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22/9/2005|918

Especulación y mafias en el campo argentino

Los pequeños productores —decía Lenin— se encuentran triturados entre los molares superiores del pulpo que vende y los inferiores del pulpo que compra.” Esa situación persiste pesadamente en la Argentina de hoy.

Según informa el suplemento Campo de La Nación (17/9), el precio del trigo oscila hoy en los mercados internacionales entre 97 y 100 dólares por tonelada. Sin embargo, en el mercado a futuro de Buenos Aires el cereal ya se cotiza a 97,10 dólares para enero de 2006, a 101,40 para marzo y a 104,70 para mayo (valores del jueves 15 de septiembre, con tendencia alcista). Esos precios se incrementan notablemente en el mercado de futuro de la Bolsa de Chicago, que rige las cotizaciones mundiales.

¿Cuál es el resultado de esto?

“Quienes no tengan necesidad de hacer grandes ventas a cosecha (es decir, apenas levantado el trigo) pueden aprovechar esta muy buena renta financiera, guardando el cereal en silos bolsa o en instalaciones de acopio permanentes que generen pocos gastos”, dice el analista Ricardo Baccarin, de la corredora Panagrícola SA (ídem).

En ese trigo guardado en silos en función de mejores cotizaciones internacionales, radica la primera razón del aumento del precio del pan; por lo tanto, del incremento del costo de la canasta familiar.

Ese panorama empeora porque la invasión de soja ha hecho que el área triguera se redujera a poco más de 5 millones de hectáreas y porque la producción es magra, de entre 12,5 y 13,5 millones de toneladas.

Además, Brasil, por la nueva situación de su moneda, podrá importar más cómodamente trigo argentino, cosa que producirá aquí mayores precios internos y mayor escasez. Pero, en cambio, el gobierno dispondrá de más divisas para hacer frente a los pagos de la deuda externa y los grandes exportadores ensancharán obscenamente su bolsa.

Porque, ¿quiénes pueden esperar con el trigo guardado en sus silos para “aprovechar esta muy buena renta financiera”? Por supuesto que no los chacareros, los pequeños productores que muchas veces deben compartir la miseria de sus propios peones. No los campesinos “triturados por el pulpo que vende”, como Cargill, al que han tenido que comprar semillas, agroquímicos e insumos diversos y por eso se han endeudado hasta el tuétano, a tasas de usura, con los bancos que ahora amenazan ejecutarles sus campos.

Esos productores sí tienen necesidad de vender todo “a cosecha”. Y, por lo general, los pulpos compradores (Molinos Río de la Plata, por citar a uno) son los mismos que antes les han vendido.

Por lo demás, la especulación inmobiliaria que se ha desenfrenado en estos días ha llevado el precio de la hectárea en la provincia de Buenos Aires, en algunos casos, a 5.000 dólares. Se trata de campos que hace un lustro costaban no más de 2.000 pesos (o dólares) por hectárea.

Esa especulación, como no podía ser de otro modo en la Argentina, ha provocado también una actividad mafiosa en la cual, claro está, se encuentran implicados los policías rurales de León Arslanián, intendentes, jueces, abogados, escribanos y, por supuesto, funcionarios del gobierno de Felipe Solá.

Grupos de tareas rurales

En campos del sur del Conurbano bonaerense, en los partidos de Presidente Perón, Coronel Brandsen y San Vicente, entre otros, del cuatrerismo —un problema histórico— se ha pasado ahora al robo de herramientas, de maquinarias, de cosechas y a las golpizas a productores. Estamos, por lo tanto, ante una estructura delictiva de la cual no puede disponer un simple cuatrero.

Por el momento, dos efectivos de la Policía Bonaerense fueron echados de la institución y otros tres quedaron desafectados del servicio por su participación en tales tropelías. Como siempre, cuando las cosas exceden cierto límite, el hilo se corta por lo más delgado y se entregan algunas cabezas de turco. Pero el asunto no empieza ni termina con un grupo de “patas negras” que encontraron la manera de hacerse unos pesos al ponerse al servicio de mafiosos situados muy por encima de ellos.

Ana Bianini, propietaria de un pequeño campo en Guernica, declaró: “Hay abogados, escribanos y fiscales metidos… Los usurpadores intentaron reingresar en mi campo la misma noche en que me lo entregaron” (ídem).

El mismo suplemento de La Nación añade: “Hoy las sospechas también apuntarían hacia organismos desde donde se podrían haber filtrado distintos datos confidenciales, como el Registro de Propiedad y Rentas. Hay información que saldría de allí”.

Véase cómo funciona esta mafia, tan distinta de la actitud desesperada del sin techo que ocupa un agujero para cobijarse y termina inevitablemente desalojado: aquí una patota armada (¿policías, matones al servicio de intendentes o punteros que disponen de la correspondiente “zona liberada”?) ocupa un campo —siempre pequeño o mediano, jamás una estancia—, luego una escribanía falsifica los títulos de propiedad y el terreno es vendido casi siempre a compradores de buena fe.

En general, el chacarero, el pequeño productor, aferrado a su propiedad, piensa que una revolución obrera le expropiará hasta los zapatos, cuando, en verdad, se ve todos los días expropiado por los monopolios y por los bancos. Ese prejuicio suele llevarlo a una alianza suicida con los terratenientes, con los pulpos que venden y con los pulpos que compran, cuyos intereses se encuentran a su vez entrelazados con los de la usura bancaria.

Por el contrario, una alternativa obrera y socialista —sustentada en este caso en largas e históricas movilizaciones, piquetes y tractorazos de esos mismos productores— atacará de lleno a sus peores enemigos: los grandes monopolios agrarios, cuya inmediata expropiación es uno de nuestros objetivos, y la banca usuraria. Una bancada del PO luchará —y organizará la lucha— por un banco estatal, único, puesto bajo control de quienes trabajan, para que el crédito quede al servicio del trabajo argentino y no del imperialismo opresor.

ALEJANDRO GUERRERO