Luego de una larga pelea con una fuerza increíble, nuestra compañera Estela finalmente se fue.

 

No hay mujer que haya conocido en mi vida que pudiera dar la batalla que ella dio y no solo a la muerte sino también a la vida.

 

Vida que conocí allá por el 2004. Ella estaba lavando la ropa, el patio lleno de pibes y sin embargo se detuvo a hablarme. Me dijo que era injusto que no hubiera agua potable, que las calles no permitían entrar una ambulancia y que el barrio estaba lleno de chicos y de necesidades.

 

Quedé impactada. Hablamos del gobierno de lo que había sido el Argentinazo y desde ese día comenzamos juntas la tarea de organizar el barrio y también una enorme amistad.

 

No puedo olvidar la cantidad de cosas que me enseñó y la capacidad de escuchar que tenía. Siempre estaba aprendiendo, porque le encantaba aprender. Discutía todo el día de política.

 

Nos peleábamos seguido porque era muy testaruda, y siempre por cosas políticas: cómo abordar un problema, qué actividad hacer. Y cuanto más me peleaba, más orgullosa me sentía de que esta mujer tan sufrida me diera batalla en la discusión sin que le temblara un pelo.

 

Muchas veces cayó enferma en todos estos años. La enfermedad pulmonar y enorme contaminación ambiental de la región se hacían sentir en su salud muy seguido. Pero cuando se recuperaba, ya en sillas de ruedas, volvía a aparecer… en una plaza, exigiendo agua potable en el Concejo, interpelando a los funcionarios, y hasta haciendo notas en la radio con denuncias por el barrio.

 

Ella amaba la vida, amaba el barrio. Encontró una organización de la que se sentía parte. Y el Polo Obrero y el Partido Obrero encontraron una enorme mujer y una gran luchadora.

 

Jamás podremos olvidarla. Para sus compañeros, será recordada como una imprescindible.

 

Hasta la victoria siempre, querida Estela Fernández.