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22/9/2005|918

LA DIVISION DE ALEMANIA

Gerard Schroeder se vio obligado, hace un par de meses, a adelantar de urgencia las elecciones parlamentarias, simplemente porque no podía seguir gobernando. Su coalición estaba perdiendo cada una de las elecciones que tenían lugar en los diferentes estados y las encuestas de opinión lo daban en caída libre. Era un gobierno con plazo vencido. Alemania hacía frente a un largo período de estancamiento económico (incluso si las exportaciones aumentaban) y a un desempleo creciente. El remedio oficial consistía en reducir el período del subsidio a los trabajadores desocupados, así como la obligación de que debían aceptar cualquier empleo que se les ofreciera con independencia de su calidad y del nivel del salario. Al mismo tiempo, las grandes empresas alemanas iban imponiendo recortes de empleo y de salarios y el alargamiento de la jornada laboral, y también la intensificación del ritmo de producción —todo ello con el pleno acuerdo de la burocracia sindical. El ajuste capitalista que aplicaba la coalición ‘rojiverde’ no llevaba a ninguna parte.

El domingo pasado, sin embargo, a la hora del recuento, la derecha alemana no había conseguido la cantidad de votos que le otorgaban las encuestas, para aplastar a la socialdemocracia y a su primer ministro. Las urnas daban un ‘empate técnico’ —de 35,2% para la democracia cristiana del 34,3% para la socialdemocracia. Las elecciones no sirvieron para remediar la incapacidad del gobierno existente, creando en su lugar un impasse político. Los dos principales partidos del sistema perdieron votos —la democracia cristiana cayó del 38,5% al 35,2 y la socialdemocracia del 38,5% al 34,3% (en conjunto un 7,5% del electorado y 52 bancas parlamenarias).

¿Qué ocurrió?

Pues que en el curso de la campaña ambos partidos se desintegraron electoralmente, pero en especial la democracia cristiana, que esperaba obtener un triunfo arrollador. De un lado, el partido liberal, del otro, el partido de izquierda (Die Linke) fueron los verdaderos ganadores, reflejando una incipiente polarización. Lo curioso de este resultado es que tanto la derecha como la izquierda crecieron a expensas, principalmente, del mismo partido, o sea de la democracia cristiana.

La campaña electoral de la democracia cristiana había sido un tanto accidentada como consecuencia de sus contradicciones internas. La candidata de la DC ofreció un programa de choque contra las conquistas sociales, que era considerado insuficiente por sus rivales internos; una parte de su electorado se vio entonces mejor interpretada por los liberales. Cuando intentó neutralizar esta presión, designando como asesor a un partidario de un impuesto único similar para ricos y pobres (un verdadero programa de choque), una parte de su base popular transfirió sus votos hacia la izquierda.

El partido de izquierda, que pasó del 4 al 8% de los votos, obteniendo 54 bancas, es una fusión del ex partido stalinista de Alemania del Este y de una escisión de la socialdemocracia, encabezada por un jefe histórico de ella. Aunque se presentó como oposición al ajuste capitalista y a la guerra (Alemania participa en la de Afganistán y otorga apoyo logístico a la de Irak), gobierna en coalición con la socialdemocracia en algunos estados del este del país, donde aplica la política antiobrera corriente. De acuerdo a algunos ‘opinadores’, su crecimiento no obedece a un desplazamiento ideológico del electorado sino a un afán de manifestar su descontento con la socialdemocracia y ejercer presión para torcer su rumbo político. En realidad, la dirección política del partido de izquierda ha venido evolucionando en forma sistemática hacia la derecha, ofreciendo una alternativa capitalista al derrumbe del régimen burocrático de Alemania Oriental. (El partido de izquierda reúne las características eclécticas y ambiguas —y, naturalmente, de total adaptación al capital y al Estado— que el MST de Argentina pondera como necesarias para formar una ‘nueva izquierda’.)

En forma casi unánime la prensa internacional opina que la salida al empate electoral será la formación de un gobierno (gran coalición) entre democristianos y socialdemócratas (incluso podría incorporar al partido verde, que retrocedió electoralmente, dando lugar a una coalición ‘jamaica’, esto por sus colores rojo-negro-verde). Si esto dependiera de la orientación general de las fuerzas que aparecen prevaleciendo en cada uno de estos partidos, el acuerdo podría darse por hecho. Pero es incuestionable que el resultado de semejante pacto sería ahondar las crisis potenciales en ambos. La socialdemocracia acentuaría la brecha con su base social obrera y la democracia cristiana con la suya —una pequeña burguesía que caracteriza a la crisis como el resultado de una excesiva intervención del Estado en el plano social.

La división del electorado alemán en tercios, la división interna en los principales partidos y la vacilación de los políticos para impulsar una política de choque contra el proletariado, tipifican una crisis de régimen, o sea de métodos e instrumentos políticos de gobierno. Esto tiene lugar en un cuadro de incertidumbre política en Europa, luego del ‘No’ a la Constitución europea, que afecta en especial a Francia y a Italia (aunque también a Polonia y a Gran Bretaña). La manifestación más o menos rápida o abierta de esta crisis de régimen dependerá de las contradicciones del proceso económico, en especial de sus desequilibrios internacionales explosivos.

Jorge Altamira