Partido

14/12/2006|976

La deuda externa: La más alta de la historia

La versión oficial es conocida: la deuda pública, luego del canje, del alargamiento de los plazos de pago y de la quita de Lavagna-Duhalde-Kirchner, ha pasado al rincón de los recuerdos. Es cierto que aún hay que pagarla, dice el oficialismo, pero solamente ‘en cómodas cuotas’. No importa, por lo tanto, que siga representando un 65 por ciento del PBI, o sea 130.000 millones de dólares sobre 200.000 millones. De todos modos, si se le suma la privada, nos vamos a 200.000 millones de dólares, es decir al ciento por ciento del PBI.

Pero un reciente artículo de un ex presidente del Banco Central, Prat Gay, en La Nación (1/12), demuestra lo contrario, que la deuda sigue representando una enorme carga que condiciona socialmente al país.

Prat Gay no dice nada que el lector de Prensa Obrera ya no sepa, a saber: que el 45 por ciento de la deuda se indexa por inflación y que una parte de ella se ajusta de acuerdo a la evolución del PBI. La contribución de Prat Gay es que pasa a calcular, a partir de ahí, lo que llama la deuda implícita, o sea que no figura en las estadísticas ni en la contabilidad oficial, pero que igualmente existe, porque tiene que ver con los ajustes que tendrá inevitablemente como consecuencia de la inflación, de la cotización del dólar y de la evolución del PBI. Calcula, por ejemplo, que el ajuste por inflación ha aumentado la deuda, desde el canje, en tres mil millones de dólares y que, a mediano plazo, aumentará en cuatro mil millones de dólares —con su correspondiente carga creciente de intereses. Pero con relación a la que se ajusta por PBI su estimación es mayor, porque ese ajuste se acumula desde el punto más bajo de la crisis. Según Prat Gay, el costo futuro de este ajuste representa unos 20.000 millones de dólares. El banquero, que ahora ha pasado a las filas de Macri, denuncia que el gobierno sabía de este enorme costo adicional, porque el prospecto de canje dice que este ajuste no puede superar los 30.000 millones de dólares. Afirma que el costo de cancelar el cupón del bono atado al PBI, en un solo pago, significaría erogar ocho mil millones de dólares, es decir todo lo que se pagó al FMI. En definitiva, la deuda pública total, explícita e implícita, es 155-160 mil millones de dólares, un 80 por ciento del PBI. Como el pago del ajuste de una parte de esa deuda indexada es anual, afecta la distribución de la carga en el tiempo y eleva la carga anual.

A lo dicho hay que calcular otros rubros. Uno, los veinte mil millones de dólares que aún están en default, que no quedarán simplemente perdidos como ocurriera con la deuda del zar luego de la revolución bolchevique. Dos, las deudas que vendrán de los fallos en el Ciadi, en los litigios con las privatizadas.

De todos modos, el gobierno asegura que no se preocupa por todo esto ni un poquito, debido a que tiene un elevado superávit fiscal que crece más rápido aún que la deuda. Pero ese superávit está constituido por impuestos que gravan a las clases sociales, en especial a los trabajadores, con un IVA del 21 por ciento. El caso reciente del impuesto al salario o la retención de los excedentes del Anses, para pagar la deuda, muestra como ello perjudica a obreros y jubilados. La inflación, que infla simultáneamente a la deuda que se ajusta y a la recaudación que permite pagarla, destruye el bolsillo de los que trabajan.

Pero hay otra cosa más a tener en cuenta: el creciente endeudamiento del Banco Central, que va por los 15.000 millones de dólares. Porque aunque es cierto que el Central tiene el doble de esa suma en reservas, por las cuales cobra un interés, o sea que es acreedor neto y tiene ganancias, la cosa se complica desde el punto de vista económico. Primero, porque paga intereses mayores de los que cobra. Pero, además, los dólares del Central representan los pesos que trajeron los especuladores para hacer negocios en Argentina. Por lo tanto, desparecerán si hay, por ejemplo, retiro o fuga de capitales. Si el Banco Central reemplazara esos pesos que los especuladores cambian por dólares para sacarlos del país, comprando con emisión de pesos los bonos en poder de los bancos, ello podría incrementar la salida de capitales, porque habría nuevos pesos para cambiar por dólares. Su deuda con los bancos disminuiría, pero a riesgo de provocar una crisis financiera. Normalmente, los bancos centrales no recompran con emisión los bonos que le dieron a los bancos, sino que suben las tasas de interés para provocar el regreso de los capitales en fuga, aumentando su deuda. Este aumento de tasas de interés puede, sin embargo, acentuar una recesión. Para resumir: no es automático que el Banco Central puede achicar su propia deuda a medida que pierde reservas. Si no lo puede hacer, el Central pasa de acreedor a deudor neto, contribuyendo así al monto total de la deuda pública. La llamada deuda implícita, que no se ve pero que existe, es por lo tanto mayor que la que calcula Prat Gay. Nunca hay que olvidar que Cavallo siempre se ufanó de que la existencia de un dólar por cada peso en circulación era un blindaje contra cualquier ‘corrida’ financiera, y así le fue. Es que la circulación de la moneda no puede simplemente desaparecer sin que se hunda el conjunto del régimen actual.

Prat Gay concluye que el “nivel de deuda en dólares (es) superior al de principios de 2001, a pesar de la ‘quita más grande de la historia’”. Pero esto no es tampoco toda la verdad, porque el PBI de 2001, en dólares, era un 30 por ciento superior al actual. No solamente es el mayor en ‘nivel’ sino también como porcentual de la riqueza comercial del país.

La deuda externa debe ser un tema fuerte de la izquierda obrera y socialista en la campaña electoral.

 

Jorge Altamira