la devaluación del peso y de la licuación de deudas de los capitalistas.

D’Elía se está arruinando el hígado para defender al gobierno de Pan American y Repsol, Taselli y Cristóbal López, el banco Macro y Techint, Fiat y Barrick Gold, la Aceitera General Deheza y Skanska. Estos pulpos forman una sola clase social con la Sociedad Rural y los Fondos de Inversión agropecuaria.

Jorge Altamira